La sirena varada: Año 1, Número 5

concurso instruccional de mi madre,
una de «las narices» de la casa Dior del
Siglo XXV. Tenía como percepción inicial,
la fragancia de So, el legendario
perfume de esencias de madera, pero
también percibí el aroma de Ashanti,
aquel mix de flores colectadas en las
faldas marroquíes del Atlas, y en combinación
con ambos perfumes, más
bien ‘detrás’ de ellos, el inconfundible
olor de Adiction el bálsamo que se comercializaba
en frasquitos de 50 gotas,
cuyo valor se convirtió en marcador
para las bolsas interplanetarias.
Enmudecí y bajé la vista hacia el piso
de acero. Por un instante sentí que ella
tocaba mi rostro ahora groseramente
empapado en sudor. Mi mano derecha
temblaba y solo escuchaba el suave
resoplido de las turbinas de su sillón
volador, manteniéndola a flote frente a
mí. Estaba literalmente derrotado, pero
una voz en mi interior me hizo recapacitar.
Me había propuesto colgar los relatos
en tandas de 32 y esa era mi decisión.
Mi ubérrima y personalísima decisión. Y
nada ni nadie podrían hacerme pensar
o actuar de manera diferente.
Entonces, haciendo acopio de mis
menguadas fuerzas y aún por encima
de mi voluntad casi vencida, sometida al
poder omnímodo y subyugante de aquella
mujer, levanté el rostro, abrí los ojos y
vi la blancura del techo de mi cuarto.
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