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La sirena varada: Año 1, Número 5

El quinto número de La sirena varada: Revista literaria.

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Carmen, tarde nos recibió de mala gana,<br />

ella con su cara rabiosa, pero sin hipocresía.<br />

Al menos, nos dio la prima una<br />

que otra limosna de posada y pudimos<br />

quedarnos en el sótano de los trebejos.<br />

Al cabo de pocos amaneceres, claro<br />

nos tocó irnos para las afueras. Cogimos<br />

pues nuestros corotos y salimos hacia lo<br />

citadino. Mi padre se puso triste al comprobar<br />

tanto desconsuelo; ni siquiera<br />

Carmen a quien amábamos, nos socorría<br />

lo suficiente. De hecho, nos supimos<br />

obligados a transitar por los andenes<br />

como forajidos. Aquellos rededores estaban<br />

sucios, saturados de basura, olía<br />

incluso a caño. El panorama era decadente.<br />

Ambos nos sentimos desprotegidos.<br />

Hasta tuvimos que dormir una<br />

temporada en la intemperie, luego en<br />

algunos inquilinatos. Por allí y por allá,<br />

yo hallé además la miseria de los otros<br />

hombres. Unos lloraban como indigentes,<br />

ellos siendo moribundos, todos<br />

tumbados contra las aceras rotas. Otros,<br />

se ganaban el diario vendiendo dulces y<br />

periódicos, sus rostros se reflejaban macilentos.<br />

De parejo rumbo, me tropecé<br />

con prostitutas hermosas, que echaban<br />

coqueteos, ofreciendo sus encantos,<br />

pero ellas en el fondo permanecían frías.<br />

Cada ser humano de Bogotá, iba yendo<br />

con su propio sufrimiento.<br />

Nosotros para nuestra posición, andábamos<br />

sin empleo y así estuvimos<br />

durante casi tres meses. Entonces comenzamos<br />

a rebuscarla como pudimos<br />

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