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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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284<br />

María y la Iglesia<br />

píritus. Así nos lo enseña el vidente de Patmos al cual confió el<br />

Señor desde la cruz una mayor comprensión del misterio mariano<br />

que a los demás apóstoles. El evangelista san Juan, el discípulo<br />

predilecto, nos ha descrito la lucha final entre «la mujer y su prole»<br />

y «el dragón y su descendencia». Ella nos dio a luz a aquel que<br />

«ha de regir a todos los pueblos con fuerte cetro» (Ap 12, 5). «El<br />

dragón se puso ante la mujer que estaba para dar a luz, a fin de<br />

devorar al niño tan pronto como naciera» (Ap 12, 4).<br />

Desde aquellas horas angustiosas en que fue llamando a todas<br />

las puertas de Belén buscando asilo para el hijo que había de nacer,<br />

comprendió María que el mundo cerraría sus puertas a Cristo. El<br />

anciano Simeón con motivo de la presentación, cuando ella llevó<br />

al templo a su Hijo que era también su redentor, se refería asimismo<br />

a la lucha final, a la escisión que aquel Hijo provocaría en los<br />

hombres: «Éste está destinado a ser causa de caída y resurrección<br />

para muchos en Israel. Y tu alma será traspasada por espada de<br />

dolor» (Le 2, 34s). Ella tuvo, en efecto, que experimentar la furia<br />

de los espíritus infernales desencadenados contra su Hijo cuando el<br />

enfurecido Herodes buscó al niño para darle muerte. Ella estuvo<br />

al pie de la cruz en aquella hora en que el infierno parecía triunfar<br />

en toda la línea, cuando los discípulos huían, cuando la muchedumbre<br />

claudicaba y cuando los grandes del pueblo se mofaban sardónicamente:<br />

«¡Ea, baja de la cruz!» (Mt 27, 40). Pero «su hijo fue<br />

arrebatado hasta el trono de Dios» (Ap 12, 5). Y ¿esa lucha ha<br />

terminado ya? La victoria está ya segura, pero Satán no descansa.<br />

Dios nos ha mostrado en Cristo todo su amor. En la cruz, muerte<br />

y resurrección de su Hijo unigénito nos ha declarado sin lugar<br />

a duda su voluntad decidida de salvarnos. ¿Qué otra prueba podría<br />

darnos de su amor? Pero juntamente nos ha revelado las exigencias<br />

ineludibles de su santidad. El amor de Dios requiere una decisión<br />

firme por nuestra parte. Si Cristo no hubiera venido y no nos hubiera<br />

mostrado un amor tan extraordinario, la maldad del mundo no<br />

sería tan grande. Por su parte, Satán no se encontraría con un enemigo<br />

tan poderoso, que le obliga a concentrar todas sus energías si<br />

pretende conseguir algún reducto. Todo hijo de María y de la Iglesia<br />

que ha sido engendrado a la vida divina en las aguas del santo<br />

bautismo, es presa que el demonio ansia conquistar con toda clase<br />

Signos de división escatológica 285<br />

de armas. «El dragón ardió de rabia y declaró guerra sin tregua a<br />

los otros hijos de la mujer» (Ap 12, 17).<br />

En esta lucha a muerte María y la madre Iglesia son nuestra<br />

confianza. La Virgen vestida del sol es nuestra protectora frente al<br />

espíritu de la mentira. Al mismo tiempo la devoción a María nos<br />

lleva a mantenernos firmes en nuestra devoción a la Iglesia. Así<br />

como no puede tener a Dios por Padre, quien no quiere tener a la<br />

Iglesia por madre, tampoco puede tener a María por madre y protectora<br />

quien no piensa y siente con la Iglesia. Solamente el sentido<br />

de Iglesia nos librará de sucumbir al espíritu de la mentira que intenta<br />

inficionarnos el «espíritu del mundo» de manera paulatina y<br />

solapada. La Iglesia es baluarte firme de la verdad. «Los poderes<br />

infernales no podrán conquistarla» (Mt 16, 18). «La mujer huyó al<br />

desierto» (Ap 12, 6.14). La Iglesia sigue presente en el mundo pero<br />

huye del espíritu del mundo, y por eso éste la combate sin descanso<br />

y la llena de continuos ultrajes. Si queremos disfrutar siempre de la<br />

dulce seguridad del seno de María y de la Iglesia, hemos de poner<br />

sumo empeño en no ceder bajo ningún pretexto al espíritu del mundo,<br />

tras el cual está siempre Satán, el espíritu de la mentira.<br />

De igual manera, es imposible pedir con sinceridad y desde luego<br />

con esperanza la protección de la santísima Virgen, si no se procura<br />

seguir las indicaciones de la madre Iglesia. Es una injuria a<br />

nuestra celestial protectora invocarla de labios afuera para implorarle<br />

nos libre de todo peligro mientras seguimos exponiéndonos innecesariamente<br />

al peligro de pecar. En la lucha a vida o muerte entre<br />

el dragón y la mujer, no es posible quedarse neutrales y menos colaborar<br />

en el mismo plano que los hijos del mundo: no se puede jugar<br />

con fuego; no se pueden admitir indiferentemente toda clase de imágenes<br />

en el cine, en las revistas ilustradas, en la televisión; no se<br />

puede tragar todo lo que venga y pretender, sin embargo, conservar<br />

la vida de oración y la verdadera devoción a la santísima Virgen,<br />

con el corazón inmaculado y virgen del espíritu del mundo. ¡Menuda<br />

ilusión y menudo engaño!<br />

La Iglesia y la santísima madre de Dios podrían repetirnos las<br />

palabras de san Pedro: «Hermanos, estad alerta; que el demonio<br />

gira en torno vuestro como león rugiente buscando a quien devorar»<br />

(1 Pe 5, 8s). Y los cristianos llamados a ocupar un lugar más destacado<br />

en esta lucha de Cristo contra el dragón, han de estar más

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