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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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2(M) Eucaristía y virginidad<br />

Cristo en el santísimo sacramento del altar habla claramente del<br />

amor más total a la esposa, la santa Iglesia. Y en la comunión dice<br />

el Señor personalmente a toda alma que le recibe: «Ahora soy completamente<br />

tuyo.»<br />

La Iglesia responde a este don total del amor de su esposo con<br />

una respuesta amorosa que es el culto eucarístico, en el cual ella es<br />

toda ojos y oídos para su esposo divino. En íntima conexión con el<br />

culto eucarístico también la virginidad, el estado de consagración<br />

virginal, como signo esencial del nuevo pueblo de Dios, constituye<br />

una respuesta manifiesta y fácilmente comprensible del amor de la<br />

Iglesia al amor total del Señor. No quiere decir esto que sean solamente<br />

las personas vírgenes las que aman en la Iglesia; pero sí es<br />

cierto que gracias sobre todo al estado virginal sigue proclamando<br />

la Iglesia que en la vida cristiana lo importante es un amor indiviso<br />

a Cristo y que este amor logra en ella viva realidad.<br />

La virginidad cristiana tomada en su más honda esencia no consiste<br />

en la pura renuncia o en la necesidad de servir más desembarazadamente<br />

un ideal alto. La virginidad es, por encima de todo, una<br />

forma especial y perfectísima de vivir inmediata y totalmente para<br />

el amor de Dios. Solamente por este servicio de amor se justifica la<br />

renuncia al matrimonio y tiene esta renuncia grande valor. Naturalmente,<br />

después este amor virginal se muestra extraordinariamente<br />

fecundo en la consagración total al servicio del reino de Dios.<br />

La virginidad no se comprende sino partiendo de una vocación<br />

particular, es decir, de un amor particular de Cristo a un hombre al<br />

que le hace comprender que debe seguirle con un amor virginal. El<br />

mismo Cristo da a entender al elegido que le quiere totalmente para<br />

Él, libre de las preocupaciones terrenas que «dividen el corazón»<br />

(cf. 1 Cor 7, 34 y 7, 32). Cristo pide a este hombre*que le ame de<br />

una manera tan inmediata, tan humanamente cálida como la del esposo<br />

que se entrega a su mujer o de la mujer a su esposo. El amor<br />

virginal no solamente piensa «en lo que es del Señor, en cómo dar<br />

gusto al Señor» (1 Cor 7, 32), sino que además, con un amor cualitativamente<br />

tan exclusivo, tan íntimo, tan fuerte como el de la esposa,<br />

piensa «en lo que es del esposo, en cómo dar gusto al esposo»<br />

(1 Cor 7, 33 ss). El amor conyugal es, en virtud del sacramento,<br />

imagen del amor de Cristo que alimenta y cuida a su Iglesia con<br />

su propia carne y sangre, de igual manera que el casado «alimente!<br />

Amor en la eucaristía y en la virginidad 201<br />

y cuida» a su mujer como a su propia carne y sangre (Ef 5, 29ss).<br />

Todo el amor de las personas vírgenes a Cristo es la respuesta inmediata<br />

a su amor eucarístico.<br />

La fuerza para renunciar a una cosa tan noble y santa como es<br />

el amor humano entre el hombre y la mujer en el matrimonio nos<br />

viene del sacrificio de Cristo en la cruz, que la eucaristía pone continuamente<br />

ante nuestros ojos. Por eso el clima en que ese amor<br />

virginal ha de crecer y prosperar pujante no puede ser otro sino la<br />

proximidad del esposo divino en el sacramento del amor. Es el<br />

Emmanuel, Cristo viviendo a nuestro mismo lado, el que suscita y<br />

mantiene despierto y vigilante nuestro amor virginal. Y donde está<br />

más cerca el Señor de nosotros es en el sacramento del altar. Para<br />

que la virginidad lograse toda su autenticidad y su pleno valor era<br />

necesario el calor del cristianismo. La virginidad comenzó verdaderamente<br />

con la Virgen María, la cual vivió como ninguna otra criatura<br />

de la cercanía de Cristo. En ella se realiza en la más sublime<br />

plenitud el ideal del amor esponsal de la Iglesia hacia Cristo como<br />

respuesta a su amor indeciblemente cercano.<br />

Así pues, la virginidad no es una forma cualquiera de estar libre<br />

para Dios: es un estar libre para el amor entero a Dios mediante<br />

un saberse cogido por Cristo. De esta forma la eucaristía viene a<br />

expresar de modo palmario que así como el Padre nos concedió en<br />

Cristo todos los dones de su amor, nosotros hemos de ofrecer al<br />

Padre el homenaje de nuestro servicio y de nuestras ofrendas por<br />

medio de Cristo y en unión con Cristo. La eucaristía nos recuerda<br />

continuamente el gran misterio: «Como el Padre me amó, os amo<br />

yo a vosotros» (Jn 15, 9). La virginidad no es sino un permanecer<br />

totalmente en su amor.<br />

En los dos pasajes clásicos de la Escritura sobre la virginidad<br />

está perfectamente explicado que la virginidad no puede comprenderse<br />

a la luz de una concepción abstracta de Dios, sino cara al<br />

Dios vivo que en Cristo ha mostrado su amor viniendo hasta nosotros.<br />

Pablo recomienda el estado célibe basándose en que la virgen,<br />

al conservar todo su corazón para el Señor, no se preocupará sino<br />

de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor (el término griego<br />

de Señor es Kyrios y es término para designar a Cristo glorificado:<br />

1 Cor 7, 32ss). En el fondo, Pablo está diciendo lo mismo que<br />

el divino Maestro cuando ensalzaba la renuncia al matrimonio «por el

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