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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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250 El matrimonio cristiano, camino de salvación<br />

elusivamente al párroco o a las religiosas, fácilmente se grabará en<br />

las capas más hondas de la conciencia infantil la impresión de que<br />

la religión es algo al margen de la vida. Si encima el niño no oye<br />

hablar de la eucaristía hasta que asiste en la escuda a las clases de<br />

religión, sus ideas sobre este santo misterio central de nuestra fe<br />

irán cargadas con los inconvenientes que tiene siempre la instrucción<br />

escolar. Es preciso que la primera instrucción la reciba el niño<br />

de sus padres, que son los llamados a introducir a sus hijos, desde<br />

muy pequeños, en la comprensión del misterio eucarístico. Sólo así<br />

podrá caer la palabra del sacerdote sobre terreno propicio.<br />

Pero no basta con la preparación a la primera comunión. La educación<br />

eucarística ha de proseguirse en el seno de una vida familiar<br />

centrada en la eucaristía.<br />

El cumplimiento de este derecho primordial de los padres, de<br />

preparar a sus hijos a la primera comunión, proporciona no solamente<br />

a los niños sino también a los padres, preciosas experiencias<br />

religiosas que de ninguna manera se podrían suplir por otros medios.<br />

Particularmente en nuestros días, este ambiente eucarístico, que<br />

se aviva en la familia cuando uno de los niños se prepara con la colaboración<br />

de todos a recibir por vez primera al Señor sacramentado,<br />

está llamado a desarrollar un papel de capital importancia: el tremendo<br />

cambio de estructuras verificado en la moderna sociedad ha<br />

descargado a la familia de muchas funciones puramente materiales,<br />

dejando así más amplio lugar a la función espiritual de la familia<br />

como comunidad de amor. Ahora bien, ésta no podrá a la larga subsistir<br />

en sí misma sin peligro de degenerar en mero sentimentalismo<br />

o en una estrechez de miras que dañará a la misma relación mutua<br />

de los miembros de la familia entre sí y con las familias circundantes.<br />

La familia como comunidad amorosa ha de encontrar su fundamento<br />

y su cometido más noble en el cumplimiento de su función<br />

religiosa. Y esta función ha de ir presidida por el misterio eucarístico<br />

que es eje de nuestra vida cristiana: centrada en el altar, la familia<br />

se sentirá verdadera comunidad de salvación, comunidad en perenne<br />

actitud de adoración ante el Señor que se inmola y permanece en la<br />

eucaristía.<br />

Cuando el padre y la madre asocian su esfuerzo para lograr que<br />

sus hijos penetren en el misterio eucarístico y cuando de hecho les<br />

acompañan ellos mismos a la sagrada mesa, sentirán más honda-<br />

Educación sacramental 251<br />

mente su deber pastoral recíproco. Uniéndose en sus deberes hacia<br />

los hijos, se sentirán asimismo compenetrados en la responsabilidad<br />

pastoral que incumbe a cada uno respecto del otro consorte.<br />

Abundan hoy día los propagandistas impíos o prácticamente<br />

ateos que se preocupan de advertir a los padres de su responsabilidad<br />

social en el problema de la procreación: un matrimonio verdaderamente<br />

«responsable» debe limitarse a un hijo, cuando más a<br />

dos. Las razones proceden evidentemente del orden puramente terreno:<br />

un número mayor de familia no permitirá mantener un desahogado<br />

nivel de vida. De ahí el continuo argumento: «¿Qué porvenir<br />

aguarda a los niños de hoy en medio de una lucha tan cruel por la<br />

existencia, sobre todo cuando son muchos hermanos en la familia?»<br />

Pero de suyo, por esta regla de tres, no se podría obligar a padres<br />

descreídos a tener ni un solo hijo.<br />

Los padres sólidamente cristianos, que toman sobre sí el deber<br />

de educar cristianamente a sus hijos, en lo cual se entiende de modo<br />

especial el deber de prepararles a la primera comunión y alimentar<br />

en ellos la piedad eucarística, saben bien cómo responder a la pregunta<br />

sobre el porvenir que esperan para sus hijos: aun en medio de<br />

las difíciles circunstancias de nuestro tiempo, lograrán darles la fe<br />

y la vida eterna disfrutando de un amor y de una felicidad sin límites.<br />

Educación del sentido de penitencia<br />

En la educación eucarística va incluida la preparación de los<br />

niños a recibir fructuosamente el sacramento de la penitencia. Si desde<br />

el principio se preocupan los padres de tomar sobre sí esta tarea,<br />

en íntima colaboración con el sacerdote, no sólo se preparará el niño<br />

a recibir debidamente la primera absolución, sino que recibirá una<br />

ayuda importantísima para librarse en el curso de su vida de un<br />

fatal formalismo. De la manera más natural pueden los padres enseñar<br />

al niño a llevar toda su vida cotidiana noble y espontáneamente<br />

al sacramento de la divina misericordia. La confesión de los<br />

niños tendrá así la gran cualidad de una inapreciable espontaneidad<br />

y será algo realmente vital. Al enseñar a los niños cómo el sacramento<br />

de la penitencia nos da una subida lección de perdón y del<br />

valor del sacrificio, despiertan en sus hijos los sentimientos de mise-

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