LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS
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15o<br />
El misterio de la santidad<br />
ción de estas cosas creadas implica su renovación, y que las cosas<br />
inconmovibles subsistirán en su ser. Y pues nosotros recibimos<br />
un reino inconmovible, conservemos firmemente la gracia y demos<br />
por ella a Dios un culto agradable con toda reverencia y<br />
auténtica religión. Porque nuestro Dios es fuego devorador<br />
(Heb 12, 18-29).<br />
<strong>LA</strong> ALIANZA, REVE<strong>LA</strong>CIÓN DE <strong>LA</strong> SANTIDAD DE DIOS<br />
Al pactar la antigua alianza, mostró Dios una incomprensible<br />
condescendencia: escoger a un pueblo miserable y despreciado para<br />
hacer con él un pacto de amor distinguidísimo e inmerecido. Pero<br />
en aquel mismo acto de condescendencia manifestaba su tremenda<br />
y purísima santidad.<br />
La nueva alianza supone por parte de Dios una condescendencia<br />
mucho más incomprensible. La humanidad perdida en el pecado,<br />
alejada de Dios, es lavada por la sangre del Cordero y elegida para<br />
ser su esposa. Nuevamente, a la mayor condescendencia de Dios<br />
corresponde una más impresionante revelación de la santidad divina.<br />
Más que a los hombres de la antigua ley, nos dice a nosotros<br />
continuamente esta elección: Hemos sido elegidos por pura gracia.<br />
Este progreso en la revelación de la santidad de Dios llegó a su<br />
cima con la «aparición de la bondad y filantropía de nuestro gran<br />
Dios», como se expresa la carta a los Hebreos (Heb 12, 18-29).<br />
Y la consecuencia que saca su autor es que la sin igual grandeza de<br />
la nueva alianza nos pide responder no sólo con un amor fiel sino<br />
también con un santo respeto y temor que superen todo lo conocido<br />
en el Antiguo Testamento. El amor divino, manifestado en las<br />
lenguas de fuego de pentecostés y en la marca abrasadora del Espíritu<br />
que santificó a Cristo como víctima expiatoria por nuestros pecados,<br />
quiere ser en nosotros fuego purificador del «temor de Dios».<br />
En la segunda carta a los Corintios se subraya también que el<br />
servicio que obliga a los fieles el Nuevo Testamento está dominado<br />
por el fulgor de una manifestación de la santidad y gloria de Dios<br />
muy por encima de lo que fue en el Antiguo Testamento: «Si ya la<br />
ley grabada letra por letra en la piedra fue precedida de la revelación<br />
de tan claro resplandor que los hijos de Israel no podían mirar<br />
La santidad en la antigua alianza 157<br />
a la faz de Moisés a causa del fulgor que despedía su rostro — y<br />
aquello era transitorio —, ¿cuánto más no cegará el brillo glorioso<br />
que trae consigo la dispensación del Espíritu?» (cf 2 Cor 3, 7).<br />
El examen de las diversas manifestaciones de la santidad y gloria<br />
de. Dios en la antigua Alianza nos ayudará a comprender mejor<br />
la gran revelación de esa santidad en la nueva y eterna alianza concluida<br />
en la sangre de Cristo y que es celebrada por nosotros en la<br />
eucaristía hasta que alcance su manifestación definitiva en la gloria<br />
del cielo.<br />
REVE<strong>LA</strong>CIÓN DE <strong>LA</strong> SANTIDAD <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> ANTIGUA ALIANZA<br />
Después de contemplar la zarza ardiente, de verse en medio de<br />
la oscuridad y fragor de la tormenta, después de sentir la cólera<br />
y misericordia de Dios hacia aquel pueblo infiel, que pasaba sin<br />
cesar del pecado a la penitencia para volver nuevamente al pecado,<br />
se da cuenta Moisés de la indecible bondad del Dios de la alianza:<br />
«El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como sólo un amigo<br />
habla con su amigo» (Éx 33, 11). Entonces Moisés se atreve a pedir<br />
a Dios una señal de haber hallado gracia ante sus ojos, y Dios le<br />
promete que irá Él mismo con aquel pueblo que se había mostrado<br />
tan duro de cerviz. Moisés, confiadamente, adelanta el ruego más<br />
audaz: «¡Déjame ver tu gloria!» El Señor le responde: «Te voy a<br />
mostrar todo mi esplendor y mi bondad. Pronunciaré delante de ti<br />
el nombre de Yahveh. Tengo compasión del que quiero y piedad<br />
del que me parece bien. Pero no podrás ver mi rostro. Ningún hombre<br />
podría verme sin morir en aquel instante. Pero, mira, ponte allá<br />
sobre aquella roca. Cuando pase mi gloria, yo te introduciré en la<br />
concavidad de la roca y te cubriré con mi diestra mientras paso.<br />
Luego retiraré mi mano y podrás verme de lejos (de espaldas). Mi<br />
rostro no podrías verlo» (Éx 33, 18-23).<br />
Hizo nuevamente Dios subir a Moisés al monte y le dio por segunda<br />
vez las tablas de la ley. Después de haber contemplado así<br />
a Dios desde lejos, brillaba de tal manera la faz de Moisés que<br />
Aarón y los israelitas se sintieron sobrecogidos de santo temor.