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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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166 Misterio de la bienaventuranza<br />

que está sentado a la diestra del Padre, celebra con nosotros el recuerdo<br />

de su pasión, ilumina a su Iglesia, a nosotros los redimidos,<br />

con el esplendor de su gloria celestial.<br />

La celebración devota y fiel de la eucaristía nos arranca de la<br />

seducción de todo lo caduco y nos impide sucumbir a los halagos del<br />

siglo. Nos hace entrar ya en la liturgia del cielo. Cuando cantamos el<br />

triple santo de los serafines, ¿no nos sentimos uniendo nuestra voz<br />

al coro celestial que canta sin cesar al Cordero que está ante el<br />

trono? Esa dicha nos hace pensar que el bautismo ha desarrollado<br />

ya en nosotros todas sus virtualidades: «Dios, rico como es en misericordia,<br />

por el grande amor que nos tenía, nos resucitó a la vida<br />

con Cristo, a pesar de estar nosotros muertos por nuestros pecados;<br />

por su gracia habéis sido salvados; y juntamente con Cristo nos resucitó<br />

y nos hizo sentar en el trono celestial» (Ef 2, 4ss).<br />

La eucaristía es misterio de gloria y bienaventuranza precisamente<br />

porque es celebración de la nueva alianza. Esta alianza, que<br />

en el cielo ya ha tenido su cumplimiento para Cristo y para la Iglesia,<br />

al menos en cuanto representada en la santísima Virgen como<br />

prototipo de la Iglesia, la celebración bajo la forma de un sacrificio,<br />

pero también bajo la forma de un banquete, que es signo y preludio<br />

del banquete eterno de amor en el cielo.<br />

Antes de su última cena envió el Señor a dos discípulos a que<br />

dispusiesen la sala del convite. Se trataba de un salón grande y bien<br />

amueblado (Me 14, 13ss). Cuando celebremos el banquete del amor<br />

eterno de Cristo, recordemos las numerosas parábolas en las que se<br />

compara el reino de los cielos con un gran festín nupcial (Mt 8, lis;<br />

25, lOs; Le 14, 15, etc.). El convite eucarístico nos asegura, como<br />

sacramento, que todo lo que aquí celebramos tendrá un día glorioso<br />

cumplimiento en el banquete eterno de la liturgia celestial. En el<br />

aleluya de la misa se preludia ya el júbilo de la eterna alegría:<br />

«¡Aleluya! El Señor dueño de todo, ha tomado posesión de su reino.<br />

Alegrémonos, exultemos jubilosos, rindámosle honor: ha llegado la<br />

hora de las bodas del Cordero; la esposa está preparada... Y luego<br />

me dijo: Escribe: Bienaventurados los invitados al banquete nupcial<br />

del Cordero. Y añadió: Éstas son verdaderamente palabras de<br />

Dios» (Ap 19, 6-9).<br />

La liturgia de la misa nos introduce también en este misterio de<br />

la gloria: comenzando por el «Me acercaré a Dios, que es nuestra<br />

Vivir del misterio de la bienaventuranza 167<br />

alegría», pasando por el Gloria que nos une con los coros de ángeles<br />

que cantaban en Belén, siguiendo por el prefacio que es un canto<br />

jubiloso en unión de los ángeles y santos del cielo y terminando con<br />

los himnos que acompañan la alegre comida fraterna de la comunión.<br />

El cáliz del sufrimiento que libremente aceptó por nosotros el<br />

Siervo del Señor se ha convertido para los redimidos en cáliz rebosante<br />

de gozo embriagador: praeclarus calix inebrians (Sal 22, 5).<br />

Los acordes majestuosos del Et iterum venturus est («Y de nuevo<br />

vendrá con gloria»), en una misa de Mozart o Haydn resuenan como<br />

un eco en las oraciones de todas las misas, que nos ponen ante los<br />

ojos al Señor glorificado, al Kyrios, y su bienaventurada pasión, su<br />

beata passio, su resurrección y su ascensión a los cielos. Cada vez<br />

que tomamos el cáliz del Señor e invocamos su nombre, celebramos<br />

el misterio del amor de Cristo «hasta que Él vuelva» (1 Cor 11, 26)<br />

y nos sentimos conducidos al reino de la perfecta felicidad.<br />

De paso, notemos que normalmente no puede faltar el canto en<br />

la celebración de la eucaristía. En todo caso, este misterio ha de celebrarse<br />

en un marco de solemnidad que sea signo palpable de la<br />

alegría del pueblo de Dios al sentirse lleno del misterio de la bienaventuranza.<br />

VIVIR DEL MISTERIO DE <strong>LA</strong> BI<strong>EN</strong>AV<strong>EN</strong>TURANZA<br />

La celebración eucarística nos repite el mismo mensaje de la<br />

solemne proclamación de la nueva ley en el sermón de la montaña:<br />

la alegría pascual que crea en nosotros el sacrificio eucarístico necesita<br />

el terreno de un corazón animado del espíritu de las bienaventuranzas,<br />

el terreno de un corazón humilde que tiende con todas sus<br />

fuerzas a la perfecta pureza de espíritu y que está dispuesto a sufrir<br />

generosamente y a combatir apasionadamente por la causa del reino.<br />

Sin sacrificio no se puede vivir vida auténticamente cristiana, no se<br />

puede encontrar en el amor el camino de la felicidad ni mostrar a<br />

los otros el camino feliz de la caridad de Dios y del prójimo.<br />

Pero el mensaje de la eucaristía tiene también una segunda parte<br />

de no menor trascendencia: solamente el corazón lleno de la alegría<br />

de Dios podrá a la larga estar pronto a aceptar el sacrificio esen-

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