La sirena varada: Año 1, Número 5
El quinto número de La sirena varada: Revista literaria.
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En este testimonio; lo confieso<br />
en verdad, yo vi la guerra de los<br />
violentos en el pasado. Fue una<br />
época más que aterradora. <strong>La</strong> muerte<br />
estuvo allá en cada rincón campestre.<br />
Niñas se descubrieron desangradas y<br />
cayeron niños decapitados. Eso amanecieron<br />
jóvenes hasta mutilados. Era<br />
en realidad constante lo execrable. Entre<br />
los valles, sólo aparecían cuerpos tirados<br />
en el prado, por las batallas. Y las<br />
bombas arrancaban el corazón de los<br />
parientes. Mientras, seguían las iracundas<br />
explosiones durante los días y las<br />
noches. Rebeldes contra militares combatían<br />
en las montañas. Sus ataques se<br />
lanzaban con venganza. Eso ningún<br />
bando daba tregua. Cada vez peor sucedieron<br />
los fusilazos entre estos enemigos.<br />
Ellos dispararon con sus armas,<br />
todas las balas. Propiciaron el caos<br />
hasta el extremismo tremendo. Desunidos,<br />
fueron causando la devastación.<br />
Y nosotros andábamos entre el fuego<br />
cruzado. Allá estuvimos mis abuelos<br />
y papá conmigo, vivenciado el pavor,<br />
juntos gritamos este dolor, que experimentamos<br />
con heridas. Los viejos, lamentablemente<br />
no pudieron salvarse<br />
de tanta rudeza, pronto se extenuaron<br />
y perecieron. En cuanto a nosotros, seguimos<br />
adelante con hombría.<br />
Cuando claro, por lo tanto rebotado,<br />
vinieron los saboteadores. Esto por supuesto,<br />
nos lastimó a los oriundos de<br />
las villas. Con sus furias, hicieron abusos<br />
a nuestra comunidad rural. Ellos<br />
quemaron las fincas; los labriegos<br />
fueron desterrados, nos agobió una<br />
crisis territorial. Como efecto, sobrevinieron<br />
nuevas angustias por estas<br />
preocupaciones. Muchos de nuestros<br />
amigos con sus familias; tuvieron que<br />
emprender entonces la huida; unos alcanzaron<br />
a superar las travesías hacia<br />
los pueblos sabaneros, pero la mayoría<br />
por el camino fallecieron. Y otros tantos<br />
compadres, fueron desaparecidos,<br />
no se volvió a saber de ellos.<br />
Entre tanto; yo con mi padre, que<br />
éramos los enfermeros del villorio,<br />
presenciamos la situación muy grave<br />
y también partimos, apenas encontramos<br />
oportunidad, nos subimos en un<br />
campero y nos fuimos para la ciudad de<br />
Bogotá. Afortunadamente pudimos escapar<br />
sin dejar rastros. Durante el viaje,<br />
recorrimos el boscaje con el atardecer<br />
púrpura. Nos alejamos a buena velocidad<br />
de los ranchos, respirando como<br />
despedida el frescor de las orquídeas.<br />
Más una última vez, contemplamos la<br />
tierra perdida, oreada por la bruma,<br />
yéndose con el murmullo de los grillos<br />
y el revolotear de las cacatúas. Luego,<br />
nosotros en compañía de otro pasajero<br />
y el conductor, continuamos avanzando<br />
por las curvas de la trocha, que<br />
atravesábamos en medio de cafetales<br />
y subíamos hacía la serranía.<br />
Ya por la noche, cuando llegamos a<br />
la capital de Colombia, paseamos por<br />
los distritos del sur, buscando la casa<br />
de prima Carmen. Eso duramos horas<br />
dando vueltas por el barrio Tunal; nosotros,<br />
varias calles despavimentadas,<br />
cruzamos entre semáforos y rebasamos<br />
distintos suburbios bajo el cielo nublado.<br />
Más por ahí preguntamos a unos<br />
transeúntes la dirección solicitada y<br />
apenas nos medio ubicamos, volvimos<br />
a enrumbar por entre las casas y los<br />
edificios hasta cuando al fin encontramos<br />
el lugar residencial. Allá obvio, nos<br />
bajamos del campero y despedimos al<br />
señor conductor. De seguido, pasamos<br />
por un sendero pedregoso y al llegar<br />
a la vivienda, tocamos a la puerta y la<br />
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