20 EL ANIMALITO SECRETO DE JULIETA Por Maximiliano E. Giménez
Había descubierto su animalito secreto casi por accidente, mientras observaba el tránsito del otoño desde la antigua casa de campo. Afuera las hojas estrelladas se volvían rojas en la tarde y las nubes se desplumaban a su paso por la tierra. Entre los edredones de la cama de hierro, mientras la madera del caserón crujía madurando quedamente, Julieta encontró algo que al principio no comprendió. Se trataba de un animal pequeño, no más grande que una uva, revestido de una pátina de suaves colores. Según el momento, los colores podían variar desde el más pálido rosa hasta un desvaído lavanda, pasando por todos los tonos del ciclamen y el coral. En una ocasión Julieta había presenciado un increíble rosicler, que había fulgurado unos instantes hasta resolverse en pulsátiles malvas y lilas. Julieta descubrió que cuando posaba las yemas de sus dedos sobre él, los colores pasaban a su mente y a su cuerpo, llenándola de maravilla. Los hombres afuera, tras el zorro, sobre las nieves tempranas que acolchaban las laderas, Julieta entre las plumas de los gansos que flotaban en el aire quieto, la ondulante banda azul de la humareda a media altura, la leña oscura y en el centro el corazón reverberante de la brasa, a esa hora en que las aves vuelan hacia el este para posarse en las ramas más altas, Julieta se mecía, transportada por la música, el arrullo, el compás de su animalito secreto. Mientras los charcos se escarchaban en flores de hielo tendidas en los caminos, las bicicletas de paseo oxidándose lentamente en la niebla de la campiña, Julieta se abandonaba al olvido y se prodigaba a su animalito secreto, recorriendo el sendero del asombro y el estremecimiento en una espiral creciente, proyectada al infinito. A medida que la estación avanzaba y las partidas de caza se alejaban hacia los escondrijos del zorro en las laderas, los días de Julieta se colmaban de modo creciente en esa asociación inesperada y sin embargo inevitable, ese amor original y pese a todo reencontrado. Su animalito era secreto porque ese era el sentido mismo de su naturaleza: sólo suyo, y todo momento era bueno para alumbrarse a su calor, que irradiaba en el silencio de la casa la llama fascinante de la extrañeza. Flotando en el plasma multicolor que se abría para ella en el contacto, Julieta se consagraba a esta pasión, y el sueño la alcanzaba montada en el rayo de su pulso, revueltos sus cabellos en la almohada. Pero la primavera trajo de vuelta la vida social y las visitas, el ruido de las copas y las risas. Buscando intimidad para su encuentro, Julieta tropezó en el baño de los huéspedes con la esposa de un amigo de su esposo, encorvada sobre sí como si protegiera una pavesa, mientras acariciaba embelesada su propio animalito secreto. Julieta huyó horrorizada, y por un tiempo volvió a pasear por el parque, asomarse al lago, acercarse al bosque. Pero en su interior sentía que su animalito languidecía, y una racha de días destemplados en el caserón vacío la encontró entre las frazadas, subida a la marea del arrobamiento, otra vez extasiada, arrebatada. No pudo prever la lluvia que sobrevendría. Primero fue la criada, a la que halló tras el establo, embebida en el lazo con su propio animalito: más tarde una amiga, que involuntariamente dejó caer el suyo al abrir la cartera, y le confió haber visto a muchas personas 21
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