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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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184<br />

Misterio de la unidad y del amor<br />

del pueblo de Dios. Este sí, que es la respuesta de la fe en el sacramento<br />

de la fe, es también la gran regla de nuestra vida. No puede<br />

haber contradicción entre lo que celebramos y lo que manifestamos<br />

en nuestra vida. El cumplimiento del mandamiento del amor debe<br />

ser la condición para poder celebrar la eucaristía con fruto saludable.<br />

En el bautismo hemos sido hechos miembros del pueblo de Dios.<br />

Somos miembros los unos de los otros. Solamente permaneciendo<br />

en el amor, en la caridad mutua, podemos acercarnos dignamente al<br />

altar, a la eucaristía: «Si al llevar tu ofrenda al altar, te acuerdas de<br />

que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar<br />

y ve primero a reconciliarte con tu hermano; después, vuelve y ofrece<br />

tu oblación» (Mt 5, 23s).<br />

Permanecer fieles en el cumplimiento de la caridad fraterna es<br />

presupuesto para celebrar dignamente, de forma agradable a Dios, la<br />

eucaristía. Es también el primer precepto que sin cesar nos impone<br />

la eucaristía (cf. 1 Jn 2, 7): vivir en la caridad y crecer sin descanso<br />

en ese amor mutuo. Con razón fundaban los padres de la Iglesia la<br />

obligación de este precepto en el sacramento de la eucaristía. San<br />

Agustín tiene a este respecto un texto clásico. Comentando el sermón<br />

del pan de.vida, capítulo 6 del Evangelio de san Juan, dice: «Los<br />

fieles conocerán el cuerpo de Cristo, si no descuidan ser ellos mismos<br />

cuerpo de Cristo. Tienen que ser cuerpo de Cristo, si quieren<br />

vivir del Espíritu de Cristo... ¿Quieres tú vivir del Espíritu de Cristo?<br />

Pues vive en el cuerpo de Cristo... Por algo al hablarnos el apóstol<br />

de este pan, nos dice: "Un solo pan, un solo cuerpo somos muchos"<br />

(1 Cor 10, 17). ¡Oh sacramento de amor! ¡Oh signo de<br />

unidad! ¡Oh lazo de caridad! El que quiera vivir, aquí tiene de dónde<br />

vivir. Acerqúese y crea. Déjese incorporar a fin de tener vida.<br />

No tenga miedo de soldarse al cuerpo por la trabazón de los miembros.<br />

Conviértase en miembro honroso, subordinado a todo. Manténgase<br />

fuertemente unido al cuerpo» 4 .<br />

San Agustín sigue todavía más lejos en su comprensión sacramental:<br />

los cristianos que en el bautismo y en la eucaristía han experimentado<br />

drfmodo sacramental que de la unión y amor del pueblo<br />

de Dios depende su vida, deben hacerse ellos mismos signos de unidad;<br />

deben ser de algún modo una prolongación del sacramento de<br />

4. In Johemnis Ev. Ir. 26, n. 13, PL 35, 1612ss.<br />

Vivir del misterio de la unidad 185<br />

la unidad en favor de los demás. Escribe comentando la primera<br />

carta de san Juan: «Los sacramentos del bautismo y de la eucaristía<br />

están ocultos en la Iglesia. Los gentiles no pueden ver estos sacramentos,<br />

pero pueden ver vuestras obras conformes a la santidad de<br />

esos sacramentos. Porque lo bueno que ven tiene su raíz en lo que<br />

no ven, de la misma manera que la cruz, enhiesta en lo alto a la<br />

vista de todos, está sostenida por la parte que se hunde en la tierra» 5 .<br />

En las cartas de san Ignacio de Antioquía, el obispo mártir que<br />

había sido discípulo inmediato de los apóstoles, resuena siempre<br />

como tono fundamental la exhortación a celebrar unánimes la liturgia<br />

en unión con el obispo y los sacerdotes. Cuando se celebra así,<br />

cabe esperar que los cristianos proseguirán en la vida mediante la<br />

caridad mutua y la armonía entre los hermanos la alabanza que juntos<br />

entonan a Dios en la liturgia. Con tales perspectivas escribe Ignacio<br />

Antioqueno: «Todos juntos en fraterna armonía, uniendo<br />

voces y corazones, habéis de formar un solo coro para alabanza de<br />

Dios. Unísonos en vuestra armonía, haced de vuestra unidad la nota<br />

tónica y cantad a una voz al Padre por medio de Jesucristo. Así os<br />

escuchará y conocerá por vuestras obras buenas que sois melodía<br />

de su propio Hijo. Es justo que os mantengáis unidos en fraternidad<br />

irreprochable, a fin de que así en todo momento os hagáis partícipes<br />

de Dios» 6 .<br />

En la celebración de la eucaristía nos repite el Señor incansablemente<br />

que hasta su segunda venida, la unidad del pueblo de Dios,<br />

la alabanza unánime y agradable a Dios, debe basarse en su muerte<br />

expiatoria por vosotros. Cristo ha pagado el precio de nuestra unidad.<br />

Si por la eucaristía proclamamos su muerte salvífica, recibiendo<br />

la gracia de la unidad como fruto de su redención, hemos de decir<br />

un sí a la forma de pago. No puede haber unidad entre los cristianos,<br />

unidad en la familia de Dios, sin sacrificio, sin negación de<br />

nosotros mismos. En la celebración de la eucaristía entra siempre el<br />

rito del lavatorio de los pies, es decir, la disponibilidad para servir<br />

humildemente a los otros.<br />

Esta abnegación debe comenzar ya en el mismo rito de la celebración.<br />

Todos hemos de estar dispuestos a renunciar a parte de<br />

5. In epist. Johannis Ir. 8, n. 5, PL 35, 2038-39.<br />

t. Ai Ephesios 4, 2; cf. D. Ruiz BU<strong>EN</strong>O, Padres apostólicos, BAC, Madrid<br />

1950, p. 450.

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