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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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262 Nuevo sentido de la muerte<br />

citaremos también nosotros» (cf. 1 Cor 15, 19). Mirando a la muerte<br />

redentora de Cristo, podemos exclamar con san Pablo: «Mi vida<br />

es Cristo, y la muerte es una ganancia» (Flp 1, 21).<br />

¿Quiero yo saber si mi muerte será asimismo una ganancia, una<br />

victoria? Basta simplemente que antes responda a esta pregunta:<br />

¿en qué pongo mi esperanza? ¿Es Cristo ya mi vida? ¿No pongo<br />

más bien mis esperanzas y mis ilusiones en cosas que se ha de comer<br />

la muerte?<br />

¿Tengo apegado mi corazón a las riquezas, a la vida cómoda,<br />

a la influencia y buena fama ante los hombres? La muerte vendrá a<br />

dilacerar y triturar mi corazón. Pues nada de todo eso me podrá<br />

acompañar. Pero si mi vida es Cristo, me animará una firme esperanza;<br />

por encima de lo que a todo hombre pueda aterrar la idea<br />

de la disolución y de la muerte, con san Pablo podré cantar: «Siento<br />

ganas de irme para estar con Cristo» (Flp 1, 22).<br />

Un político japonés, que seguía instrucción religiosa, decía al<br />

sacerdote que la religión católica le parecía interesante y hasta muy<br />

verosímil; pero que de momento todo su afán se centraba en conseguir<br />

un puesto en una embajada; que una vez logrado esto, se<br />

dedicaría seriamente al problema religioso.<br />

¿No es éste también el modo de proceder de muchos bautizados?<br />

¿No nos dejamos absorber en algunas ocasiones por preocupaciones<br />

que no se orientan hacia Jesucristo? ¿No centramos nuestro interés<br />

en cosas terrenas que a la hora de nuestra muerte más nos servirán<br />

de obstáculo y qué vendrán a sumarse al déficit con que se cerrará el<br />

balance de nuestra vida? Examinemos si construimos sobre el único<br />

que es la roca firme, si no edificamos muchas veces sobre arena, que<br />

es edificar sobre nosotros mismos, sobre nuestro capricho y nuestras<br />

pasiones torcidas.<br />

El bautismo por el agua y el Espíritu Santo nos ha constituido<br />

ciudadanos de la casa de Dios con todos los derechos, «construidos<br />

sobre el fundamento mismo de los apóstoles, sobre la piedra fundacional<br />

que es Cristo Jesús, en el cual encuentra su trabazón todo el<br />

edificio y va creciendo para formar la santa edificación de Dios, en<br />

el Señor» (Ef 2, 20s). Estamos, pues, llamados a insertarnos como<br />

piedras vivas en el edificio santo de Dios. Más aún: en perfecta armonía<br />

con Cristo y con sus constructores, estímos llamados a colaborar<br />

en la construcción del edificio.<br />

¿Cuál será mi muerte? 263<br />

He aquí la gran pregunta que hemos de ponernos de cara a la<br />

muerte y que sólo a la hora de la muerte podremos responder definitivamente:<br />

¿hemos cumplido la misión que los sacramentos del<br />

bautismo, de la confirmación y de la eucaristía nos impusieron?<br />

Nuestra muerte será para cada uno de nosotros un avance del gran<br />

día del Señor, en el cual quedará bien de manifiesto «si hemos construido<br />

sobre este cimiento — sobre Cristo — con oro, plata y piedras<br />

preciosas, o por el contrario con madera, heno y paja; en aquel<br />

día quedará patente la obra de cada uno, pues será el día del fuego,<br />

y por el fuego se probará la calidad de la obra» (1 Cor 3, 12s).<br />

¿Somos nosotros fieles edificadores que construyen con el oro de su<br />

amor acendrado, con la plata de la recta intención, con las piedras<br />

preciosas de la mortificación, de la renuncia de sí mismos, del sacrificio<br />

en bien de los demás? ¿No perjudicamos muchas veces a la<br />

solidez de la obra mezclando la «madera y la paja» y otras materias<br />

inferiores, de nuestro humano egoísmo? Cuántas veces, efectivamente,<br />

andan también de por medio aquellas cosas de las cuales<br />

debiéramos estar totalmente purificados: «odios, disputas, discordias,<br />

ira, disensiones, enemistades, divisiones, envidias», en fin, todo<br />

ese conjunto de miserias que entorpecen la obra de Dios y que<br />

san Pablo anatematiza afirmando que «los que tales cosas fomentan<br />

no tendrán parte en el reino de Dios» (Gal 5, 20s). Y aunque en<br />

nuestro egoísmo no lleguemos tan lejos, hemos de tener siempre presente<br />

la exhortación del apóstol dirigida a los constructores menos<br />

buenos: «Si al someter la obra a la prueba del fuego, no resiste, su<br />

autor será castigado con la pérdida del fruto de su trabajo; pero él<br />

se salvará, tamquam per ignem» (1 Cor 3, 15).<br />

Si no guiamos nuestra conducta más que a la luz del momento<br />

presente, nos veremos arrastrados por las impresiones sensibles y por<br />

la baraúnda de los múltiples motivos que perturban el juicio ecuánime<br />

de nuestra razón. Es preciso que contrastemos siempre el momento<br />

presente y nuestra conducta con nuestro último fin: hemos de<br />

verlo todo a la luz de nuestras postrimerías, si queremos que nuestra<br />

conciencia se conserve siempre clara y vigilante. En este sentido hay<br />

que comprender la exhortación del apóstol: «Lo que el hombre<br />

siembra, eso cosecha; el que siembra en la carne, en su apetito torcido,<br />

cosechará corrupción; pero el que siembra en el espíritu, recogerá<br />

del espíritu la vida eterna» (Gal 6, 8).

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