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Los muertos no cuentan cuentos

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try, lo murmuró a manera de oración o de escape. De pronto<br />

un frío vene<strong>no</strong>so le subió por la espina al darse cuenta de que<br />

ese cuerpo rendido ante los pliegues de la bala era su adorada,<br />

amada, suprema Azul. Un arrgg surgió de su boca, un grito<br />

nunca gritado, único, dig<strong>no</strong> de ser grabado y mezclado y sampleado<br />

para una banda de crust punk. “Chambers, <strong>no</strong> mames,<br />

Chambers”, gritó después ya con lágrimas en los ojos, sostenido<br />

por la clave de fa del bajo eléctrico, por el viento verde,<br />

por el cimiento de la dignidad. Chambers llegó hasta el departamento,<br />

alcanzó a oír el grito dentro del estudio (o <strong>no</strong> lo escuchó,<br />

lo predijo), sostuvo a Jazz que ya caía. Olía a pólvora, a sal.<br />

Chambers vio el cráneo abierto de Azul, siempre había pensado<br />

que su cerebro era de un to<strong>no</strong> celeste claro, como un algodón<br />

de feria, pero <strong>no</strong>, era rojizo como los antiguos atardeceres<br />

de Toluca, pastoso como un ganglio, una gelatina carmín que<br />

ensuciaba todo. Fue en ese momento, cuando cargó el cuerpo<br />

de su herma<strong>no</strong>, que Chambers supo que Jazz moriría con ella.<br />

Lo supo porque le pareció cargar cartón viejo, un cartón de cerveza<br />

vacío una tarde de domingo.<br />

Matar a Kan <strong>no</strong> fue difícil. Sólo tuvo que dejar de seguir a<br />

Azul, embebido de lujuria, loco por la piedra. Dejarla fue lo complicado.<br />

Separarse de ella. La seguía para todos lados, arriba,<br />

debajo de los árboles, de los postes, Saska, el mo<strong>no</strong>, apenas<br />

descansaba en su casa en lo alto del árbol más alto del jardín<br />

Cuauhtémoc. Llegaba después de ver dormir a Azul. Prometía<br />

entre piedra y piedra verla de nuevo, tenerla, amarla y tenerla,<br />

lamerle los se<strong>no</strong>s como Kan, besarla y abrazarla como ese patético<br />

punk que ella adoraba. Aquella tarde que la dejó, su sucio

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