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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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LUCES ESCATOLÓGICAS<br />

La celebración de la eucaristía no es sólo una actualización viva<br />

del sacrificio de Cristo. Incluye esencialmente una mirada hacia las<br />

postrimerías, la continua espera del Señor «hasta que Él vuelva»<br />

(1 Cor 11,26). La recta celebración de la eucaristía nos enseña que<br />

toda la vida cristiana en «esta última hora» (1 Jn 2, 18) vive bajo<br />

la consigna: «El tiempo es corto... Pasa la forma de este mundo»<br />

(1 Cor 7, 29s). Precisamente esta perspectiva escatológica ha llevado<br />

hoy a algunos teólogos protestantes a considerar la virginidad<br />

como presupuesto esencial de la existencia cristiana. Así E. Brunner<br />

13 escribe: «¿Quién puede instalarse cómodamente en este mundo,<br />

construir su casa, labrar su familia, como si fuera esto lo más<br />

importante, lo único que ha de durar? La urgencia de esta hora y la<br />

mística de Cristo nos enseñan a mirar el celibato como precepto del<br />

kairós (de la presente hora de gracia).» Incluso a los casados, esta<br />

existencia provisional que camina hacia la consumación final, hacia<br />

los «últimas tiempos», les obliga a vivir de tal forma como si no<br />

estuvieran casados (1 Cor 7, 30). ¿No quiso el Señor, que instituyó<br />

la eucaristía como anuncio y celebración de su vuelta, que la Iglesia<br />

realizase la imagen de las vírgenes aguardando al esposo con sus<br />

lámparas encendidas? (Mt 25, 1-13). La eucaristía y la perfecta virginidad<br />

se iluminan mutuamente en sus dimensiones escatológicas.<br />

Ambas son por su íntima naturaleza una ininterrumpida exhortación<br />

a vivir pendientes de la vuelta del Señor, siempre preparados<br />

a recibir al esposo celestial.<br />

La eucaristía es conmemoración del triunfo del amor de Cristo<br />

hasta la muerte, del triunfo del resucitado que ha de volver con<br />

gran poder y majestad. La eucaristía vivida por gracia de Cristo<br />

anuncia también al mundo la victoria de su amor sobre los impulsos<br />

más fuertes de este mundo. Mientras que los casados logran resistir<br />

en virtud del sacramento frente a la «tentación de la carne», los<br />

hombres consagrados, conscientes de la victoria de Cristo, victoria<br />

absoluta que es también por la gracia su propia victoria, ofrecen<br />

al mundo el espectáculo hermoso de una virginidad cristiana, que<br />

13. Das Gebol nml ilie Ortliiiuin, p. 367.<br />

Luces escatológicas 213<br />

en medio de este tiempo de gracia sobreabundante aparece como<br />

algo «normah. No que los vírgenes dejen de sentirse luchando ellos<br />

también en la batalla que caracteriza este intermedio entre la victoria<br />

de Cristo y su plena manifestación; pero es que ellos no dudan<br />

ni un segundo de que, permaneciendo unidos con Cristo, pueda plantearse<br />

el problema de la victoria.<br />

La virginidad es un triunfo del «espíritu». La auténtica virginidad<br />

no reprime lo sexual en forma de complejos, sino que le reconoce<br />

con hermosa maestría espiritual todo su valor y lo consagra<br />

amorosamente. El virgen es el más capaz de centrar su vida en el<br />

espíritu. Pero se trata de una actitud a cien mil leguas de una «espiritualidad»<br />

puramente natural. La virginidad cristiana es «don y<br />

obra del Espíritu»; es don del Espíritu Santo, del Espíritu de Cristo<br />

glorificado. También de ella se podría decir lo que dijo Cristo del<br />

misterio de la eucaristía, aludiendo a su ascensión al trono de la<br />

gloria como presupuesto para la irrupción de los tiempos nuevos<br />

señalados con la venida del Espíritu Santo: «El Espíritu es el que<br />

da vida. La carne no sirve para nada» (Jn 6, 62s). El hombre carnal,<br />

de mente terrena, no puede comprender el celibato por amor<br />

del reino de los cielos, como tampoco puede admitir el milagro de<br />

la eucaristía, pues son dos efectos maravillosos del mismo Espíritu<br />

Santo. Sólo por virtud de Dios, que en la resurrección nos hará semejantes<br />

a sus ángeles, los cuales ni toman mujer ni marido (Me 12,<br />

24s), puede el virgen vivir ya desde ahora entregado sin reservas<br />

al reino, «imitando, en cuanto es posible a una criatura, la vida del<br />

cielo» 14 . La castidad virginal que hace al cuerpo reflejo de la pureza<br />

interior es efecto del Espíritu Santo que ha de resucitar nuestro<br />

cuerpo para una vida eterna y radiante.<br />

Todos los sacramentos son fuerzas salvíficas que actúan mediante<br />

símbolos productores de gracia. La eucaristía lo es de manera<br />

particular pues en ella está actualmente el glorificado, el que ha de<br />

venir. La virginidad cristiana no es un sacramento, pero es superior<br />

al sacramento del matrimonio 15 . Ella es en sí misma, y no sólo en<br />

signo, una realidad escatológica producida por la gracia del bautismo,<br />

de la confirmación y de la eucaristía; de alguna manera, pues,<br />

está por encima del signo sacramental. «En el estado virginal se ve-<br />

14. TEODORETO, III I Cor 7, 32; PG 82, 283,<br />

15. Dz 980.

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