24 CAMALEÓN Por Alfredo Olmos Hernández
<strong>La</strong> tarde era tormentosa, el vidrio recibía un inmenso y eterno ataque de gotas mientras se iluminaba por los relámpagos y se estremecía por el estruendoso sonido del rayo. Lo cierto es que el hecho de estar escribiendo los informes del instituto me distraía de la tormenta que se desataba en el exterior, al punto de no darme cuenta de que los camilleros luchaban por poder entrar. El ruido de los truenos me impidió escuchar los pasos apresurados que se aproximaban a mi oficina. Así que cuando la puerta se abrió de súbito no pude evitar dar un salto golpe, producto de la sorpresa. —Doctora Madison, tengo que hablar con usted. El hombre que se encontraba frente a mí era el doctor Samuel; él era el encargado máximo del Instituto Kayman, por lo que su sola presencia en mi oficina era señal inequívoca de que algo importante exigía mi presencia. —Dígame, doctor. —Acompáñeme a mi oficina por favor, doctora. Esas palabras por un momento me hicieron dudar, pues sonaba a que iba a despedirme; aunque siguiendo las políticas del asilo tendría que abandonar mi puesto inmediatamente, y con el clima esto era prácticamente inhumano, así que me contuve y proseguí a seguir al doctor Samuel a su oficina. El pasillo era frio, oscuro y estrecho; estaba construido con un tabique que por el tiempo y la humedad tomo un tono grisáceo, las pocas luces que iluminaban, combinadas con las altas ventanas iluminadas a momentos por los rayos, le daban al corredor en general un aspecto tétrico, que hubiera hecho temblar a otro con cualquier rayo. Después de cada sonido de los truenos se podía escuchar una serie de gritos, producto de los pacientes que albergaba el instituto, pues su prolongado confinamiento, mezclado con sus enfermedades mentales previamente adquiridas, había desarrollado una conducta de histeria en noches de tormenta como esta. Al término del pasillo se encontraba una puerta de madera con cerradura metálica oxidada, dentro de esta puerta, estaba la oficina del doctor Samuel; la oficina era un lugar oscuro, con humedad en las paredes, estas se encontraban cubiertas por grandes estantes de libros, todos de gran volumen y acordes a la psiquiatría. —Doctora, como sabe, aquí se siguen ciertos protocolos con los nuevos, para poder darles acceso a los casos superiores. —Sí, estoy consciente, sé que se les tiene a prueba por tiempo de un año (que es el tiempo que llevo laborando en el instituto) y es por eso que no se me ha dado acceso a los enfermos más graves. —Así es, doctora. Pero como usted lo dijo, ya ha cumplido con el año, por lo que ya tiene acceso a todos los pacientes del instituto, y como política del mismo, le dejaré elegir un paciente. —Me da mucho gusto, y desconocía que sólo podía uno. —Como usted sabrá debo distribuir mis pacientes con todos los psiquiatras, usted seguirá con los pacientes inferiores que tiene pues se debe de dar continuidad con su tratamiento, únicamente los superiores, me atrevo a cambiarles su psiquiatra, pues el estar en esa condición implica que la técnica no ha estado funcionando y que es necesario buscar alguien con quien si se habrán psicológicamente hablando. —Bueno, en ese caso quiero al Camaleón. 25
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