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Los muertos no cuentan cuentos

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otorgada por el remitente sociedad. No porque seas un pobrete<br />

tienes que nadar causando lástima, pero ¿amar el delito es el<br />

borde de tu locura? Concuerdo en que lo dudes. Yo también<br />

dudé en narrarlo.<br />

Era un día como cualquiera en el mundo de la escoria. <strong>Los</strong><br />

autos circulaban, las ratas también lo hacían como siempre en<br />

los bordes de las calles en los barrios bajos y entre la plebe.<br />

Todos respiraban el mismo aire, aunque tú eras el único que se<br />

percataba del olor que sólo puede llevar en esencia la vida, un<br />

cielo gris que arrebató al azul los rei<strong>no</strong>s altos del globo infestado<br />

por capitalistas y enajenados, un rayo de luz candente<br />

provocador de sudor en tu frente y, sobre todo, una ninfa de la<br />

gloria llamada madre, quien frecuentemente te gritaba que vistieras<br />

bien, mínimo cuando tuvieran visitas en casa. ¿Las botas<br />

de casquillo <strong>no</strong> son elegantes? ¿Tampoco lo es el pantalón de<br />

mezclilla? Estar rapado te ahorra un dinerito que gastarías en<br />

gel, crees que <strong>no</strong> luces tan mal, en fin, qué importa, tú nunca<br />

estás. Te encantaba y te sigue encantando vagar, andar de aquí<br />

para allá y de allá para quién sabe dónde.<br />

Tu madre te amaba, y amaba esa tarde en que Dios estaba de<br />

vacaciones. Complexión delgada, pelo ca<strong>no</strong> y poseedora de u<strong>no</strong>s<br />

ojos profundos y cautelosos, era lo que más te fascinaba de ella,<br />

además de sonreír tan natural, tan espontánea como siempre.<br />

Prosiguiendo con ese día, el reloj dictaba la hora malévola:<br />

2:00 p. m., escuchabas en tu discman a Linneth Marcia Griffiths<br />

con esa rola mágica “No time to love”. De pronto, viste cómo los<br />

cristales de las casas caían deshechos al suelo, <strong>no</strong> lo entendías.<br />

Soltaste el aparatejo musical y miraste en dirección a la voz de

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