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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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242 El matrimonio cristiano, camino de salvación<br />

Matrimonio y penitencia<br />

En el sacramento de la penitencia purifica el Señor a su Iglesia<br />

de todas sus manchas. Purifica y fortalece el amor de la esposa que<br />

se esfuerza por responder al amor del Señor con un amor cada día<br />

más perfecto. Los esposos, y con mayor razón los mejores, sienten<br />

vivo dolor al comprobar qué lejos están todavía del ideal del perfecto<br />

amor. Hablamos de amar con todo el corazón, pero nuestro<br />

amor no es sino un amor incipiente, amor que lucha y se esfuerza<br />

por purificarse muy poco a poco. En el mejor de los casos, nuestro<br />

amor no alcanzará sino el grado de perfección que tiene el amor de<br />

la Iglesia peregrinante sobre la tierra en marcha hacia el perfecto<br />

amor de la gloria. Qué frecuentemente se apodera aun de los esposos<br />

cristianos el desaliento en vista de la propia debilidad o de<br />

las faltas advertidas — y cuan dolorosamente — en el amor del consorte.<br />

Es preciso que entonces pongan toda su esperanza únicamente<br />

en la virtud purificadora del amor de Cristo, como la Iglesia la pone<br />

tan sólo en el amor paciente, magnánimo y fiel de Jesucristo.<br />

La recepción del sacramento de la penitencia significa para los<br />

esposos una continua renovación del sí mutuo que se dieron ante el<br />

altar y que ambos juntamente dieron a las leyes santas del Creador<br />

y Redentor. Recibiendo dignamente este sacramento ratifican ante<br />

Dios, ante la Iglesia, y ante sí mismos, su firme voluntad de crecer<br />

en su amor a Dios y en el amor mutuo.<br />

La noble confesión de los esposos en la presencia de Dios nos<br />

lleva a pensar en la exhortación del apóstol Santiago: «Confesaos<br />

mutuamente vuestras faltas y rezad unos por los otros a fin de alcanzar<br />

la curación» (Sant 5, 16). Claro que no siempre será posible<br />

en todos los matrimonios que ambos esposos se manifiesten mutuamente<br />

sus faltas tal como han de manifestarlas al sacerdote en la<br />

confesión. Pero al menos podrán y deberán reconocer humildemente<br />

su culpa er 'as molestias que han ocasionado al otro consorte. Sería<br />

incomprensible que se esforzasen en defender como justo y bueno<br />

ante el otro lo que acaban de confesar como pecado ante el sacerdote.<br />

La dignidad del sacramento exige esta absoluta sinceridad aun<br />

fuera del ámbito estrictamente sacramental.<br />

Hoy día ha llegado a convertirse en práctica casi universal el<br />

Matrimonio y piedad sacramental 243<br />

que los prometidos vayan juntos a confesar antes de que mutuamente<br />

se administren el sacramento del matrimonio mediante el sí<br />

ante el altar. Experimentan así sensiblemente que el principio de una<br />

vida feliz y santa en el matrimonio viene de la palabra de paz que<br />

el Señor les dirige en el sacramento del perdón. Limpiándoles de<br />

todos los obstáculos que les impiden caminar en su perfecto amor,<br />

les limpia también el Señor de todo aquello que podría disminuir o<br />

desvirtuar la alegría y dignidad de su pacto matrimonial.<br />

Sería ideal que, a ser posible, los casados señalasen sus días<br />

para acercarse juntos al sacramento de la penitencia. De esa manera<br />

se harían más conscientes del deber de luchar juntos por el progreso<br />

en el amor de Dios, y experimentarían también juntos el gozo de la<br />

misericordia divina. Si los esposos tienen tanto que sufrir por las<br />

faltas del otro cónyuge y por las deficiencias propias, qué mejor que<br />

saberse perdonados y que poder perdonar con la absolución y perdón<br />

del mismo Dios.<br />

Matrimonio y eucaristía<br />

Los bautizados poseen el preciado derecho de concelebrar la eucaristía.<br />

Es el signo de su pertenencia a la amorosa alianza entre<br />

Cristo y la Iglesia, la cual celebramos en este santo sacrificio. Concelebrar<br />

activamente la eucaristía viene a ser como repetir sin descanso<br />

un sí de gratitud por nuestra vocación cristiana, un ratificar<br />

nuestros compromisos dentro de la nueva y eterna alianza y un<br />

vivir según su ley y gracias a su virtud.<br />

En la recepción válida y digna del sacramento, pronuncian los<br />

contrayentes un sí solemne a las santas disposiciones del Creador<br />

y Redentor para el matrimonio y la familia. Éste sí, de carácter esencialmente<br />

sacramental, no puede sino contribuir a una participación<br />

más honda de la nueva y eterna alianza amorosa entre Cristo y la<br />

Iglesia. Así pues, cuando los esposos concelebran juntamente la eucaristía,<br />

están por el mismo hecho renovando no sólo su sí a su<br />

vocación cristiana general dentro del pueblo de Dios, sino también<br />

el sí a su vocación particular como miembros ligados por una alianza<br />

matrimonial. En esta celebración conjunta y en la comunión recibida<br />

también juntamente, va incluido el deber y la promesa de

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