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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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258<br />

Nuevo sentido de la muerte<br />

de Cristo, y a la luz de nuestra propia muerte. ¿Cómo imaginar,<br />

pues, que al llegar la hora postrera, no esté aún configurada sacramentalmente<br />

nuestra muerte por la muerte de Cristo? El sacramento<br />

de la unción, junto con el santo viático, vendrán a poner de relieve<br />

esta fibra sacramental de nuestra muerte.<br />

La unidad que constituyen la unción de los enfermos y el viático<br />

como sacramento de resurrección es de suyo algo evidente. Hemos<br />

visto cómo todos los sacramentos están orientados hacia la eucaristía<br />

y encuentran en ella su auténtico centro. Sin embargo, entre la<br />

unción de los enfermos y la eucaristía es posible encontrar una relación<br />

más significativa. El sí del agonizante a la virtud redentora de<br />

Cristo recibe su confirmación al ser sellado con el sublime sacramento<br />

que es «prenda de la futura resurrección».<br />

¿QUÉ ES <strong>LA</strong> MUERTE?<br />

Al definir el existencialismo la muerte como una situación límite,<br />

no hace más que traducir una verdad contenida ya en la divina revelación<br />

y que ha encontrado en la piedad eclesiástica una expresión<br />

mucho más vital que en cualquier filosofía, tanto antigua como moderna.<br />

La muerte no es un fantasma. Es algo que ha de ser comprendido<br />

a partir de aquella realidad cuyos límites traza, es decir,<br />

a partir de la vida. Por otra parte, esta realidad fundamental de la<br />

vida nunca se comprende mejor que a la luz de su situación límite,<br />

que es la muerte. Ahogados por la angustia de la muerte, esclavizados<br />

por una «ley de muerte» (Rom 8, 2), comprendemos, o mejor<br />

experimentamos personalmente el valor de la vida.<br />

De cara a la muerte, se revelan los más ocultos misterios, se<br />

pone al descubierto el valor de lo terreno y se arranca la máscara<br />

a toda la patraña del mundo.<br />

El sabio, el médico, el biólogo, no tienen más que una definición<br />

para la muerte: es extinción de la vida. En cambio la historia de la<br />

salvación, e, instruidos por ella, nuestra personal experiencia, nos<br />

dice que media grandísima diferencia entre una muerte y otra.<br />

Dos imágenes acuden a mi memoria: Un soldado de las SS<br />

acaba de recibir una herida mortal. Rehusa despectivamente la ayu-<br />

¿Qué es la muerte? 259<br />

da que le ofrece el sacerdote para el últimq viaje: «¡Bah! ¿qué sabemos<br />

lo que nos aguarda al otro lado?» Un grito; el hombre intenta<br />

incorporarse y luego cae definitivamente. Así acabó su vida.<br />

Junto a éste, otro cuadro totalmente distinto: es una ancianita<br />

de ochenta años. Está intentando reconstruir ante el confesor toda<br />

una larga vida de servicio de Dios con sus fases de fervor y decaimiento.<br />

«Como penitencia, vamos a rezar ahora los dos un gloria»,<br />

le dice el confesor. Y ella replica con el mismo aire de una madre<br />

que enseña a su hijo: «¡Por favor, no dé usted a una agonizante una<br />

penitencia tan ridicula!» «Entonces, acepte su muerte en penitencia<br />

de sus pecados.» «¡Pero si no me cuesta nada! Siento una grande<br />

alegría al saber que ha llegado la hora de ir a mi redentor y a mi<br />

amado.» Como bálsamo celestial recibió aquella buena mujer la santa<br />

unción en sus ojos, que siempre habían estado fijos en el Señor,<br />

en sus labios con los que sierapre le había alabado a Él y a su ley de<br />

amor, en sus oídos que habían escuchado atentos la palabra de la<br />

fe, en sus manos tantas veces entrelazadas para la oración y siempre<br />

incansables en el trabajo por los suyos que era trabajar en fin de<br />

cuentas por el Señor...<br />

Pero con menos palabras, nos pinta la Escritura sagrada qué<br />

gran diferencia puede haber entre una y otra muerte: uno de los<br />

ladrones crucificados junto con el Señor, maldecía y blasfemaba<br />

hasta que le rompieron las piernas; el otro, efl cambio, rezaba y salía<br />

en favor de Jesús. Y sólo para una de los dos brotó la palabra de<br />

consuelo: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso» (Le 23, 43).<br />

Sin embargo, la Escritura nos ofrece otro contraste todavía más<br />

elocuente: entre la rabia del infierno, los temblores de la tierra y la<br />

conmoción en los cielos, expira Jesús sobre el Gólgota, dando al<br />

Padre el mayor tributo de gloria por su obediencia y su inconmovible<br />

confianza: «Padre, en tus manos encomiendo mi alma» (Le 23,<br />

46). Quizá en el mismo instante, rodeado de idéntico$ temblores<br />

cósmicos, se dirigía Judas al campo del Alfarero y se colgaba de un<br />

árbol, «se arrojó de cabeza y reventó por medio, saliéndose todas<br />

sus entrañas». Y en el libro de los Salmos está escrito: «Que su<br />

morada quede desierta» (Act 1, 18ss).<br />

Frente a la excelsa cumbre del Calvario, bañada del esplendor<br />

de la pascua, y al borde del tremendo abismo abierto por la desesperación<br />

del apóstol traidor, nos planteamos la gran cuestión de núes-

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