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Los muertos no cuentan cuentos

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montón de cosas, la muchacha le dio un beso en la boca. <strong>Los</strong><br />

labios del hombre estaban helados.<br />

—¿Quieres un café?, todavía es tempra<strong>no</strong> —dijo ella y se<br />

encaminó hacia la cocina sin esperar la respuesta.<br />

Samuel accedió, aunque por dentro hubiera querido que se<br />

fueran en ese preciso momento. Al final recapacitó, de cualquier<br />

manera había apartado los lugares desde hacía un año. Le costaron<br />

una fortuna, pero valían la pena. Se sentó en u<strong>no</strong> de los<br />

sillones de la sala.<br />

Mientras Karen volvía, Samuel se quedó mirando los osos<br />

polares. Nunca supieron quién compró ese cuadro, pero había<br />

estado en la familia de su <strong>no</strong>via desde hace tanto tiempo que<br />

ni siquiera su abuelo lo recordaba. No era la gran cosa, pero<br />

él se sentía enamorado de la pintura. Representaba a dos osos<br />

po lares que descansaban encima de un bloque de hielo. Cuando<br />

ella se convirtiera en su esposa, quería ponerlo en la casa que<br />

compraran.<br />

—Toma, corazón —expresó Karen mientras le extendía<br />

la taza.<br />

En ese momento, Gabriel, el herma<strong>no</strong> me<strong>no</strong>r de la muchacha,<br />

entró en la sala.<br />

—¿Van a ir, verdad? ¿Cómo le hiciste, pinche cuñado? Debes<br />

haber estado pegado a la computadora durante meses para conseguir<br />

esos boletos.<br />

Samuel le devolvió una sonrisa que provocó otra en Karen.<br />

Era una ocasión especial. Lo había planeado desde hacía mucho<br />

tiempo. Hoy le pediría matrimonio a su <strong>no</strong>via.

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