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Los muertos no cuentan cuentos

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dormir. Sin embargo, una vez que concluí el ritual y me encontré<br />

cobijado hasta la cabeza, <strong>no</strong> logré conciliar el sueño.<br />

Tenía al sujeto prendado de mis pensamientos. Común y<br />

corriente, salvo por la parálisis, era otro solitario a punto de perder<br />

su conexión con la realidad. Esta ciudad <strong>no</strong> se escapa a la<br />

existencia de mendigos y predicadores callejeros, y creí que mi<br />

nuevo amigo estaba a caballo entre ambas categorías. Si seguía<br />

dándome dinero, quedaría en la calle. Si seguía hablando como<br />

hablaba, terminaría frente a la Catedral con discursos sobre viejos<br />

demonios desatados por la desidia y soberbia humanas.<br />

Me quedé dormido cerca del mediodía.<br />

El sueño que me asaltó revivía imágenes de la cantina.<br />

El hombre que entra, un saludo somero y un ofrecimiento<br />

de t rabajo. Luego las historias del río Verdiguel y de la Señora de<br />

Agua, antiguo mito matlatzinca, revueltas en una sola. La mujer<br />

era agua y ayudaba a los habitantes de la región. Llegaron los<br />

conquistadores y de un balazo español creyeron dar muerte a<br />

la mujer, pero <strong>no</strong> fue así. Ya iniciado el siglo XX las a utoridades<br />

municipales decidieron entubar el río contaminado que<br />

a travesaba la ciudad. “Con esto”, había dicho el hombre, “terminaron<br />

por confinar a la dama de agua”. Pusieron arriba una calle<br />

que <strong>no</strong>mbraron Lerdo de Tejada, la cual serpentea como río y<br />

divide en dos a la ciudad. Por eso, furiosa, cada año, con la fuerza<br />

de las lluvias, la Señora de Agua hace boquetes en pa redes de<br />

concreto, se come a pedazos alguna casa, engulle un automóvil<br />

y, cuando tiene más coraje, empuja cualquier coladera y sorbe<br />

al peatón desprevenido.

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