La sirena varada: Año 1, Número 5
El quinto número de La sirena varada: Revista literaria.
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la capa de humo que lo separaba del resto.<br />
Sus pantalones estaban manchados—. Me<br />
estoy haciendo caca —añadió, asustado.<br />
Oliver Whitman continuó defecando,<br />
y uno de sus asistentes, al intentar<br />
acercarse, también comenzó a cagar<br />
sin explicación alguna.<br />
Al parecer, todos aquellos que presenciaron<br />
la apertura de la bóveda sufrieron<br />
el contagio de algo que los hacía<br />
excretar de una manera incontrolable.<br />
En pocos minutos, arqueólogos, nativos<br />
y otros curiosos se encontraban<br />
haciendo lo propio. Algunos con cierto<br />
pudor y otros con resignación. Los rectos<br />
de hombres, mujeres, niños y animales<br />
no paraban de expulsar cacas de<br />
varios tamaños y consistencias, ahí, en<br />
medio de la selva.<br />
Sólo fue cuestión de segundos para<br />
que las víctimas murieran a causa de<br />
una hemorragia de mierda. Una de ellas,<br />
una mujer, logró aproximarse a Whitman<br />
justo antes de dar el último suspiro.<br />
—Gracias, Oliver Whitman. Yo… yo<br />
era una mujer estreñida, y ahora podré<br />
descansar en paz.<br />
Como era lógico, los excrementos se<br />
escurrieron hasta llegar al río. Esto provocó<br />
que las personas que vivían en las<br />
zonas aledañas sufrieran los estragos<br />
de esta maldición.<br />
Antes de que esto sucediera, en una<br />
vivienda cercana a la cascada, un hombre<br />
detectó un ligero olor nauseabundo<br />
que provenía de la selva.<br />
—Sonia, ¿qué estás cocinando ahora? —le<br />
preguntó a su esposa.<br />
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