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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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52 Oración a la luz de la oración del Señor<br />

La palabra eficaz de Cristo en los sacramentos continúa en la<br />

misma línea la gran lección de oración que quiso darnos en el padrenuestro.<br />

En éste como en aquéllos nos ha puesto el Señor ante<br />

los ojos los grandes ideales de nuestra oración y de toda nuestra<br />

existencia. Jesucristo es el único Señor y Maestro. En lo alto del<br />

monte de las bienaventuranzas — Mateo presenta el padrenuestro<br />

en medio del sermón de la montaña—, sobre el monte de los dolores,<br />

el monte de la resurrección y de la donación del Espíritu, pregona<br />

su evangelio y prepara nuestra salvación. Ahora, en los sacramentos<br />

sigue pregonando eficazmente la nueva ley de gracia, que<br />

graba en nuestros corazones junto con la nueva vida. Los misterios<br />

redentores de Cristo, su voz que resuena de fuera en nuestros oídos<br />

y su acción salvífica en los sacramentos se corresponden e iluminan<br />

mutuamente.<br />

Pero de manera muy especial se iluminan entre sí el padrenuestro<br />

y los sacramentos en su estructura fundamental. De la comparación<br />

entre padrenuestro y sacramentos podremos obtener una maravillosa<br />

síntesis de nuestra vida.<br />

Muchos grandes teólogos, con admirable agudeza, se han esforzado<br />

en yuxtaponer a cada petición del padrenuestro una bienaventuranza,<br />

a cada bienaventuranza una virtud teologal o una virtud<br />

cardinal, uno de los frutos del Espíritu Santo y finalmente uno de<br />

los siete sacramentos. A pesar de tan excelentes modelos, no pretendemos<br />

llevar las cosas por ese camino; algunos detalles podrían<br />

parecer demasiado rebuscados. Pero el intentar una visión global de<br />

todos estos misterios lo creemos un importante deber teológico. Nos<br />

interesa sobre todo poner de relieve el valor inmediatamente vital<br />

de la gran síntesis que se deduce de los santos misterios. Intentaremos,<br />

pues, coordinar esos diversos elementos en una idea unitaria a<br />

fin de dar a conocer la mutua dependencia que existe entre los diversos<br />

puntos de vista.<br />

«ABBA», PADRE NUESTRO<br />

«Padre», simplemente, leemos en los mejores textos que han llegado<br />

hasta nosotros del evangelio de san Lucas. Esta lectura se ve<br />

confirmada por otros pasajes (Rom 8, 15; Gal 4, 6) que resumen<br />

«Abba», Padre nuestro 53<br />

la oración de los cristianos en este grito que el mismo Espíritu<br />

Santo hace salir de lo más hondo del alma: «¡Abba, Padre!» Cuando<br />

los apóstoles difunden esta plegaria «¡Abba, Padre!», resuena<br />

en sus oídos y en su alma la voz cordial del Maestro. Cómo nos<br />

hacen recordar inmediatamente aquella súplica dolorida del huerto:<br />

«¡Abba, Padre! Tú lo puedes todo» (Me 14, 36). Y aquella explosión<br />

jubilosa: «Te doy gracias, oh Padre, Señor de los cielos, que<br />

ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las manifestaste a<br />

los pequeños. Sí, Padre, así lo habías dispuesto» (Mt 11, 25s). ¡Qué<br />

santo temblor y qué profunda emoción no sobrecogería a los discípulos<br />

al repetir este nombre tan entrañable para el Verbo humanado!<br />

Ellos que habían escuchado también aquel «Este es mi hijo amadísimo»<br />

(Mt 3, 17; 17, 5; 2 Pe 1, 17).<br />

El Señor nos ha enseñado a unir nuestra voz con la suya para<br />

clamar: «¡Abba, Padre!» Con ello quiso revelarnos no solamente el<br />

misterio de su filiación divina sino también el misterio redentor de<br />

nuestra unidad vital con Él. Podemos llamar a Dios, al «Padre<br />

de nuestro Señor Jesucristo» (2 Cor 1, 3), con el nombre de padre,<br />

padre nuestro, porque Él nos escogió por hijos en su Hijo amadísimo<br />

y nos reveló en su Hijo sus paternales designios sobre nosotros.<br />

En el bautismo nos dio nombre de hijos, y en la confirmación derramó<br />

en nuestra alma la plenitud del Espíritu de filiación, de modo<br />

que, animados realmente de sentimientos filiales, podemos exclamar:<br />

«¡Abba, Padre!» «El Espíritu nos asegura que somos de veras hijos»<br />

(Rom 8, 15s).<br />

«¡Abba, Padre!» podemos gritar unidos en una sola realidad de<br />

vida y de amor con Cristo, en virtud de nuestra maravillosa solidaridad<br />

de destino con Él. Pero este grito confiado solamente será<br />

agradable a Dios cuando surja de un alma consciente también de la<br />

solidaridad de redención de todos los demás hombres en Cristo. Es<br />

decir, que el grito «Padre» ha de terminar siempre en un «Padre<br />

nuestro», que es lo que leemos en el Evangelio de san Mateo. Ambos<br />

textos, el de san Lucas y este de san Mateo, no se contradicen;<br />

más bien, mutuamente se ilustran y completan.<br />

El bautismo nos hace hijos de Dios y además miembros de su<br />

gran familia; nos convierte en hermanos y hermanas de Cristo. Todo<br />

sacramento significa un encuentro personal con Cristo, y un encontrarse<br />

personalmente en Cristo con el Padre celestial. Pero los sacra-

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