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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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182<br />

Misterio de la unidad y del amor<br />

brante ofrezca realmente una imagen unitaria, a fin de que viendo y<br />

viviendo esa unidad del pueblo en torno al altar, sientan los fieles<br />

una invitación a la unidad, a la concordia, a la caridad. Que, aun<br />

con la mejor intención de poner bien de relieve la unidad de la Iglesia<br />

universal, en una parroquia obrera de una de nuestras modernas<br />

ciudades, el sacerdote se limita a farfullar unos latines y un coro reducido<br />

a ejecutar cantos barrocos, también en latín, es un atentado<br />

formal, tanto contra la múltiple realidad terrena, que debe ser redimida<br />

de su individualismo y ganada para la unidad, como contra la<br />

finalidad sacramental del sacrificio eucarístico. Sólo en una fase re-<br />

, mota de la historia tuvieron todos los pueblos un lenguaje común.<br />

En la diversidad de lenguas y culturas, están todos llamados a unirse<br />

prolongando el milagro de pentecostés en el que todos recibieron<br />

en diversidad de lenguas el mismo mensaje de amor. Entiéndase<br />

bien: con esto no queremos afirmar nada contra la función que<br />

posee el latín como lengua oficial de la Iglesia y también como lengua<br />

litúrgica dentro de ciertos límites. ¿Quién no aprecia, por ejemplo,<br />

el grandioso espectáculo de una liturgia a escala mundial con<br />

motivo de la celebración de un congreso eucarístico?<br />

Si esa parroquia obrera escucha todos los domingos en la misa<br />

el anuncio del amor de Dios que todo lo quiere unir en sí, y le llega<br />

ese mensaje en su lengua nativa, según ya se hace, y los fieles rezan<br />

y cantan unos textos más acomodados a su mentalidad y cultura,<br />

dará un ejemplo excelente de unión entre sacerdotes y pueblo en la<br />

misma alabanza de Dios. ¿Quién duda que por este camino crecerá<br />

cada vez más la unidad de esa parroquia y consiguientemente la unidad<br />

de todo el pueblo de Dios?<br />

No faltará quien oponga a estas consideraciones nacidas de los<br />

resultados de estudios sociológico-pastorales, que de cualquier modo<br />

que se celebre, la eucaristía produce en las almas la gracia y crea la<br />

obligación de cumplir los deberes de la caridad. La misa es siempre<br />

celebración válida del sacrificio de Cristo, en el cual reside la fuerza<br />

para unir a los hombres con Dios y entre sí. No vamos a negar que<br />

hay mucho de cierto en tales afirmaciones. Pero se olvida muy ligeramente<br />

que ese amor de Cristo, fundamento de la unidad, quiso<br />

aparecer sobre la tierra en forma visible y quiere que ese amor sea<br />

comprendido en los sacramentos también de forma visible. La fidelidad<br />

al misterio de la encarna'tfon y a la naturaleza de los sacramen-<br />

Vivir del misterio de la unidad 183<br />

tos obliga al sacerdote y a la comunidad de los fieles a hacer lo imposible<br />

para que la manera de la celebración permita comprender<br />

la gracia sacramental y la obligación de caridad que de ella brota.<br />

La celebración eucarística es memorial de la muerte de Cristo en<br />

un ambiente de alegría pascual por la victoria de su amor. La misma<br />

celebración debe despertar la alegría por el fruto de la muerte y resurrección<br />

de Cristo, por la reconciliación con Dios y por la unidad<br />

del nuevo pueblo de Dios. Cuanto más logre estos fines, tanto más<br />

pronto comprenderán los fieles y las parroquias el mandamiento capital<br />

de la caridad; llegarán a amar y a vivir ese precepto del amor<br />

a Dios y al prójimo como un fácil y alegre deber.<br />

VIVIR DEL MISTERIO DE <strong>LA</strong> UNIDAD<br />

La nueva ley es ley de gracia. Dios nos manda mediante su gracia.<br />

En el don va incluida la obligación. Si, pues, el significado original<br />

y la gracia principal de la eucaristía consisten en la caridad<br />

y unidad de los miembros del pueblo de Dios entre sí, este amor y<br />

esta unidad serán también el precepto que surge inmediatamente de<br />

la gracia eucarística. De múltiples formas nos ha revelado Dios el<br />

gran mandamiento del Nuevo Testamento, según el cual la caridad es<br />

la ley; pero aunque no lo hubiera hecho así, bastaría la eucaristía,<br />

que es el centro de nuestra vida cristiana, para dárnoslo a entender<br />

claramente.<br />

El Señor quiso promulgar este precepto de la caridad fraterna,<br />

que era su mandamiento nuevo, de forma solemne precisamente en<br />

el cenáculo, para ponerlo en relación con la aucaristía. «Como el Padre<br />

me amó, os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si cumplís<br />

mi mandamiento, permaneceréis en mi amor, igual que yo cumplí<br />

el mandamiento de mi Padre y permanezco en su amor. Éste es mi<br />

mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie<br />

tiene mayor amor que el que da su vida por los amigos. Vosotros<br />

sois mis amigos si guardáis mi mandamiento» (Jn 15, 9-14).<br />

El cristiano vive de la fe. Debe, pues, conformar su vida según<br />

la fe. En el sacramento de la fe, en el bautismo y más profundamente<br />

en la eucaristía, damos nuestro sí al gran don de nuestra incorporación<br />

en el cuerpo místico de Cristo. Damos nuestro sí a la unidad

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