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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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CRISTO SE CONFIESA A NOSOTROS<br />

Tres veces pidió el Señor a Pedro arrepentido que le confesase<br />

su amor. El apóstol se daba cuenta que con ello reparaba su triple<br />

negación. Sobrecogido de hondo pesar por su culpa, examina su corazón<br />

y mirando noblemente a los ojos del Maestro puede decirle:<br />

«Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes también que te quiero» (Jn 21,<br />

17). El Señor y Maestro quitará con su respuesta todo lugar a la<br />

angustia y a la duda. A la confesión de Pedro seguirá la más expresa<br />

confirmación del primado apostólico. Más aún: Jesús le promete que<br />

un día podrá atestiguar ese humilde juramento de su amor derramando<br />

su sangre, siguiendo al Maestro de la manera más perfecta:<br />

«Cuando seas viejo, otro te ceñirá y te conducirá adonde tú no quieras.»<br />

Con esas palabras quería darle a entender con qué clase de<br />

muerte había de glorificar a Dios. Por eso añadió: «¡Sigúeme!»<br />

(Jn 21, 18s).<br />

Así se declara el Dios misericordioso con su palabra salvadora<br />

al pecador que reconoce humildemente su pecado. El que como Pedro<br />

confiesa contrito su culpa, escuchará también aquellas palabras:<br />

«Sigúeme.» Es un llamamiento a seguir al Maestro por el camino de<br />

la expiación amorosa, para entrar de nuevo en el número dichoso<br />

de los elegidos.<br />

El sacramento de la penitencia es el regalo pascual que el Señor<br />

glorificado hace a su Iglesia. Por este sacramento conduce el Señor a<br />

la «Iglesia de los pecadores» hacia una santidad y pureza cada vez<br />

más radiantes. En su primera aparición a sus discípulos intimidados<br />

repitió dos veces el Señor resucitado una salutación liberadora: «¡La<br />

paz con vosotros!» La primera vez fue para asegurarles que estaba<br />

ya perdonada su bochornosa cobardía en la hora de la prueba: «Y se<br />

llenaron de alegría.» La segunda vez fue para convertirles en mensajeros<br />

de la reconciliación: «Nuevamente les saludó diciendo: "La<br />

paz con vosotros." Como el Padre me envió, os envío yo a vosotros...<br />

Al que perdonéis los pecados, perdonados les serán» (Jn 20,<br />

21ss).<br />

Lo más importante en la confesión no es nuestro pobre esfuerzo<br />

humano. No son las cinco cosas necesarias para hacer bien la confesión<br />

lo que debe ocupar el primer plano de nuestra conciencia. Lo<br />

Cristo se confiesa a nosotros 133<br />

más grande, lo verdaderamente grande y maravilloso son las palabras<br />

eficaces del Señor: «Tus pecados están perdonados.» Sólo por<br />

esas palabras reciben el dolor, el examen, el propósito, la acusación,<br />

la disposición para cumplir la penitencia, su santa seriedad y su<br />

poder liberador.<br />

En una formidable visión hizo Dios contemplar al profeta Ezequiel<br />

las grandes maravillas que habían de realizarse en la regeneración<br />

bautismal, en el sacramento de la penitencia y finalmente en el<br />

día de la resurrección universal. El Profeta contempló un campo<br />

de huesos. Le preguntó el Señor: «Hijo del hombre, ¿todos estos<br />

huesos podrán volver a la vida?» Respondió: «Señor, Dios, tú lo sabes.»<br />

Entonces dijo Dios al profeta: «Profetiza sobre estos huesos<br />

y diles: "Huesos desechados, escuchad la palabra de Dios: Voy a<br />

hacer que penetre en vosotros el espíritu, y reviviréis." Se oyó entonces<br />

un estruendo y los huesos se acoplaron unos con otros, se<br />

cubrieron de nervios y de carne. Pero les faltaba el espíritu: Mandó<br />

entonces Dios: "Profetiza, hijo del hombre, y di al espíritu: Ven,<br />

aliento vital, desde los cuatro vientos y anima estos muertos para<br />

que revivan." Penetró en ellos el espíritu, y revivieron. Se puso en<br />

pie todo aquel ejército grande, numerosísimo» (Ez 37, 1-10).<br />

Por el sacramento de la penitencia Dios libera y purifica a su<br />

pueblo. Él mismo le hace salir de la esclavitud y le conduce desde<br />

la muerte del pecado hacia el día de la resurrección. La desolación<br />

que produce en el alma del bautizado un pecado mortal es más espantosa<br />

que la visión de un campo de cadáveres. El daño que poco<br />

a poco va infligiendo al alma el pecado venial es más vergonzoso<br />

que la misma lepra. En la Escritura confía el Señor a los sacerdotes<br />

el poder mandar en su nombre a la muerte y a la lepra. Ésa es efectivamente<br />

la misión sacerdotal: predicar el retorno y el perdón de<br />

los pecados a fin de alistar al pueblo de Dios como ejército poderoso<br />

para la lucha contra las tinieblas.<br />

En el sacramento de la penitencia nos abrimos a Dios y Dios se<br />

abre a nosotros: el cristiano penitente renueva humilde su confesión<br />

bautismal, y el Señor le responde con su palabra de paz que ciertamente<br />

habrá de cumplir con fidelidad. La confesión contrita en el<br />

sacramento, recibida por «el pastor y el guardián de nuestras almas»<br />

(1 Pe 2, 25), seguirá resonando en las laudes eucarísticas y en una<br />

vida nueva, que será un cántico de alabanza humilde y agradecido.

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