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La sirena varada: Año 1, Número 5

El quinto número de La sirena varada: Revista literaria.

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Se sentía la angustia, la zozobra y<br />

el desespero en las calles, en cada<br />

rincón, en cada parque, en cada<br />

urbanización de la Ciudad de México.<br />

<strong>La</strong> ola de crimen y anarquía azotaba<br />

todos los días, a cualquier hora, especialmente<br />

en las noches convulsas<br />

y trágicas que hacía de la Ciudad de<br />

México un lugar hostil e inseguro para<br />

llevar una vida de tranquilidad y sosiego.<br />

En el último fin de semana, hubo<br />

ciento cincuenta y seis muertos, la<br />

cuarta parte de esta cifra eran policías,<br />

victimas del enfrentamiento entre criminales<br />

y las autoridades policiales. <strong>La</strong><br />

otrora Ciudad de los Palacios se había<br />

convertido en la cuidad del caos y del<br />

crimen. <strong>La</strong>s bandas criminales estaban<br />

en su apogeo, nada ni nadie podía<br />

detenerlas. En la sede principal de<br />

la policía, el miedo y la incertidumbre<br />

ante esta situación tan difícil de manejar,<br />

ofuscaba las mentes de los policías,<br />

detectives y demás autoridades de la<br />

ciudad. Ernesto Suarez, el inspector<br />

jefe, convocó una reunión urgente en<br />

el salón principal. Con una voz trémula,<br />

pronunció la siguiente advertencia<br />

que parecía a un ultimátum: «Todos los<br />

policías, detectives y agentes de todas<br />

las sedes policiales, sus familias y seres<br />

más cercanos deben abandonar inmediatamente<br />

la ciudad antes del sábado,<br />

de lo contrario, todos morirán».<br />

<strong>La</strong> indignación y el asombro invadieron<br />

todas las sedes policiales de la<br />

Ciudad de México. <strong>La</strong> mayoría de los<br />

policías y del personal adscrito a la policía<br />

repudiaban las palabras de Ernesto.<br />

No podían tolerar tanta cobardía e<br />

irresponsabilidad ante la ola criminal<br />

que diezmaba a la institución. Mucho<br />

de ellos no obedecieron las órdenes<br />

pusilánimes del inspector jefe y se rehusaron<br />

a dejar sus trabajos. <strong>La</strong> mayoría<br />

de los policías fueron despedidos<br />

por rehusarse a obedecer las órdenes<br />

impartidas por Ernesto.<br />

Llegó el sábado y Ernesto abandonó<br />

la ciudad con toda su familia. Ese<br />

mismo sábado, en horas de la tarde<br />

se produjo un intenso terremoto cuyo<br />

epicentro fue la Ciudad de México… El<br />

devastador sismo dejó más de 2500<br />

muertos, cientos de edificios desplomados,<br />

el sistema eléctrico había colapsado,<br />

decenas de incendios producían<br />

un panorama dantesco y difícil<br />

de describir… Entre los fallecidos, se<br />

encontraban la mayoría de los criminales<br />

que azotaban la ciudad… Muerte y<br />

desolación cubrían la ciudad. <strong>La</strong> estela<br />

de muerte y de caos era la mortaja<br />

que cubría toda la ciudad y que desesperadamente<br />

los habitantes de la Ciudad<br />

de México anhelaban romperla…<br />

Muerte y caos… Caos y muerte, eso era<br />

la Ciudad de México, esa ciudad donde<br />

crecí, y aprendí a recibir los golpes más<br />

duros de mi vida… Muerte y caos.<br />

¿Por qué no les avisaste a todos lo<br />

que iba a suceder? ¿Por qué no les avisaste,<br />

Ernesto? ¿No te iban a creer? ¿Se<br />

iban a burlar de ti como lo hacían los<br />

niños en la escuela, verdad? ¿O será<br />

que te gusta ver como la muerte acaba<br />

con la vida de miles de inocentes sin<br />

poder evitarlo?<br />

Ernesto podía predecir con gran precisión<br />

los terremotos. Su bisabuelo, su<br />

abuelo y su padre tenían ese mismo don<br />

que parecía ser más bien una maldición…<br />

Poseer ese don tan extraordinario<br />

de predecir los terremotos y que nadie te<br />

crea que puedes predecir esos acontecimientos<br />

tan nefastos para la humanidad.<br />

Su bisabuelo murió en un hospital<br />

psiquiátrico, estuvo encerrado en contra<br />

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