LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS
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Buena nueva<br />
ción. Es hacer de la gracia, que Dios derrama en nosotros sin medida,<br />
ley y norma de vida cristiana. Es saber que, siempre y en todo,<br />
lo que está verdaderamente en juego es el imperio amoroso y el<br />
reino de Dios en el mundo. Es comprender la llamada a la conversión<br />
no como un grito de amenaza, sino ante todo como una invitación<br />
amorosa de Dios a recibir la plenitud de salvación, a vivir<br />
alegremente en su reino, implantado entre nosotros en el umbral del<br />
tiempo escatológico.<br />
EVANGELIO Y SACRAM<strong>EN</strong>TO<br />
La comunidad primitiva expresó el impacto de novedad que provocó<br />
la predicación de Jesús designándola con la palabra euangelion,<br />
«buena nueva». Pero la bondad, la alegría, no está solamente en<br />
el mensaje, en la nueva; ante todo está en el mismo mensajero, el<br />
cual en este caso forma parte del contenido esencial de su mensaje.<br />
Palabra del Padre a nosotros<br />
«Jesús proclamaba, la buena nueva.» No era un enviado más,<br />
uno de los grandes profetas. Jesús es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros<br />
en persona. El portador de este mensaje es la razón y la fuente<br />
de toda dicha y felicidad. En su «bienaventurados seréis», que dirigió<br />
a los pobres, los humildes, los oprimidos, los despreciados, podemos<br />
distinguir algo del júbilo exultante del cielo; percibimos como<br />
un eco de la felicidad que inunda el seno de la Santísima Trinidad<br />
divina.<br />
Las palabras de Jesús no son puras palabras sobre cosas grandes:<br />
son palabras de la Palabra, del Verbo en el cual desde toda la<br />
eternidad expresa el Padre su plenitud, su poder, su sabiduría. Él,<br />
aunque se dirige a nosotros con poder y autoridad, «no es una palabra<br />
cualquiera, sino la Palabra que respira amor», Verbum non<br />
qualecumque, sed verbum spirans amorem (Tomás de Aquino). En<br />
Él, Palabra del Padre, se hizo todo cuanto ha sido creado. Sin esta<br />
Palabra, que sustenta y activa a cuanto existe, nada habría.<br />
Y ahora, en la plenitud de los tiempos, Él es palabra personal<br />
Evangelio y sacramento 15<br />
del Padre a nosotros, palabra que nos trae noticia del amor sin<br />
fondo y sin fronteras del Padre. Es el que, después de consumar su<br />
misión en la tierra, nos enviará desde el Padre su Espíritu de amor.<br />
En Él y para Él hemos sido elegidos y amados por el Padre.<br />
Pero las palabras del Verbo no sólo contienen un mensaje: palabras<br />
vivas, actúan con eficacia; provocan acontecimientos decisivos<br />
de salvación o condenación. Si la Palabra del Padre se dirige inmediatamente<br />
al hombre, toda la creación se ve penetrada de su luz:<br />
todo recibe su brillo original, la humanidad alienta con nueva vida.<br />
Cuando la Palabra del Padre se hace hombre y habla para trasmitir<br />
con palabras humanas el mensaje de la santidad y el amor del Padre,<br />
en la humildad de esa palabra, se contiene todo el poder de Dios.<br />
No es una palabra apagada, débil o huera: es palabra que crea y<br />
remoza la faz de la tierra, que hace que vuelva a brillar en el rostro<br />
del hombre la verdadera imagen de Dios. Las palabras de los hombres<br />
pueden todas pasar. Pero esta Palabra, y todas las palabras que<br />
salen de su boca, permanecen para siempre.<br />
Palabra libertadora<br />
Lo primero que Cristo anuncia no podría ser un precepto, un<br />
duro «has de» o «tienes que» exigido al hombre. De esa forma, el<br />
hombre seguiría bajo la losa de su indigencia, obligado a constituirse<br />
centro de su precaria existencia. El hombre continuaría esclavo forzoso<br />
del solipsismo, de su egoísta soledad.<br />
El hombre no tiene la vida recibida de sí mismo. Por eso lo primero<br />
en el hombre no puede ser hacer o realizar algo. Lo primero<br />
ha de ser la Palabra que le hace vivir a él. Y cuando la Palabra de<br />
Dios en persona viene a nosotros y penetra con hondura personal<br />
nuestra vida, lo primero y radical en nuestra existencia habrá de ser<br />
vivir por gracia de esa Palabra, y no bajo una ley exterior, que, desde<br />
fuera, más o menos nos oprime y amenaza. Lo primero, pues,<br />
que tiene que decirnos la Palabra humanada del Padre, es el mensaje<br />
feliz del amor que todo lo renueva, del amor que quiere llevarnos a<br />
su bienaventurada compañía. Jesús no empieza lanzando una exigencia<br />
a los hombres, sino anunciando el mensaje de la salvación, el reino<br />
del Dios de la salvación.