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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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46 Sacramento y oración<br />

En mi apretura grité a mi Dios.» Y en medio de la angustia brota la<br />

oración confiada: «A ti, Señor, alzo mi alabanza; ya estoy libre de<br />

mis enemigos» (Sal 17, 4-7).<br />

Tras el clamor de la más grande angustia humana y la maravillosa<br />

resignación confiada de todos aquellos que «rezan en espíritu<br />

y en verdad», descubre el hombre que en los sacramentos «se ha<br />

identificado con Cristo por una muerte semejante a la de Él» (Rom<br />

6, 5), el grito poderoso de aquel que cargó sobre sí todas nuestras<br />

culpas y trabajos: «Dios mío, ¿por qué me has desamparado?»<br />

(Mt 27, 46; Sal 21, 2), y luego la respuesta liberadora de la entrega<br />

filial y de la filial confianza: «Padre, en tus manos encomiendo mi<br />

espíritu» (Le 23, 46).<br />

Si ante nosotros no estuviera Cristo, sacramento original, y si no<br />

tuviésemos siempre a nuestro alcance los sacramentos de su perdón,<br />

¿cómo nos atreveríamos a invocar a Dios en medio de nuestra aflicción,<br />

en medio de la mayor soledad, la soledad del hombre apartado<br />

de Dios por el pecado? ¿Cómo le invocaríamos con absoluta confianza<br />

sabiendo que es precisamente nuestro pecado lo que nos ha<br />

alejado de Él?<br />

Ciertamente, quien por el pecado mortal ha apagado en su alma<br />

la vida de la gracia no puede rezar «en el nombre de Jesús» como<br />

rezan los que viven en Cristo por la gracia. Pero Jesús, en su vida<br />

mortal, con voz poderosa y con dolores indecibles, pidió al Padre<br />

por estos pobres pecadores. Por eso, si el pecador deja toda falsa<br />

confianza en sí mismo y en sus presuntos méritos, para confiar únicamente<br />

en el perdón de Cristo, en virtud de su pasión, muerte y<br />

resurrección, está ya rezando, a su manera, «en el nombre de Jesús».<br />

La gracia adyuvante le dirige. Y tiene ante sí los sacramentos: para<br />

el no bautizado, el sacramento del bautismo; para el bautizado, el<br />

sacramento de la misericordia y del perdón. Es Cristo mismo, el Señor,<br />

quien invita al pecador mediante estos sacramentos, mediante<br />

su Iglesia, a recibir la palabra liberadora y fortificante de Dios.<br />

Todos nosotros rezamos ciertamente «en el nombre de Jesús»,<br />

cuando penetrados de nuestra solidaridad con Cristo, invocamos<br />

confiadamente a Dios pidiendo su ayuda para los enfermos, los atribulados<br />

y sobre todo para los pecadores.<br />

APR<strong>EN</strong>DI<strong>EN</strong>DO <strong>LA</strong> ORACIÓN DEL CIELO<br />

¿Cuál será nuestra oración por toda la eternidad? Amar y ser<br />

amados: experimentar cara a cara, corazón a corazón, el amor insondable<br />

de Dios, que nos hará infinitamente dichosos y entregarnos<br />

jubilosamente a ese mismo amor.<br />

La oración del cielo será participar de la manera más íntima que<br />

se puede imaginar en la vida misma del Dios trino, en el incomprensible<br />

diálogo de amor entre Padre e Hijo en el Espíritu Santo. Y esta<br />

oración comienza ya ahora para nosotros, en esta vida, si bien únicamente<br />

como «en un espejo, de manera confusa» (cf. 1 Cor 13, 12),<br />

es decir, a través de la fe y la esperanza de conseguir la imagen perfecta.<br />

Pues ya ahora «se ha difundido el amor de Dios en nuestros<br />

corazones mediante el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom<br />

5, 5).<br />

La oración, dentro del orden de los «sacramentos de la fe»,<br />

preludia ya de manera velada, aunque sumamente profunda, la perfecta<br />

realidad. Es preciso mirar siempre hacia esa realidad que esperamos<br />

y orientar hacia ella todo nuestro empeño. Conforme avanza<br />

nuestra conversión, la oración ha de ir transformándose en diálogo<br />

de amor. Dios en sus sacramentos no nos habla de otra cosa sino de<br />

amor. Nuestra respuesta ha de tender a ponerse en el mismo plano:<br />

responder cada vez con más perfecto amor al gran amor de Dios<br />

y a todas las manifestaciones de su amistad. Nuestra oración ha de<br />

brotar ante todo de la alegría por vivir tan en contacto con Dios.<br />

En esta luz consideramos no solamente la alegre celebración del<br />

sacrificio eucarístico, sino también la visita sosegada al santísimo sacramento.<br />

Pues no solamente el sacrificio del altar, sino que en<br />

unión con él, también la presencia real en el sacramento, nos hablan<br />

de la nueva y eterna alianza de amor. Visitar amorosamente al<br />

Señor en su sacramento es manifestar una actitud de continuo agradecimiento<br />

por haber podido celebrar en la mañana los santos misterios.<br />

El que siente gusto en estas visitas y bendice estos ratos<br />

pasados en compañía del amigo divino, en los que todo el ruido del<br />

mundo se aquieta y descansa, vivirá una vida de oración marcada<br />

toda ella con el sello de la cercanía e intimidad con Dios. Toda su<br />

vida de piedad se moverá en el ámbito sacramental.

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