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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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264 Nuevo sentido de la muerte<br />

Todos los sacramentos, precisamente por ser sacramentos de la<br />

muerte redentora de Cristo, nos plantean la cuestión: ¿Qué sería en<br />

este momento tu muerte? ¿Sería día de plenitud, día de cosecha, de<br />

fiesta en el cielo? O bien, ¿sería de cólera, día de tormenta que hace<br />

caer del árbol el fruto podrido? Lo que el Señor avisaba a todos sus<br />

discípulos hablándoles del gran día de su retorno, nos lo dice a cada<br />

uno la incertidumbre del día de nuestra muerte: «Estad preparados,<br />

porque en la hora que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre»<br />

(Mt 24, 44). ¿Estoy yo preparado si la muerte viniera a buscarme<br />

en este mismo momento?<br />

Al llegar la muerte, ¿nos encontraremos en estado de gracia,<br />

maduros y limpios para el día de la recolección? Sabemos de sobra<br />

que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. A todos dirige su<br />

mandamiento: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto»<br />

(Mt 5, 48). Nadie puede creer que ha alcanzado dicha perfección,<br />

pero todos hemos de fijarnos esa meta y tender a lograrla en<br />

la medida de la gracia que Dios nos concede, que es también la medida<br />

de la santidad que Él nos exige. Conforme al grado de nuestra<br />

vocación a la santidad, distribuye Dios sus gracias a cada uno; reparte<br />

a cada alma la lluvia y el sol, las pruebas y las alegrías. La<br />

meditación de nuestras postrimerías nos invita a recibir agradecidos<br />

la gracia del momento presente y a responder a ella con toda generosidad.<br />

Triunfo de la misericordia de Dios<br />

Con amargo dolor recordamos ahora las muchas gracias que hemos<br />

perdido y desaprovechado en nuestra vida y de las que rendiremos<br />

cuentas en el último día. No nos sentimos suficientemente<br />

preparados para el último combate. Advertimos nuestra debilidad,<br />

y el recuerdo de nuestras culpas nos llena de temor. Pero ante<br />

nosotros surge como gran esperanza el sacramento de la unción de<br />

los enfermos.<br />

La unción de los enfermos es signo de la misericordia de Dios<br />

y del solícito amor de la Iglesia para el trance de una enfermedad<br />

importante o de un agotamiento senil, pero sobre todo cuando éstos<br />

se suponen mortales. A causa de nuestra solidaridad en el pecado<br />

por la culpa de Adán y también debido a nuestros muchos pecados.<br />

¿Cuál será mi muerte? 265<br />

la enfermedad grave representa para nosotros una situación especialmente<br />

difícil: el espíritu se siente más débil, los sentidos quedan más<br />

indefensos que nunca expuestos a peligrosas solicitaciones. El demonio,<br />

que sabe «le queda poco tiempo» (cf. Apc 12, 12), va a<br />

intentar todo lo que esté en su mano para hacernos sucumbir, principalmente<br />

en la desesperación. Pero por encima de nuestra solidaridad<br />

en el pecado está nuestra solidaridad de la salvación en Cristo<br />

Jesús, y Él hará que esa hora peligrosa se convierta para nosotros<br />

en una mayor manifestación de su gracia.<br />

Ante todo, Dios nos quiere consolar con la experiencia íntima<br />

de la fuerza del Espíritu Santo. Al consagrar el óleo de los enfermos,<br />

pronunció el obispo esta oración: «Yo te conjuro, espíritu inmundo,<br />

os conjuro asaltos de Satán y fantasmas engañosos: en el nombre<br />

del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, apartaos de este óleo que<br />

va a ser unción del Espíritu Santo para fortalecer el templo del Dios<br />

vivo en el cual more el mismo Espíritu de santidad: en el nombre<br />

del Padre Dios omnipotente, y en el nombre de su Hijo amadísimo<br />

Jesucristo, que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos y a todo<br />

este mundo por el fuego. Amén.»<br />

En otra impresionante oración dice también el obispo invocando<br />

la venida «del Espíritu Santo, del Consolador», para que el aceite<br />

de olivas se convierta en signo eficaz que «conforte el espíritu y el<br />

cuerpo». Mediante la unción el Espíritu Santo tiende a completar la<br />

unción que desde el bautismo y la confirmación nos convirtió en<br />

miembros del pueblo de reyes y sacerdotes, en testigos de su amor.<br />

Por eso concluye el obispo: «Con este aceite ungiste sacerdotes,<br />

reyes, profetas y mártires (testigos). Que sea ahora crisma perfecto,<br />

bendecido por ti, que permanezca en nuestro interior, en el nombre<br />

de nuestro Señor Jesucristo.» Si apoyados en la virtud del Espíritu<br />

Santo, sabemos hacer frente al momento crucial de la última enfermedad,<br />

esta situación, decisiva y difícil puede significar para nosotros<br />

en verdad el coronamiento de toda la vida cristiana. En ella<br />

alcanzaremos, efectivamente, la victoria más perfecta sobre todo<br />

enemigo; en ella podremos dar el testimonio cabal de nuestro amor,<br />

entregándonos confiadamente en las manos de Dios que nos llama.<br />

La unción del Espíritu Consolador cambiará la tristeza y el abatimiento<br />

que trae consigo la enfermedad y la vejez agotada, en un<br />

dulce sosiego. Y éste es ya un fruto positivo de la curación que la

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