13.04.2013 Views

LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>LA</strong> GRACIA DE <strong>LA</strong> CONFESIÓN<br />

Terminada la comida, dijo Jesús a Simón Pedro: «Simón,<br />

hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» A lo que respondió:<br />

«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Y Jesús le dijo: «Apacienta<br />

mis corderos.» Nuevamente le preguntó: «Simón, hijo de Juan,<br />

¿me amas?» Y nuevamente le contestó Pedro: «Señor, tú sabes<br />

que te quiero.» Y Jesús: «Apacienta mis ovejas.» Por tercera vez<br />

le preguntó: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Entonces Pedro se<br />

entristeció de que tres veces le preguntara si le quería, y le replicó:<br />

«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Jesús<br />

le respondió: «Apacienta mis ovejas. En verdad te digo que cuando<br />

eras joven te cenias tú mismo e ibas a donde querías; pero<br />

cuando seas viejo, tendrás que extender tus manos, y otro te ceñirá<br />

y te llevará a donde no querrías ir.» Con esto aludía el Señor<br />

a la muerte con que el apóstol había de glorificar a Dios. Y añadió:<br />

«Sigúeme» (Jn 21, 15-19).<br />

Instruido por el Espíritu Santo, Pedro fue el primero en declarar:<br />

«Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Y el Señor,<br />

conmovido por esta confesión, le respondió: «Dichoso tú, Simón,<br />

hijo de Juan; porque no han sido ni la carne ni la sangre quienes te<br />

manifestaron esto, sino mi Padre que está en los cielos.»<br />

Por segunda vez confesó Pedro su fe en nombre de los discípulos<br />

que querían permanecer fieles, cuando, después de prometer el<br />

Señor el misterio de la eucaristía, muchos le abandonaron: «Señor,<br />

La gracia de la confesión 121<br />

¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos<br />

creído y reconocido que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68ss).<br />

¿Quién iba a decir que aquel mismo Pedro negaría al Señor en<br />

la hora de su pasión, muy poquito después de que el Señor le había<br />

lavado los pies, le había dado el pan de vida y le había confiado<br />

poderes sacerdotales? ¿Qué se hizo de aquella luminosa declaración<br />

de Cesárea de Filipo? ¿A qué todos aquellos juramentos de fidelidad<br />

en el cenáculo?<br />

Pero el resucitado daría al discípulo arrepentido una nueva ocasión<br />

de confesar su fe. Aquella confesión hizo recordar a Pedro humildemente<br />

su culpa, pero es mucho más que una simple y dura<br />

autoacusación. Es la confesión del amor purificado con las lágrimas<br />

del arrepentimiento. «Pedro, ¿me quieres?» Humilde y agradecido<br />

a la vez, responde Pedro: «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes también<br />

que te quiero» (Jn 21, 17). El Señor recibe complacido esta<br />

humilde confesión y, al confirmar a Pedro sus poderes de supremo<br />

pastor, le asegura que su amor ya le ha perdonado. Más aún: promete<br />

a Pedro que un día podrá confirmar aquella confesión con el<br />

testimonio de su sangre en el martirio: «Otro te ceñirá y te llevará<br />

a donde tú no quieres. Con estas palabras dio a entender con qué<br />

clase de muerte habría de glorificar a Dios» (Jn 21, 18). Finalmente,<br />

una vez más y ahora definitiva escucha Pedro aquellas palabras:<br />

«Sigúeme» (Jn 21, 19). Ahora es cuando comprende en toda su profundidad<br />

el sentido del seguimiento de Cristo. Ahora recibe humilde<br />

y agradecido aquel llamamiento como una gracia inmerecida.<br />

En el bautismo profesamos solemnemente nuestra fe y juramos<br />

permanecer fieles en nuestra confesión hasta la muerte. Frecuentemente<br />

hemos repetido en el curso de la celebración eucarística aquella<br />

confesión, prometiendo eterno amor y fidelidad a Cristo. Y sin<br />

embargo en todo pecado mortal nos hemos conducido como si no le<br />

conociéramos y no nos hubiéramos declarado totalmente suyos. ¿No<br />

tendría Él motivo sobrado para negarnos para siempre su amistad?<br />

Sin embargo, quiere concedernos después de cada pecado la misma<br />

gracia concedida a Pedro. Como a él, nos ofrece la ocasión de confesar<br />

en su presencia nuestro pecado y alabar, con esa humilde confesión,<br />

su gran misericordia. Incluso después del pecado venial, ¡qué<br />

gracia tan grande poder confesar inmediatamente nuestra culpa y poder<br />

escuchar la palabra divina del perdón!

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!