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Los muertos no cuentan cuentos

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61<br />

De niño, mis padres me prohibían tener amigos comunistas.<br />

En la iglesia decían que los comunistas eran caníbales. Que les<br />

gustaba comer niños. Yo era niño. Yo era candidato a ser parte<br />

de la dieta de los comunistas.<br />

<strong>Los</strong> comunistas además tenían ojivas. Ojivas nucleares. La<br />

gente decía que con ellas se servían para comer<strong>no</strong>s. Las ojivas de<br />

los comunistas eran como el cuchillo y el tenedor para <strong>no</strong>sotros.<br />

—¿Quién ellos? ¿<strong>Los</strong> hijos de puta?<br />

—No, <strong>no</strong>. <strong>Los</strong> otros.<br />

—¿Y qué hay con los otros?<br />

—<strong>Los</strong> condecoraron.<br />

—¿Por hacer su trabajo?<br />

—Sí, por poner en riesgo su vida al hacer su trabajo.<br />

—¿De quién estamos hablando? ¿De los hijos de puta?<br />

—Y es que si tan sólo fuera una bala…<br />

—Las balas <strong>no</strong> explotan…<br />

—¿Qué vamos a hacer?<br />

—… las balas <strong>no</strong> explotan.<br />

¡Qué curioso y qué extraño! Una granada en ple<strong>no</strong> rostro. Ocho<br />

horas de granada. A ver, hijos de puta, quién la saca de aquí. A<br />

ver, hijos de puta, quién <strong>no</strong> es mariconcito.<br />

<strong>Los</strong> hijos de puta <strong>no</strong> saben de granadas. Para ellos se trata<br />

de una mujer que se desangra. Un hoyo en la mejilla. Una ojiva<br />

activada allí dentro.<br />

Es una mujer peligrosa. Ciertamente.

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