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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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324 Los sacramentos de la nueva ley<br />

enfermedad, este sacramento confiere a todos los que lo reciben fielmente,<br />

como don especial, los mismos sentimientos de Cristo al<br />

morir, para que también nosotros podamos hacer de nuestros dolores<br />

y de nuestra muerte una oblación perfecta en beneficio de nuestros<br />

hermanos.<br />

Aun en la enfermedad, en nuestra senectud y en el mismo lecho<br />

de muerte nos es posible un excelente, aunque callado, apostolado:<br />

nuestro espíritu de fe, el ejemplo de nuestra paciencia, de nuestra<br />

piedad y de nuestro agradecimiento por todos los servicios que nos<br />

prestan nuestros allegados u otros, son obras excelentes de caridad<br />

hacia nuestros prójimos.<br />

Y en los días en que disfrutando de buena salud podemos prever<br />

lejano el final de nuestro peregrinar en la tierra, herhos de acostumbrarnos<br />

a ofrecer generosamente nuestra muerte en unión con el<br />

amor redentor de Cristo hacia todos los hombres. El sacramento de<br />

la unción de los enfermos ha de encontrarnos ya dispuestos para la<br />

última unión con la obediencia amorosa de Cristo al Padre, que fue<br />

al mismo tiempo la muestra suprema de su amor a los hombres. Por<br />

eso necesitamos tanto la práctica cotidiana de la caridad fraterna<br />

que constituye un ejercicio excelente y necesario de bien morir, ordenándolo<br />

todo: vida, alegrías, sufrimientos, mortificaciones, días de<br />

cruz, a la salvación del prójimo.<br />

<strong>LA</strong> IGLESIA, SACRAM<strong>EN</strong>TO DE CARIDAD<br />

En todos y cada uno de los siete sacramentos está siempre palpitante<br />

el sacramento original, que es el sacramento o el misterio<br />

del amor de Cristo a su Iglesia. En un sentido más universal podemos<br />

afirmar que la Iglesia es en sí misma sacramento de la caridad.<br />

Ella es a quien obliga sobre todo el deber de hacer visible y palpable<br />

a los hombres el amor de Cristo, cuya misión de revelar al Padre<br />

está llamada a continuar la Iglesia por todos los siglos. En la Iglesia<br />

propiamente es donde reviste formas.humanas la caridad que viene<br />

de Dios y conduce a Dios.<br />

La misma misión pastoral de la Iglesia no es sino una función<br />

de caridad hacia las almas inmortales. Y cuantos participan de cualquier<br />

modo del oficio pastoral de la Iglesia, han de tener sumo in-<br />

La Iglesia, sacramento de caridad 325<br />

teres de que en todas sus empresas predomine siempre con gran<br />

ventaja la caridad sobrenatural hacia los hombres sus hermanos,<br />

caridad que luego ha de expresarse palmariamente en todas sus<br />

obras y palabras. El que se atreva a espetar las leyes eclesiásticas<br />

a los oídos del pecador sin ninguna consideración y caridad, no pretenda<br />

actuar en nombre de la Iglesia. De hecho, ese tal actúa contra<br />

el sentido más profundo de la Iglesia. Sus leyes, en efecto, no son<br />

sino expresión de su amor pastoral; todas desembocan en el precepto<br />

fundamental de la caridad. Es absolutamente necesario que<br />

este origen y finalidad de las leyes de la Iglesia presida siempre su<br />

aplicación, igual que se exige que la gracia sacramental se traduzca<br />

visiblemente en el signo de cada sacramento.<br />

La Iglesia es comunidad de fe y de amor. El ejercicio del magisterio<br />

eclesiástico, como también la confesión de fe, no adquieren su<br />

pleno valor sino cuando a través de esos actos se hace patente y<br />

comprensible la caridad que interiormente debe animarlos. El Señor<br />

rezó por sus apóstoles y por todos los que un día abracen la fe por<br />

su ministerio: «Que sean consumados en la unidad, para que el<br />

mundo conozca de este modo que tú me enviaste y que los amaste<br />

como me amaste a mí» (Jn 17, 23).<br />

La Iglesia en su conjunto y en cada uno de sus aspectos es sacramento<br />

de caridad, y por eso toda comunidad eclesiástica y cada<br />

miembro de las mismas ha de empeñarse con todas sus fuerzas en<br />

dar un testimonio fehaciente de esta realidad.<br />

La validez de la administración de los sacramentos está en la<br />

Iglesia católica asegurada por la especial intervención de Dios. Pero<br />

una triste experiencia nos enseña que frecuentemente se «administran»<br />

los sacramentos de una manera tan exterior y formalística y<br />

los fieles «cumplen» con dichos ritos de una forma tan material,<br />

que a los no iniciados les resulta poco menos que imposible reconocer<br />

los misterios de fe y caridad que realmente implican y representan.<br />

Algo parecido ocurre con este sacramento universal de caridad<br />

que es la Iglesia. Hay épocas en las que aun en el seno de la<br />

Iglesia «se enfria la caridad de muchos» (cf. Mt 24, 12), mientras<br />

simultáneamente aumenta el número de falsos profetas que, precisamente<br />

por falta de auténtico fervor en las filas eclesiásticas, ejercen<br />

entonces con mayor éxito su papel seductor.<br />

Así como el rito esencial de cada sacramento nos obliga de

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