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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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310 La abnegación impuesta por los sacramentos<br />

solamente lo venceremos si luchamos por hacer nuestros el anonadamiento<br />

y la obediencia de Cristo.<br />

Así como alma y cuerpo forman una unidad en sus manifestaciones<br />

vitales y en su actividad, de igual manera abnegación interior y<br />

exterior constituyen un conjunto inseparable: ascesis exterior sin lucha<br />

interior contra el orgullo sería arma peligrosísima para nuestra<br />

salvación. Por otra parte, la humilde sujeción del espíritu a las exigencias<br />

de la ley de vida en Cristo será imposible si no se somete<br />

simultáneamente la carne al espíritu, esto es, si todo el hombre, mediante<br />

una renuncia sin tregua, no se somete a la «locura de la cruz».<br />

DOCILIDAD Y ESPONTANEIDAD<br />

El medio más eficaz para dominar las pasiones y concupiscencias<br />

del hombre viejo es someterse al ritmo que nos trace la providencia.<br />

Solamente el médico divino sabe bien lo que nos conviene: Él sabe<br />

cómo distribuir en nuestra experiencia el fracaso, los desprecios, las<br />

enfermedades, las pruebas que nos hacen sentir vivamente la pobreza<br />

de nuestra condición. En el sí a estos dones de Dios, mediante los<br />

cuales Él nos purifica pasivamente, hemos de ver nuestra gran arma<br />

para asestar golpes decisivos al «hombre viejo» que llevamos dentro.<br />

La dócil sumisión a las disposiciones de la divina providencia<br />

nos preserva de caer en un tipo de ascesis conforme a nuestros gustos<br />

y a nuestros caprichos. Esto, sin embargo, no puede suprimir el<br />

ejercicio de una espontaneidad o libre elección que es esencial al<br />

hombre. La renuncia voluntaria constituye también un ejercicio insustituible.<br />

El sí a determinados sufrimientos o privaciones escogidos<br />

voluntariamente por nosotros mismos, con tal que sean razonables,<br />

es buena prueba de progreso en la libertad de los hijos de Dios.<br />

La abnegación cristiana ha de mantenerse en una tensión continua<br />

entre un plan de vida claramente prefijado y una mirada siempre<br />

vigilante a las exigencias de cada momento. La inclinación perezosa<br />

de nuestro hombre viejo propende siempre a sucumbir a uno u otro<br />

de los extremos: o se aferra materialmente a un plan preestablecido<br />

o se entrega sin orden a las ocurrencias del momento. Es claro que<br />

nos conviene tener un plan de trabajo razonable, pero justamente<br />

hemos de conservar siempre una pronta disponibilidad para acudir a<br />

Camino hacia la alegría 311<br />

toda llamada auténtica, en favor de una necesidad especial del prójimo,<br />

para aprovechar las ocasiones irrepetibles de hacer el bien.<br />

Los hombres de hoy tenemos en general la conciencia muy despierta<br />

para rechazar formas de mortificación corporal que pueden<br />

poner en peligro la salud. En este terreno nos aferramos con uñas y<br />

garras a las apreciaciones de los médicos. Cabría preguntarse si somos<br />

igualmente dóciles cuando nos señalan otros peligros que puede<br />

acarrear a nuestra salud, tanto física como psíquica, una vida desarreglada<br />

satisfaciendo todas las pasiones y hasta las más perniciosas<br />

manías. ¿No es verdad que hoy día muchos cristianos, y muchos<br />

religiosos y sacerdotes, están acortando su vida no tanto por un exceso<br />

de mortificación como por un exceso de nicotina?<br />

Las mejores y más sanas obras de mortificación son las que nos<br />

imponemos en el servicio directo del prójimo. La caridad, esta reina<br />

de todas las virtudes, exige de nosotros una vigilancia permanente.<br />

El prójimo no nos reclama un plan de servicios trazados teóricamente<br />

de antemano. Lo que él quiere es que nos acerquemos a él para<br />

comprender y ayudar sus necesidades concretas y cambiantes con las<br />

circunstancias. Y esto requiere de nosotros una continua e incesante<br />

vigilancia, un estar siempre listos para salir de nosotros, lo cual frecuentemente<br />

es doloroso. Pero este estar siempre a punto para dejar<br />

a un lado los cálculos y los planes personales, nos hará ingeniosos y<br />

podremos ayudar mejor al prójimo de la manera más oportuna<br />

y ofreciéndole las mejores posibilidades.<br />

CAMINO HACIA <strong>LA</strong> ALEGRÍA<br />

Cuando el Señor nos exhorta a que, al ayunar, y en general al<br />

mortificarnos, mostremos un rostro alegre, no pretende solamente<br />

ponernos en guardia contra motivos torcidos, como sería el complacerse<br />

a sí mismo en esa obra, sino que además intenta descubrirnos<br />

una ley esencial de toda auténtica abnegación: la renuncia a nuestras<br />

torpes satisfacciones nos abre el camino a un amor más puro a toda<br />

la creación, nos ayuda a amar mejor al prójimo y a nosotros mismos,<br />

nos hace conocer la dicha del amor divino y nos permite disfrutar<br />

de la alegría de Dios. Todos los santos han sido testigos de estos<br />

efectos maravillosos de la abnegación. Pensemos solamente en san

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