LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS
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<strong>LA</strong> ABNEGACIÓN IMPUESTA POR <strong>LOS</strong> SACRAM<strong>EN</strong>TOS<br />
A partir de entonces — de la confesión de Pedro y de la promesa<br />
del primado —, comenzó Jesús a explicar a sus discípulos<br />
que tenía que dirigirse a Jerusalén y allí padecer mucho de parte<br />
de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas de la ley; que<br />
allí sufriría la muerte y que al tercer día había de resucitar.<br />
Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a disuadirle: «Dios<br />
te libre, Señor. Eso no puede ser.» Pero Jesús se volvió y le dijo:<br />
«Lejos de mí, Satán. Tú quieres hacerme tropezar. Tus pensamientos<br />
no son conformes con los de Dios. Juzgas en plan puramente<br />
humano.»<br />
Y dirigiéndose a sus discípulos, prosiguió Jesús: «El que quiera<br />
seguirme, tiene que renunciarse a sí mismo; que tome su cruz<br />
y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y<br />
el que pierda su vida por mi causa, ése la encontrará» (Mt 16,<br />
21-25).<br />
Después de haber llegado Jesús, con paciencia a introducir a<br />
sus discípulos en el misterio de su filiación divina, comenzó a iniciarles<br />
en el misterio incomprensible de su pasión. El reconocimiento<br />
de Jesús como hijo del Dios vivo debía ser un paso previo<br />
que hiciera más comprensible el anonadamiento y la cruz. Y sin<br />
embargo, Pedro, que pudo reconocer entusiasmado la divinidad de<br />
su Maestro: «Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16, 16),<br />
no pudo hacerse a la idea de que un día Jesús sería sometido a<br />
muerte ignominiosa. Con idéntico fuego con que confesó su digni-