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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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202<br />

Eucaristía y virginidad<br />

reino de los cielos» (Mt 19, 12). ¿Qué otra cosa es el reino de los<br />

cielos sino el imperio salvífico de Dios manifestado entre nosotros<br />

por la venida de Cristo?<br />

La virginidad es todo lo contrario de un puro sucedáneo con<br />

que llenar un vacío doloroso impuesto por una renuncia forzada al<br />

matrimonio. En su forma más pura y auténtica, la virginidad aparece<br />

sobre todo cuando un hombre se siente dominado por el amor<br />

de Cristo y toma la resolución de conservarse íntegro para responder<br />

a ese amor y crecer cada vez más en él. Nos lo dice el mismo<br />

divino Maestro cuando establece tan neta distinción entre la virginidad<br />

«por el reino de los cielos» y la renuncia forzada al matrimonio<br />

por mutilación o por incapacidad natural. Es cierto que a esta<br />

meta se puede llegar también dando un rodeo. Es posible, por<br />

tanto, que al principio fuera una renuncia dolorosa y obligada al<br />

matrimonio, sea por imposibilidad natural, o por no encontrar el<br />

consorte adecuado, o porque una valiente conciencia cristiana impedía<br />

comprar el amor a costa de la vergüenza, sea también porque<br />

la atención a los padres necesitados pudo más que una fuerte inclinación<br />

hacia el matrimonio. La soltería se vivirá al principio<br />

como una pérdida, como una renuncia dolorosa. Pero cuando esta<br />

renuncia se convierta en sacrificio que nace de un corazón puro y<br />

animado de auténtico amor de Dios, «cuando deje de ser una situación<br />

aceptada sólo a medias, con el gesto resignado del "y qué remedio<br />

queda", para pasar al sí decidido a la cruz del seguimiento<br />

de Cristo, entonces también aquel principio humilde será la base de<br />

una auténtica vocación. Comenzó por camino de dolor; le faltará<br />

la plenitud primaveral de otras consagraciones; pero será también<br />

camino de Dios y que quizá conduce más hondamente al misterio<br />

de la vida nueva que es siempre vida de cruS» 2 . Nada mejor que<br />

la piedad eucarística, que la celebración de la muerte de Cristo<br />

«hasta que vuelva», para recorrer este camino que termina en la<br />

aceptación de la virginidad «por el reino de los cielos». Ante el<br />

misterio de renuncia y glorificación de Cristo en el sacramento del<br />

altar, comprendemos el valor de esa pérdida dichosa que abre el<br />

corazón a un amor ardiente, a una comprensión más honda del<br />

amor de Cristo crucificado.<br />

2. ROMANO GUARDINI, Ehe und Jungfraulichkeit, Maguncia 1926, p. 69,<br />

La Iglesia, virgen y esposa 203<br />

Pero por muy diversos que sean los caminos, la base de la virginidad<br />

ha de ser en todo caso el amor conservado íntegro para<br />

Cristo. No hay por qué poner excesivo relieve en la integridad física<br />

conservada o no en la vida anterior, si bien la castidad radical<br />

es un elemento que no se puede considerar ajeno a la virginidad<br />

aceptada «por el reino de los cielos». En efecto, dicha castidad es,<br />

esencialmente, muestra de una entrega inmediata al reino, de un<br />

amor íntegro y primaveral por el que el hombre entero se consagra<br />

a Cristo, sin que haya de por medio ningún torpe instinto o amor<br />

egoísta y sin que ese camino de amor haya tenido que pasar por<br />

otro camino de amor humano, noble, aunque sexual.<br />

Siendo la virginidad testimonio en favor del amor de Cristo<br />

llevado hasta el fin, le acecha un gran peligro no sólo de parte de<br />

la impureza que destruye su elevación y hermosura, sino también<br />

de parte de toda «compensación desde abajo» 3 . Por eso «el virgen<br />

tropieza lo mismo cuando da un lugar en su corazón a un afecto<br />

conyugal hacia otro ser humano, como cuando no da lugar al amor<br />

de Dios o cuando no se esfuerza por dar a este amor todo el lugar de<br />

su corazón'» 4 .<br />

<strong>LA</strong> IGLESIA, VIRG<strong>EN</strong> Y ESPOSA<br />

Por encima de cada uno de los sacramentos se yergue el gran<br />

signo de gracia del tiempo de salvación, que es el amor entre Cristo<br />

y la Iglesia.<br />

Como esposa amada de Cristo y como virgen entregada amorosamente<br />

a Cristo, la Iglesia es el sacramento original. Y al decir<br />

esto no contradecimos la afirmación de que es Cristo mismo ese<br />

sacramento original, a través del cual nos ha concedido el Padre<br />

su amor; pues así como el Padre nos lo ha dado todo a través de<br />

Cristo, Cristo lo hace todo por medio de su Iglesia y en atención a<br />

su Iglesia. En el altar de la cruz la tomó y santificó como a su única<br />

Esposa. Cristo y la Iglesia celebran en la santísima eucaristía su<br />

amor esponsal desde la salida del sol hasta el ocaso, hasta el último<br />

día en que la boda del cordero con la esposa sin mancha ni arruga<br />

desembocará en el gozo eterno del cielo. Por medio de los sacra-<br />

3. DlETRICH VON HlLDEBRAND, O.C., Cap. I, p. 182.<br />

4. H. KUHAUPT, Hochzeit zu Kana, Recklinghausen 1950, p. 235,

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