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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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54 Oración a la luz de la oración del Señor<br />

mcntos son al mismo tiempo y con idéntica verdad signos eficaces<br />

de la unidad de la Iglesia, de la unidad de todos los redimidos en<br />

Cristo.<br />

Los sacramentos nos invitan a vivir intensamente en plan personal:<br />

a realizar y profundizar nuestra responsabilidad personal en<br />

la presencia de Dios. Personalismo es éste de raíz tan bíblica y tan<br />

genuinamente sacramental, que ha de estar sustentado por el sentido<br />

familiar — por la pieías divina — de nuestro Padre celestial con<br />

quien formamos una familia en Cristo. Toda nuestra oración personal,<br />

todo nuestro sentido de responsabilidad personal demuestran<br />

su autenticidad, su auténtica categoría cristiana, haciendo nacer en<br />

nosotros un sentido de familia, impulsándonos a alabar a Dios en el<br />

coro de nuestros hermanos y a compartir nuestras propias responsabilidades<br />

con las suyas.<br />

PADRE, QUE REINAS DESDE TU TRONO CELESTIAL<br />

El nombre de padre es el nombre más íntimo: descubre la indescriptible<br />

dicha de sentir a Dios cercano. Es la única palabra que<br />

tiene el hombre ante el mysterium fascinosum del Dios Padre. Ella<br />

nos habla del amor incomprensible del Padre celestial que nos envió<br />

a su Hijo unigénito y nos comunicó el «Espíritu de gloria» (1 Pe<br />

4, 14).<br />

En cambio, la aposición «que estás en los cielos» nos habla inmediatamente<br />

del mysterium tremendum, del misterio impresionante<br />

de la santidad y sublimidad de Dios. Recordamos al punto la advertencia<br />

del Eclesiastés: «Dios está en los cielos y tú sobre la tierra»<br />

(Ecl 5, 1). Experimentamos el santo temblor del profeta Isaías al<br />

contemplar la visión majestuosa del Dios tres veces santo en su<br />

trono excelso. Aquella triple invocación de los serafines nos permite<br />

hacernos una pálida idea de la sublimidad del Dios que está en los<br />

cielos.<br />

Los sacramentos nos introducen en el misterio pascual, que es<br />

al mismo tiempo revelación del amor de Dios tan cercano a nosotros<br />

y de la santidad tremenda del Padre celestial ofendido por nuestros<br />

pecados. Para comprender en toda su complejidad y hondura el<br />

mensaje de los sacramentos, que nos hacen vivir la maravillosa ex-<br />

Padre que reinas 55<br />

periencia de la cercanía de Dios, tenemos que haber acompañado a<br />

Cristo al huerto y haber escuchado aquel grito estremecedor en la<br />

cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» Tenemos<br />

que tomar muy en serio el viernes santo, si queremos gozar de<br />

las delicias del misterio pascual. La piedad sacramental exige una<br />

tensión equilibrada entre temor y confianza, entre rendida veneración<br />

y amor jubiloso, entre mysterium tremendum y mysterium fascinosum<br />

— misterio impresionante y misterio atrayente —. Los sacramentos<br />

son a un tiempo chorros ardientes de luz y nubes<br />

tenebrosas. Son signos que nos hablan del amor de Dios abajado<br />

hasta nosotros, pero también signos que nos ocultan misteriosamente<br />

la inaccesible santidad de Dios (cf. Heb 12).<br />

El mensaje del «Dios que está sentado en su trono de los cielos»<br />

aunque exige nuestra adoración más absoluta, no disminuye en nada<br />

la santa alegría para sentir a Dios tan cercano. Más aún, hasta la<br />

aumenta. Pues al comprender la sublime grandeza del Dios santo,<br />

comprendemos también su gran dignación al concedernos, por puro<br />

amor, vivir a su lado, al lado del Dios, que, siendo Padre de nuestro<br />

Señor Jesucristo, quiere ser también Padre nuestro.<br />

Ésta es la enseñanza inicial que nos dan las primeras palabras<br />

del padrenuestro consideradas a la luz de los sacramentos. Nos hacen<br />

comprender nuestra existencia dentro de un marco fundamentalmente<br />

personal y comunitario. Nos hacen concebir nuestra vida<br />

como diálogo empapado de profunda adoración y también de filial<br />

confianza con Dios nuestro Padre, en unión redentora con Cristo,<br />

Hijo del Padre, hecho hombre, y en el seno de su cuerpo místico<br />

que es la Iglesia.<br />

Así pues, para nosotros los sacramentos ya no son «cosas santas»<br />

que Dios pone a nuestro servicio. Son, ante todo, como la<br />

oración, como el padrenuestro, diálogo personal en el que Dios nos<br />

habla y nosotros le respondemos. A la luz de la estructura fundamental<br />

de nuestra vida religiosa, que es primordialmente estructura<br />

hondamente personal, los sacramentos, obra salvífica de Dios en<br />

Cristo mediante la Iglesia, son signos de amor de Dios que continuamente<br />

sigue ejerciendo su eficacia y continuamente nos llama.<br />

Mediante los sacramentos penetramos en el ámbito del personalismo<br />

sobrenatural: somos llamados e interpelados personalmente en<br />

Cristo; luego, en Cristo, en virtud de su Espíritu Santo y en virtud

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