La sirena varada: Año 1, Número 5
El quinto número de La sirena varada: Revista literaria.
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ía cómo responderle. <strong>La</strong> laguna era inmensa.<br />
El viaje duraba aproximadamente<br />
dos horas. Me entretuve tomándole<br />
fotos a unos pequeños cayos que se distribuían<br />
cual señales de tránsito sobre el<br />
agua. De vez en cuando veíamos algunos<br />
pájaros que nadie sabía identificar, eran<br />
algo así como alcatraces blancos o gaviotas<br />
inmensas, sin dudas bichos que solo<br />
podrían vivir en el Fin del Mundo. Los chicos<br />
se divertían, las dos mujeres miraban<br />
la superficie del agua y el niño ensayaba<br />
poses de Spiderman, amenazaba con<br />
lanzarse por el borde del Universo para<br />
probar la calidad de su tela de araña. De<br />
todos fui yo quien primero vio el muro.<br />
Los demás estaban entretenidos.<br />
A los pocos segundos uno gritó:<br />
—¿Qué es aquello?<br />
Respondí:<br />
—El borde del Universo.<br />
Un muro de concreto de nueve metros<br />
de alto se levantaba dándole fin<br />
al lago. Subimos por unas estrechas<br />
escaleras hasta llegar a los catalejos.<br />
Tomé el número TRES, tal y como el<br />
hombre me había recomendado. El sol<br />
caía con lentitud lanzando tonalidades<br />
rojas y amarillas sobre el muro. Era un<br />
espectáculo magnífico, en eso tenía razón.<br />
Tomé varias fotos. Luego miré por<br />
el orificio. Del otro lado no había nada.<br />
Era el Fin del Mundo. Por eso no había<br />
nada. El niño se tiró. Veinte metros<br />
abajo lanzó su tela de araña. <strong>La</strong> calidad<br />
del pegamento era increíble.<br />
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