LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS
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206<br />
Eucaristía y virginidad<br />
El virgen ha de estar alerta contra la tentación de sobrevalorar<br />
como propia su consagración. Para ello le ayudará sobre todo el<br />
recuerdo del amor del Maestro que le ha llamado y que ha hecho<br />
posible su donación. Pero no estará de más que piense también en<br />
que el Señor le ha librado de muchas «tribulaciones de la carne»<br />
(1 Cor 7, 28), difícilmente separables del amor terreno. Sin embargo,<br />
aquel que ha sido escogido por el Señor para que sea totalmente<br />
suyo, ha de apreciar al mismo Señor por encima de todos<br />
sus bienes. Pensar sobre todo en el ciento por uno que le habrá<br />
de dar el Señor a cambio de esta vida, es restar valor a la propia<br />
ofrenda. Cuanto menos fíe el virgen del valor y méritos de su ofrenda<br />
y cuanto más alabe al Señor por haber sido inmerecidamente elegido,<br />
tanto más valdrá ante Dios el don de su virginidad. Cuanto<br />
más desinteresado y menos calculado sea el don, tanto más íntimamente<br />
se unirá con el don total de Cristo y será mejor respuesta a<br />
ese amor.<br />
A diferencia de la castidad aceptada por motivos puramente<br />
éticos, la virginidad es por su propia naturaleza una actitud interior<br />
de adoración, un amor que se consagra jubilosamente a Dios en<br />
aras de la amistad. Este carácter cultual de la virginidad cristiana<br />
no es algo extrínseco o accesorio. «No alabamos el que permanezcan<br />
vírgenes, sino el que en santa continencia sean vírgenes consagradas<br />
a Dios» 5 . La traducción sensible de este valor íntimo de la<br />
virginidad es el voto expreso de perfecta castidad. Santo Tomás<br />
afirma que «la virginidad, como virtud, incluye el propósito afirmado<br />
con voto de conservar perpetuamente la integridad» 6 . Es evidente<br />
que la virginidad nunca puede ser considerada como una categoría<br />
puramente ética, mientras que la virtud de la castidad puede<br />
serlo, aunque no para la Sagrada Escritura, la cual siempre la considera<br />
desde un punto de vista cultual. El sí a la gracia de la virginidad<br />
es desde su misma raíz una respuesta religiosa, una voluntad<br />
de consagración, de dar culto a Dios, de cooperar al sacrificio de<br />
Cristo.<br />
Nos preguntamos a veces si la ausencia de votos en algunas congregaciones<br />
femeninas modernas se deberá tan sólo al miedo de<br />
contraer tan santas y radicales obligaciones en la presencia de Dios.<br />
5. San AGUSTÍN, De virg., c. 11.<br />
6. ST H-IT, q. 152, a. 3 ad 4.<br />
El servicio cabal 207<br />
¿No entrará también una tendencia, quizá inconsciente, a convertir<br />
las fuertes esposas de Cristo en castas doncellas al servicio de<br />
un fin determinado, de una gran tarea apostólica? Aun cuando falten<br />
los votos formales, la actitud religiosa interior de la consagración<br />
cultual no puede nunca faltar. Y denota ciertamente algún fallo el<br />
que esa actitud interior imprescindible en la verdadera virginidad<br />
no se concrete en un voto, no logre la forma de acto expreso de<br />
culto. Eso sí: lo de menos será que este acto de religión se llame<br />
voto, juramento o compromiso. Al fin y al cabo, lo importante es el<br />
sentido interior de dicho acto.<br />
El sentido sacrificial y la actitud de oblación religiosa que caracterizan<br />
la virginidad cristiana no se nos revelan en toda su perfección<br />
sino cuando consideramos la virginidad en su relación con la<br />
santísima eucaristía. Como memorial de la muerte de Cristo, la eucaristía<br />
nos trae el recuerdo de la oblación sangrienta de Cristo, en<br />
la cruz; pero en cuanto presencia del Señor glorificado nos lanza<br />
hacia delante, hacia el triunfal acorde final de las bodas del cordero<br />
con la Iglesia mediante un pacto nupcial sellado con la misma sangre<br />
del cordero. Todo lo duro de la virginidad y todas las renuncias<br />
que su conservación impone, recibe de su unión con el sacrificio expiatorio<br />
de Cristo un poder de expiación para la lucha contra la impureza<br />
en el mundo.<br />
Pero, igual que la eucaristía, que es esencialmente cántico de<br />
alabanza, júbilo cultual del amor, eco eterno del doloroso sacrificio<br />
de Jesús en la cruz, también la virginidad, revestida del poder cultual<br />
del sacrificio eucarístico de Cristo y de la Iglesia, tiene un carácter<br />
pascual. No es angustiosa soledad, no es ley opresora, sino la<br />
más libre consagración de amor. Es sacrificio ofrecido una vez en<br />
virtud de la muerte de Cristo y perenne concelebración de su amor<br />
derramando torrentes de gracias sobre nosotros. La virginidad es,<br />
pues, adoración, agradecimiento, amor jubiloso para gloria del Dios<br />
trino.<br />
EL SERVICIO CABAL<br />
El misterio del altar es un santo servicio de la Iglesia. Es recuerdo<br />
perenne de que el Señor quiso pasar entre los suyos «como siervo»<br />
(Le 22, 27). Es un servicio recíproco, libre de toda intención