La sirena varada: Año 1, Número 5

tores y una cantidad inimaginable de
discos duros, era terriblemente abrumadora.
Alcanzaba una altura de no
menos de nueve pisos y en medio de
aquel aquelarre de cables USB que se
desplegaban como los tentáculos de un
pulpo multipodal y cibernético, aquella
tiránica Administradora flotaba sentada
sobre una silla de titanio con apoyabrazos
de nogal, y se desplazaba sobre el
aire levemente enrarecido con la levedad
de una mariposa y la agilidad de un
picaflor. Todo era gris plomo, negro de
humo o con el brillo exultante del aluminio.
Y todo contrastaba con la pálida
pero tersa piel de La Administradora,
siempre enfundada en apretadísimos
y sensuales trajes de plástico, como
aquellas institutrices sadomasoquistas
de las revistas porno que estaban estrictamente
prohibidas, allí y en las casas
de todos los miembros.
Acercó su rostro al mío y comencé a
sudar. El suyo era, tal como lo describían
otros que habían estado acá entes
que yo, un rostro perfecto, hermosísimo.
Con una tersura de melocotón. Sus
labios, breves pero carnosos, tenían el
brillo de la lujuria, pero la mirada de
aquellos ojos verdes era paralizante,
aunque lo que hacía el momento menos
terrible era su olor. Una mezcla de
perfumes, bálsamos y fragancias que
alguna vez aprendí a reconocer con el
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