LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS
LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS
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Misterio de la unidad y del amor<br />
del pueblo de Dios. Este sí, que es la respuesta de la fe en el sacramento<br />
de la fe, es también la gran regla de nuestra vida. No puede<br />
haber contradicción entre lo que celebramos y lo que manifestamos<br />
en nuestra vida. El cumplimiento del mandamiento del amor debe<br />
ser la condición para poder celebrar la eucaristía con fruto saludable.<br />
En el bautismo hemos sido hechos miembros del pueblo de Dios.<br />
Somos miembros los unos de los otros. Solamente permaneciendo<br />
en el amor, en la caridad mutua, podemos acercarnos dignamente al<br />
altar, a la eucaristía: «Si al llevar tu ofrenda al altar, te acuerdas de<br />
que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar<br />
y ve primero a reconciliarte con tu hermano; después, vuelve y ofrece<br />
tu oblación» (Mt 5, 23s).<br />
Permanecer fieles en el cumplimiento de la caridad fraterna es<br />
presupuesto para celebrar dignamente, de forma agradable a Dios, la<br />
eucaristía. Es también el primer precepto que sin cesar nos impone<br />
la eucaristía (cf. 1 Jn 2, 7): vivir en la caridad y crecer sin descanso<br />
en ese amor mutuo. Con razón fundaban los padres de la Iglesia la<br />
obligación de este precepto en el sacramento de la eucaristía. San<br />
Agustín tiene a este respecto un texto clásico. Comentando el sermón<br />
del pan de.vida, capítulo 6 del Evangelio de san Juan, dice: «Los<br />
fieles conocerán el cuerpo de Cristo, si no descuidan ser ellos mismos<br />
cuerpo de Cristo. Tienen que ser cuerpo de Cristo, si quieren<br />
vivir del Espíritu de Cristo... ¿Quieres tú vivir del Espíritu de Cristo?<br />
Pues vive en el cuerpo de Cristo... Por algo al hablarnos el apóstol<br />
de este pan, nos dice: "Un solo pan, un solo cuerpo somos muchos"<br />
(1 Cor 10, 17). ¡Oh sacramento de amor! ¡Oh signo de<br />
unidad! ¡Oh lazo de caridad! El que quiera vivir, aquí tiene de dónde<br />
vivir. Acerqúese y crea. Déjese incorporar a fin de tener vida.<br />
No tenga miedo de soldarse al cuerpo por la trabazón de los miembros.<br />
Conviértase en miembro honroso, subordinado a todo. Manténgase<br />
fuertemente unido al cuerpo» 4 .<br />
San Agustín sigue todavía más lejos en su comprensión sacramental:<br />
los cristianos que en el bautismo y en la eucaristía han experimentado<br />
drfmodo sacramental que de la unión y amor del pueblo<br />
de Dios depende su vida, deben hacerse ellos mismos signos de unidad;<br />
deben ser de algún modo una prolongación del sacramento de<br />
4. In Johemnis Ev. Ir. 26, n. 13, PL 35, 1612ss.<br />
Vivir del misterio de la unidad 185<br />
la unidad en favor de los demás. Escribe comentando la primera<br />
carta de san Juan: «Los sacramentos del bautismo y de la eucaristía<br />
están ocultos en la Iglesia. Los gentiles no pueden ver estos sacramentos,<br />
pero pueden ver vuestras obras conformes a la santidad de<br />
esos sacramentos. Porque lo bueno que ven tiene su raíz en lo que<br />
no ven, de la misma manera que la cruz, enhiesta en lo alto a la<br />
vista de todos, está sostenida por la parte que se hunde en la tierra» 5 .<br />
En las cartas de san Ignacio de Antioquía, el obispo mártir que<br />
había sido discípulo inmediato de los apóstoles, resuena siempre<br />
como tono fundamental la exhortación a celebrar unánimes la liturgia<br />
en unión con el obispo y los sacerdotes. Cuando se celebra así,<br />
cabe esperar que los cristianos proseguirán en la vida mediante la<br />
caridad mutua y la armonía entre los hermanos la alabanza que juntos<br />
entonan a Dios en la liturgia. Con tales perspectivas escribe Ignacio<br />
Antioqueno: «Todos juntos en fraterna armonía, uniendo<br />
voces y corazones, habéis de formar un solo coro para alabanza de<br />
Dios. Unísonos en vuestra armonía, haced de vuestra unidad la nota<br />
tónica y cantad a una voz al Padre por medio de Jesucristo. Así os<br />
escuchará y conocerá por vuestras obras buenas que sois melodía<br />
de su propio Hijo. Es justo que os mantengáis unidos en fraternidad<br />
irreprochable, a fin de que así en todo momento os hagáis partícipes<br />
de Dios» 6 .<br />
En la celebración de la eucaristía nos repite el Señor incansablemente<br />
que hasta su segunda venida, la unidad del pueblo de Dios,<br />
la alabanza unánime y agradable a Dios, debe basarse en su muerte<br />
expiatoria por vosotros. Cristo ha pagado el precio de nuestra unidad.<br />
Si por la eucaristía proclamamos su muerte salvífica, recibiendo<br />
la gracia de la unidad como fruto de su redención, hemos de decir<br />
un sí a la forma de pago. No puede haber unidad entre los cristianos,<br />
unidad en la familia de Dios, sin sacrificio, sin negación de<br />
nosotros mismos. En la celebración de la eucaristía entra siempre el<br />
rito del lavatorio de los pies, es decir, la disponibilidad para servir<br />
humildemente a los otros.<br />
Esta abnegación debe comenzar ya en el mismo rito de la celebración.<br />
Todos hemos de estar dispuestos a renunciar a parte de<br />
5. In epist. Johannis Ir. 8, n. 5, PL 35, 2038-39.<br />
t. Ai Ephesios 4, 2; cf. D. Ruiz BU<strong>EN</strong>O, Padres apostólicos, BAC, Madrid<br />
1950, p. 450.