LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS
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Misterio de la unidad y del amor<br />
brante ofrezca realmente una imagen unitaria, a fin de que viendo y<br />
viviendo esa unidad del pueblo en torno al altar, sientan los fieles<br />
una invitación a la unidad, a la concordia, a la caridad. Que, aun<br />
con la mejor intención de poner bien de relieve la unidad de la Iglesia<br />
universal, en una parroquia obrera de una de nuestras modernas<br />
ciudades, el sacerdote se limita a farfullar unos latines y un coro reducido<br />
a ejecutar cantos barrocos, también en latín, es un atentado<br />
formal, tanto contra la múltiple realidad terrena, que debe ser redimida<br />
de su individualismo y ganada para la unidad, como contra la<br />
finalidad sacramental del sacrificio eucarístico. Sólo en una fase re-<br />
, mota de la historia tuvieron todos los pueblos un lenguaje común.<br />
En la diversidad de lenguas y culturas, están todos llamados a unirse<br />
prolongando el milagro de pentecostés en el que todos recibieron<br />
en diversidad de lenguas el mismo mensaje de amor. Entiéndase<br />
bien: con esto no queremos afirmar nada contra la función que<br />
posee el latín como lengua oficial de la Iglesia y también como lengua<br />
litúrgica dentro de ciertos límites. ¿Quién no aprecia, por ejemplo,<br />
el grandioso espectáculo de una liturgia a escala mundial con<br />
motivo de la celebración de un congreso eucarístico?<br />
Si esa parroquia obrera escucha todos los domingos en la misa<br />
el anuncio del amor de Dios que todo lo quiere unir en sí, y le llega<br />
ese mensaje en su lengua nativa, según ya se hace, y los fieles rezan<br />
y cantan unos textos más acomodados a su mentalidad y cultura,<br />
dará un ejemplo excelente de unión entre sacerdotes y pueblo en la<br />
misma alabanza de Dios. ¿Quién duda que por este camino crecerá<br />
cada vez más la unidad de esa parroquia y consiguientemente la unidad<br />
de todo el pueblo de Dios?<br />
No faltará quien oponga a estas consideraciones nacidas de los<br />
resultados de estudios sociológico-pastorales, que de cualquier modo<br />
que se celebre, la eucaristía produce en las almas la gracia y crea la<br />
obligación de cumplir los deberes de la caridad. La misa es siempre<br />
celebración válida del sacrificio de Cristo, en el cual reside la fuerza<br />
para unir a los hombres con Dios y entre sí. No vamos a negar que<br />
hay mucho de cierto en tales afirmaciones. Pero se olvida muy ligeramente<br />
que ese amor de Cristo, fundamento de la unidad, quiso<br />
aparecer sobre la tierra en forma visible y quiere que ese amor sea<br />
comprendido en los sacramentos también de forma visible. La fidelidad<br />
al misterio de la encarna'tfon y a la naturaleza de los sacramen-<br />
Vivir del misterio de la unidad 183<br />
tos obliga al sacerdote y a la comunidad de los fieles a hacer lo imposible<br />
para que la manera de la celebración permita comprender<br />
la gracia sacramental y la obligación de caridad que de ella brota.<br />
La celebración eucarística es memorial de la muerte de Cristo en<br />
un ambiente de alegría pascual por la victoria de su amor. La misma<br />
celebración debe despertar la alegría por el fruto de la muerte y resurrección<br />
de Cristo, por la reconciliación con Dios y por la unidad<br />
del nuevo pueblo de Dios. Cuanto más logre estos fines, tanto más<br />
pronto comprenderán los fieles y las parroquias el mandamiento capital<br />
de la caridad; llegarán a amar y a vivir ese precepto del amor<br />
a Dios y al prójimo como un fácil y alegre deber.<br />
VIVIR DEL MISTERIO DE <strong>LA</strong> UNIDAD<br />
La nueva ley es ley de gracia. Dios nos manda mediante su gracia.<br />
En el don va incluida la obligación. Si, pues, el significado original<br />
y la gracia principal de la eucaristía consisten en la caridad<br />
y unidad de los miembros del pueblo de Dios entre sí, este amor y<br />
esta unidad serán también el precepto que surge inmediatamente de<br />
la gracia eucarística. De múltiples formas nos ha revelado Dios el<br />
gran mandamiento del Nuevo Testamento, según el cual la caridad es<br />
la ley; pero aunque no lo hubiera hecho así, bastaría la eucaristía,<br />
que es el centro de nuestra vida cristiana, para dárnoslo a entender<br />
claramente.<br />
El Señor quiso promulgar este precepto de la caridad fraterna,<br />
que era su mandamiento nuevo, de forma solemne precisamente en<br />
el cenáculo, para ponerlo en relación con la aucaristía. «Como el Padre<br />
me amó, os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si cumplís<br />
mi mandamiento, permaneceréis en mi amor, igual que yo cumplí<br />
el mandamiento de mi Padre y permanezco en su amor. Éste es mi<br />
mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie<br />
tiene mayor amor que el que da su vida por los amigos. Vosotros<br />
sois mis amigos si guardáis mi mandamiento» (Jn 15, 9-14).<br />
El cristiano vive de la fe. Debe, pues, conformar su vida según<br />
la fe. En el sacramento de la fe, en el bautismo y más profundamente<br />
en la eucaristía, damos nuestro sí al gran don de nuestra incorporación<br />
en el cuerpo místico de Cristo. Damos nuestro sí a la unidad