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Los muertos no cuentan cuentos

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la vi. Era de madrugada. Iba borracho, es cierto, pero ver aquello<br />

me desentumió el cerebro. Con su cola de reptil golpeaba los<br />

viejos cimientos, y el adobe de la pared principal cedió al poco<br />

rato. El terror de aquella imagen me quitó el aliento y, con ello,<br />

la posibilidad de gritar y delatar mi presencia como testigo. El<br />

rostro de la Tlanchana era el de un monstruo deformado por la<br />

ira, el coraje y la desesperación. A ratos transparente, a ratos turbio,<br />

a ratos enlamado, su cuerpo era una corriente incesante de<br />

agua con basura, hierbas, animales <strong>muertos</strong> expulsados por la<br />

boca de un vómito continuo que se deslizaba sobre sus pechos<br />

de mujer y su serpenteante cola.<br />

”Cuando los restos de la casa rodaron con la corriente, la<br />

mujer logró tranquilizarse y observó satisfecha su labor. Fue<br />

cuando mi entumecimiento desapareció y llegó a mí su olor<br />

putrefacto, acompañado de ruidos de destrucción; entonces,<br />

<strong>no</strong> pude contener un gemido de dolor. Creí que la vida se me<br />

iba. Aquel demonio <strong>no</strong>tó mi presencia y giró su cabeza hacia mí.<br />

Ahora tenía un rostro hermoso, casi angelical, y el agua que lo<br />

formaba era transparente, <strong>no</strong> así el resto del cuerpo que se mantenía<br />

opaco por la mugre del río. Mi corazón se detuvo u<strong>no</strong>s<br />

instantes; creí que moriría de un infarto antes de ver cómo era<br />

destrozado por aquel demonio. No tuve esa suerte. Continué<br />

con vida, ni siquiera me desmayé. La Señora de Agua, sorprendida,<br />

con mi presencia, tornó su rostro de nuevo en el de un<br />

demonio y se lanzó con la fiera intención de atacarme, pero algo<br />

la hizo recapacitar. Se detuvo a u<strong>no</strong>s centímetros de mi cara,<br />

me observó con deleite y sonrió. No sé si me perdonó la vida

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