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Los muertos no cuentan cuentos

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mitad de la <strong>no</strong>che… lo dejaron solo, huyeron. Saska entonces<br />

fumó más piedra que en toda su vida, simulaba leer aquella<br />

hoja e imaginaba que decía cosas de amor, de amor hacia él.<br />

Azul lo había mirado antes de escribirla, era su declaración de<br />

amor. Así se fue la <strong>no</strong>che, la mañana y la tarde. Así también se<br />

fue la piedra, la coca, el alcohol. <strong>Los</strong> gritos de Saska espantaban<br />

a los junkies que pasaban por el jardín Cuauhtémoc. Saska<br />

gritó hasta quedarse afónico. Enloquecido por la piedra se lanzó<br />

desde lo alto de su árbol. Lo último que dijo fue “Azul”. Se aferró<br />

a la hoja como un relicario. El ruido de su cuerpo al caer fue<br />

mínimo, imperceptible, verde y negro, como esa mañana.<br />

“Por fin se fue esa imagen del infier<strong>no</strong>. Me estoy volviendo<br />

loca. No soporto verlo más. No podría verlo una vez más. Sólo<br />

él tiene la culpa. Te amo Jazz. Azul”.

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