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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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80 Qué nos enseña la gracia bautismal<br />

cual grita: "¡Abba, Padre!" De manera que tú, gracias a Dios, ya<br />

no eres esclavo sino hijo» (Gal 4, 6s).<br />

Podemos en Cristo y con Cristo entregarnos totalmente al Padre.<br />

Y de este modo, entregándonos confiada y agradecidamente al Padre,<br />

haciendo de nuestra vida una continua alabanza a aquel de<br />

quien todo lo recibimos, tomamos parte en la gloria del Hijo Unigénito,<br />

participamos de su don «gracia sobre gracia».<br />

El principio y la cima de la vida cristiana es un sentido filial para<br />

con Dios, sentido filial que corresponde realmente a nuestra condición<br />

de hijos de Dios.<br />

El bautismo es «el baño de la conversión», como lo designaba ya<br />

san Justino, uno de los más antiguos escritores eclesiásticos. El don<br />

de la conversión, o en otras palabras, del retorno a Dios, es «el espíritu<br />

de filiación que nos hace exclamar: "¡Abba, Padre querido!"<br />

Precisamente este Espíritu está diciendo a nuestro espíritu que somos<br />

hijos de Dios» (Rom 8, 15s).<br />

Los sacramentos de la conversión nos hacen hijos de Dios. Por<br />

eso la exigencia fundamental que el bautismo pone a nuestra vida y<br />

que toda nueva gracia del Espíritu nos recuerda es vivir conforme a<br />

nuestra divina filiación: «Si no os convertís y hacéis como niños, no<br />

podréis entrar en el reino de los cielos» (Mt 18, 3).<br />

El niño sabe que todo lo ha recibido de sus padres. No le cuesta<br />

pedir. No tiene miedo a perderse, sino que vive plenamente confiado<br />

en sus padres. No teme equivocarse haciendo lo que ellos le dicen.<br />

El niño es en su simplicidad una imagen natural del Hijo de Dios. El<br />

bautismo nos hace ser de manera más perfecta, de modo sobrenatural,<br />

copias vivas de Cristo, de su agradecimiento filial, de su entrega<br />

al Padre. Para eso precisamente nos dio Cristo su Espíritu y a<br />

eso va encaminada toda gracia del Espíritu Santo: a enseñarnos a recibirlo<br />

todo como venido del Padre y a entregarnos agradecidos al<br />

Padre como hijos suyos. «Conociendo esto, nuestra adopción divina,<br />

caminemos en el Espíritu; pues los hijos se dejan guiar por el Espíritu<br />

(Rom 8, 14). De nada sirve llevar el nombre de cristiano, si los<br />

frutos no se ven por ninguna parte» (Cirilo de Jerusalén).<br />

<strong>LOS</strong> DONES DE <strong>LA</strong> FILIACIÓN<br />

Junto con la adopción nos concede Dios en el bautismo las tres<br />

fuerzas fundamentales para vivir esa vida divina: la fe, la esperanza<br />

y la caridad. Estas tres virtudes nos enseñan y ayudan a realizar en<br />

la vida nuestro ser de hijos de Dios.<br />

En el mismo momento en que la Iglesia pone en nuestros labios<br />

la confesión de nuestra fe y nos recibe en la comunidad de los creyentes,<br />

abre Dios nuestros oídos «a fin de que escuchemos como discípulos»<br />

(Is 50, 4).<br />

La virtud de la je nos da una mirada sencilla y penetrante para<br />

considerar las obras de Dios. La fe, en cuanto fuerza viva de Dios<br />

en nosotros, quiere ser mucho más que el puro acto intelectual de<br />

asentimiento a las verdades que Dios nos ha revelado. La fe no se<br />

queda sólo en el entendimiento: abre nuestro espíritu y nuestro corazón<br />

a los misterios más personales e íntimos del corazón de Dios;<br />

por la fe hacemos nuestra la verdad que se nos ofrece en la misma<br />

persona de Cristo viniendo a nosotros, verdad felicísima, verdad que<br />

libera, verdad de la que brota continuamente la vida.<br />

Hay que poseer un sentido especial para comprender la palabra<br />

de Dios que solicita nuestra fe. Hay que saber escuchar como escucha'un<br />

niño. Hay que aprender a maravillarse como sólo puede hacerlo<br />

un niño. Pues solamente así, mediante este sentido filial, podremos<br />

penetrar por la oración y la meditación en las riquezas de la<br />

verdad divina hasta abismarnos en la entrega a aquel que es la verdad<br />

en persona.<br />

La fe halla su mejor expresión en el diálogo filial de la plegaria.<br />

Dichoso el que desde el regazo materno ha aprendido que rezar no<br />

es lo mismo que «despachar unas cuantas oraciones o recitar algunas<br />

fórmulas», sino hablar con Dios de corazón a corazón. Rezar<br />

es hablar filialmente con Dios. Y este carácter filial del diálogo amoroso<br />

con nuestro Padre implica siempre una actitud fundamental de<br />

atención a lo que Dios quiere decirnos. Son tantas cosas las que Dios<br />

nos dice. Él nos habla siempre. Nos habla en la Sagrada Escritura.<br />

Nos habla a través de la predicación. Nos habla mediante su palabra<br />

eficaz en los sacramentos. Nos habla mediante la acción de su gracia<br />

fuera de los sacramentos. Nos habla mediante su providencia que

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