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LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS

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326<br />

Los sacramentos de la nueva ley<br />

modo especial a traducir en signos exteriores la comunidad interior<br />

de caridad, de igual manera el misterio más íntimo de la Iglesia que,<br />

como decimos, es este misterio de amor y caridad, ha de ser un<br />

motivo mucho más fuerte para impulsarnos a dar ante el mundo en<br />

todo momento y con la mayor decisión y fuerza posibles el testimonio<br />

evidente de nuestra caridad a los hermanos. Todos nosotros somos—<br />

en cuanto somos todos Iglesia— «sacramento» eficaz, signo<br />

evidente y fidedigno del amor de Cristo que se revela en nuestra<br />

unión de sentimientos y en nuestras palabras y obras de amor<br />

PREGÓN DEL MANDAMI<strong>EN</strong>TO DEL AMOR <strong>EN</strong> TODAS SUS FORMAS<br />

En nuestra misma naturaleza ha puesto Dios la inclinación hacia<br />

el tú y hacia la comunidad. Existe en nosotros un impulso natural<br />

altruista. El hombre recto se abre hasta con cierta naturalidad a las<br />

necesidades y valores del tú. Intuye los beneficios de la comunidad<br />

y se siente obligado frente a ella. Por otra parte, el hombre no<br />

se hace plenamente «yo», personalidad portadora de valores, sino<br />

cuando se abre al servicio del tú y de la comunidad. Solamente cuando<br />

el hombre logra comprender el valor de su prójimo y salir a su<br />

encuentro con su aprecio y su amistad, puede decirse que ha llegado<br />

enteramente a sí mismo. Un hombre que no mira al prójimo<br />

sino en el aspecto utilitario de cómo podrá servirse de él para sus<br />

fines, es un hombre que no ha alcanzado la madurez personal.<br />

La caridad cristiana no desprecia esta base natural altruista,<br />

pero encuentra su auténtico fundamento, su motivo más propio, en<br />

el amor de Dios a nosotros. Él, en efecto, «nos amó primero» y mediante<br />

este amor nos hizo entrar en una comunidad de amor sobrenatural.<br />

Por virtud del amor de Cristo se establece entre todos los<br />

redimidos una comunidad tan estrecha que san Pablo pudo afirmar<br />

que todos juntos forman un solo cuerpo.<br />

Esta verdad del cuerpo místico es mucho más que un motivo<br />

o una consideración de orden puramente exterior. Más aún que la<br />

misma inclinación natural hacia la sociedad, este lazo de comunidad<br />

sobrenatural es una realidad impresa en nuestra misma existencia.<br />

El mandamiento que Cristo nos dio de palabra, el que nos enseñó<br />

a cumplir mediante su ejemplo, es mandamiento grabado en nuestro<br />

Pregón del mandamiento del amor 327<br />

interior mediante el fuego de su amor, es vida nuestra recibida del<br />

Espíritu vivificante que se nos comunica a través de los sacramentos.<br />

En verdad, pues, el amor de Cristo es una maravillosa capacidad<br />

de amor que Él ha puesto en nosotros y que nos impulsa a<br />

amarnos con su mismo amor (cf. 2 Cor 5, 14). No hay nada que pueda<br />

apartarnos del amor de Cristo (Rom 8, 35). Si dejamos que<br />

este amor domine nuestra vida, ningún poder terreno, ni tentación,<br />

ni el mismo «homicida desde el principio», es decir, ni el mismo<br />

diablo, podrá hacer vacilar el amor de los cristianos entre sí y el<br />

amor a todos los hombres que Dios quiera llamar a la santa comunidad<br />

del pueblo de su amor. Dios nos ha impuesto el precepto de<br />

amar, y no solamente nos dio ejemplo sino que infundió en nosotros<br />

esa nueva capacidad de amar.<br />

Dios nos anuncia el gran precepto de la caridad de múltiples<br />

modos: con el sonido dulce del arpa, con las campanas jubilosas<br />

de la pascua, con clarines de victoria, pero también con las estremecedoras<br />

trompetas del juicio. Nadie quedará sin escuchar este gran<br />

mandamiento del «amarás a tu prójimo». Nadie puede hacerse el<br />

desentendido. El niño divino que llora en la gruta fría y destartalada,<br />

nos enseña la humildad y la renuncia de sí mismo en servicio<br />

del prójimo. Luego, con palabras llenas de autoridad y de amor, el<br />

divino Maestro irá pregonando este precepto por toda Palestina:<br />

sobre el monte de las bienaventuranzas, en el cenáculo, en lo alto<br />

del Calvario. Allí, sobre el monte en que murió por nosotros, se<br />

alza el pulpito supremo de este gran predicador de la caridad. El<br />

viernes santo y el día de pascua nos anuncian la sublime victoria de<br />

este amor y la urgencia tremenda de este maravilloso precepto. Y el<br />

Espíritu enviado por el Señor glorificado vendrá a inscribir el nuevo<br />

mandamiento en nuestro corazón. El júbilo que envuelve a los ángeles<br />

y santos del cielo nos están diciendo que no hay otro camino<br />

sino el de la caridad. Nos lo dice también la palabra del Señor en<br />

el saludo que dirige a los llamados a gozar eternamente de su reino:<br />

«Venid, benditos de mi Padre, a posesionaros del reino que está preparado<br />

para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25, 34).<br />

Y este reino no será sino el reino del amor jubiloso en la comunidad<br />

de todos los que han aprendido a amar según el precepto de Cristo;<br />

éstos son los únicos que podrán entrar en ese reino para amar eternamente<br />

al Señor a quien amaron ya en sus hermanos de la tierra.

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