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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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172<br />

Misterio de fe<br />

De otra manera podríamos también decir: el sacramento presupone<br />

la fe, pero no una fe abstracta, sino aquella fe concretamente<br />

que la madre Iglesia confiesa sobre todo en los sacramentos y muy<br />

en particular en el sacramento eucarístico, de donde se difunde<br />

luego a toda la vida.<br />

La fe cristiana es infinitamente más que un puro dar crédito a<br />

un ser superior. «La fe es la respuesta del hombre a la encarnación<br />

de la Palabra de Dios», como dice D. Mollat en su comentario al<br />

Evangelio de san Juan '. Por la encarnación, «se manifestó la vida»<br />

(1 Jn 1,2). «Damos testimonio de lo que hemos visto y oído, y os<br />

anunciamos la vida eterna» (1, 3). «Sabéis que apareció en forma<br />

visible para expiar nuestros pecados» (3, 5). «Todo espíritu que<br />

confiesa que Jesús ha venido en la carne proviene de Dios» (4, 3).<br />

Según el Evangelio de san Juan el centro de nuestro evangelio es<br />

que el Padre ha enviado a su Hijo en forma visible a fin de salvarnos.<br />

Los sacramentos prolongan la misma línea de la encarnación.<br />

En unión de los misterios de la encarnación, la pasión y resurrección,<br />

son los sacramentos signos visibles de la misericordia divina.<br />

Y para el hombre que se abre por la fe a estos signos salvíficos, son<br />

también signos que confiesan solemnemente la je por la que el hombre<br />

recibe la justificación, como afirma santo Tomás de Aquino 2 .<br />

La causa de la justificación no es solamente el sacramento, sino el<br />

sacramento junto con la fe.<br />

De todo esto se deduce fácilmente qué gran importancia reviste<br />

para la fe de los fieles que asisten a nuestros templos, la celebración<br />

de los sacramentos, y particularmente la celebración eucarística, que<br />

es el centrum fidei, el centro de la fe. Nuestras celebraciones deben,<br />

pues, estar animadas de tal veracidad y autenticidad (incluso en la<br />

realización externa de los ritos), de tal alegría y de tan contagioso<br />

entusiasmo que sirvan para reanimar la fe de los débiles, de los parásitos,<br />

de los vacilantes. Los impulsos más fuertes para la conversión<br />

y para emprender una vida según la fe, nacen de la celebración<br />

de los santos misterios. Y al revés, uno de los mayores peligros<br />

para la fe está en esa forma de celebrar la santa misa sin sombra<br />

de espíritu, sin alma, en un conjunto completamente inaccesible<br />

para la comprensión del pueblo sencillo.<br />

1. VÉvatigili' de sahil Jean, París 1953. p. 19.<br />

2. ST III, q. 61, a. 4.<br />

Vivir del misterio de la fe 173<br />

Un grupo de soldados pertenecientes un tiempo a las SS que<br />

asistieron a una ordenación sacerdotal oficiada por el cardenal Faulhaber,<br />

expresaron la impresión que la ceremonia les había producido<br />

en esta frase: «Viendo cómo reza ese hombre ante el altar, le vuelve<br />

a uno la fe.» Un protestante, al que su prometida católica había<br />

llevado a asistir a la misa de Nochebuena, le dijo después de terminar:<br />

«Jamás volveré a una iglesia católica. Los hombres que estaban<br />

allí han hablado y se han conducido de tal manera que indica su<br />

falta absoluta de fe.»<br />

VIVIR DEL MISTERIO DE <strong>LA</strong> FE<br />

Esa fe que en la celebración de la eucaristía adora, alaba y se<br />

alegra, debe cobrar forma visible en la vida. La vida de cada cristiano<br />

y de la comunidad en general debe ser una prolongación del<br />

testimonio de la madre Iglesia. Poco noble y sincero será proclamar<br />

en la iglesia una fe, si no existe un esfuerzo serio para vivir<br />

también de esa fe.<br />

Triste confirmación de esta interdependencia entre la fe y la<br />

vida, la vivencia de aquella madre que vio a su hija seducida por un<br />

sacerdote, cuya conducta ligera en el altar le había anteriormente<br />

llamado la atención. Fue la prueba más dura para su fe. Cada vez<br />

que veía a un sacerdote despachar torpemente su misa, le atormentaba<br />

el mismo pensamiento: «Bien se nota que no crees.» Y al ver a<br />

otro que celebraba piadosamente, le sugería el tentador: «¡Bah, pura<br />

hipocresía! ¡Sabe Dios cómo será su vida!» ¡Qué grave peligro para<br />

la fe del prójimo una conducta en contradicción con las creencias!<br />

Muchos católicos «practicantes» son un obstáculo y un freno para la<br />

fe de cuantos observan su proceder en la vida social, que escuchan<br />

sus conversaciones, que conocen su vida de familia.<br />

La celebración eucarística exige de nosotros que consideremos<br />

todos los problemas de nuestra vida a la luz de este centro de nuestra<br />

fe (centrum fidei), a fin de darles una recta solución. ¿Cómo,<br />

después de haber celebrado la muerte de Cristo y haber visto en el<br />

sufrimiento el camino para la gloria, podremos decir ante la prueba:<br />

«Dios me libre de tal tribulación»? Es imposible creer sinceramente<br />

en el misterio inefable del amor de Cristo dándose por nosotros,

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