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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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92<br />

Qué nos enseña la gracia bautismal<br />

dado un sí a la seriedad de la muerte de Cristo y la victoria de su<br />

resurrección. «Sepultados con Cristo, habéis resucitado con Él por<br />

la fe en el poder de Dios que le resucitó» (Col 2, 12).<br />

Los repetidos exorcismos del rito bautismal expresan la necesidad<br />

de esta lucha decidida y la confianza de triunfar en este buen<br />

combate de la fe. Con ellos se arrojan las fuerzas del mal y se le dice<br />

al bautizado que no tiene por qué temer al maligno, con tal que edifique<br />

sobre Cristo y permanezca solidariamente unido con Cristo y<br />

con su pueblo.<br />

Como no podría ser de otra forma, en este rito bautismal, que<br />

expresa en palabras e imágenes la realidad y la esencia de la vocación<br />

cristiana, podemos encontrar todos los elementos de la meditación<br />

fundamental de los Ejercicios de san Ignacio. En el bautismo<br />

nos escoge Cristo para el reino de su Padre. Nosotros damos nuestro<br />

sí, declarándonos dispuestos a combatir contra las fuerzas del mal<br />

bajo la bandera de Cristo y en perfecta solidaridad con el pueblo de<br />

Dios. A la grandeza de la elección debe corresponder una decisión<br />

resuelta y empeñada de combatir noblemente al lado de Cristo. Sabemos<br />

desde luego que en la victoria final Cristo será quien triunfe.<br />

Y su victoria será nuestra victoria si mantenemos firme nuestro frente<br />

a su lado.<br />

La resolución del bautizado para combatir la buena lucha se alimenta<br />

de la virtud teologal de la esperanza, y ésta vive de la je en<br />

la muerte y resurrección de Cristo, que por el bautismo han pasado<br />

a ser realidades también nuestras. Nuestro ser renovado nos asegura<br />

la solidaridad con Cristo en esta lucha, y a su vez experimentamos<br />

que este ser permanece en la medida en que pronunciamos nuestro<br />

sí a la solidaridad con todo el pueblo de Dios.<br />

Sabemos que nada nos puede separar de Cristo, pues hemos sido<br />

incorporados a Él mediante una muerte y resurrección semejantes a<br />

la suya. La gracia se presenta con más dura urgencia que la muerte<br />

y el infierno, pero con tal de que se observe una condición fundamental:<br />

que estemos sinceramente resueltos a vivir no bajo el régimen<br />

de una ley ceñida al puro límite inferior de la obligación, sino<br />

realmente «bajo la gracia», conscientes de todo lo que signifique y<br />

exige esta gozosa realidad. No podremos, pues, formular la pregunta<br />

del esclavo: «¿Qué es a lo que en rigor estoy obligado?» Para el que<br />

vive bajo la ley de la gracia no hay más que una preocupación: vivir<br />

Nos enseña alegre resolución 93<br />

fundamentalmente del don de Dios, orientar toda su actividad hacia<br />

la gracia que ha recibido por concesión sobrenatural.<br />

Cuando agradecidos y resueltos hacemos de la gracia la ley de<br />

nuestra vida, sabiendo que en la gracia nos concede Dios realmente<br />

la norma de conducta según la nueva vida, podemos tener la seguridad<br />

de que nunca nos ha de faltar la fortaleza de esta gracia divina.<br />

Dios no abandona sino a quien le abandona primero. Hay un<br />

grave peligro para el bautizado: centrar prevalentemente la atención<br />

en la ley exterior que señala unos límites necesarios, considerando<br />

la gracia como una ayuda que se le concede luego en vistas a la observancia<br />

de dicha ley. Es desenfocar la realidad e invertir los términos<br />

de manera funesta y vergonzosa. De ahí nace esa confusa división<br />

entre gracia santificante y gracia actual, que son de suyo dos<br />

aspectos de la misma y viva realidad. Las gracias actuales no tienen<br />

por finalidad primaria y directa ayudar a cumplir la ley exterior. Están<br />

en relación inmediata con la gracia santificante, a cuyo desarrollo<br />

se ordenan. La ley, por su parte, no es sino una defensa contra<br />

posibles concepciones falseadas de la realidad interior. La ley es ciertamente<br />

expresión del ser en gracia; pero expresión que en ningún<br />

modo traduce adecuadamente la realidad íntima de la vida de la gracia<br />

y de las gracias actuales que Dios otorga incesantemente en vista<br />

a su conservación y desarrollo. Todos estos dones de Dios exigen<br />

nuestra colaboración agradecida. La ley, teniendo en cuenta nuestra<br />

condición humana, tiende a impedir que vivamos despreocupadamente<br />

o engañados por una vaga ilusión.<br />

«La gracia nos enseña.» Pero cuidado con entender esto como<br />

si dicha enseñanza se redujera a la meditación racional o afectiva de<br />

esta maravillosa realidad que es la gracia, auténtica norma de nuestro<br />

pensar y de nuestra conducta. Porque, por encima de la gracia y<br />

actuando a través de ella, está el mismo Espíritu Santo, verdadero<br />

maestro interior de nuestra alma. Lo cual no excluye que la actitud<br />

sumisa a su actuación a un tiempo suave y enérgica no exija una meditación<br />

continua de sus dones y un oído atento a la voz de la Iglesia<br />

que nos anuncia la buena nueva de la gracia y nos impulsa y<br />

conduce sin cesar hacia la ley interior de la gracia. Y no olvidemos<br />

tampoco el papel de la liturgia: participando activamente en sus<br />

misterios renovamos y profundizamos más y más nuestra orientación<br />

hacia esta realidad básica de nuestra consagración bautismal.

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