LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS
LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS
LA NUEVA EN LOS SACRAMENTOS
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
22 Buena nueva<br />
El reino de Dios únicamente es recibido por aquellos que se<br />
asombran de que Dios se incline hasta su criatura, hasta el pecador.<br />
Los hijos del reino saben de su nada, de su debilidad, de su radical<br />
inmerecimiento de la gracia: como los niños, esperan todo de la bondad<br />
del Padre. El reino de Dios se revela a los «pobres de espíritu»<br />
(Mt 5, 3), a los que, como mendigos, están «inclinados» ante Dios.<br />
El hombre que no espera nada de sí mismo, que no se reserva en<br />
exclusiva ningún sector personal, que pone en Dios toda su confianza,<br />
que no señala límites a la voluntad dadivosa de Dios, ése es quien<br />
está más cerca del reino de Dios.<br />
Y no es otro el mensaje insistente de los sacramentos. La doctrina<br />
que caracteriza la piedad sacramental dentro del catolicismo es<br />
el dogma del opus operatum: primacía de la acción salvífica de Dios,<br />
sobre la acción del hombre. Verdad que en último término no es más<br />
que el evangelio del reino y de la soberanía de Dios. Lejos de favorecer<br />
un quietismo indolente, esta doctrina precisamente reclama la<br />
total entrega a la gracia de Dios para vivir en el más alto grado<br />
la vida nueva.<br />
Porque al concedernos dones tan maravillosos por los que interiormente<br />
nos renueva, está Dios exigiéndonos caminar según los<br />
nuevos principios de vida: exige que nos entreguemos totalmente a<br />
Él, a fin de poder Él entregarse completamente a nosotros. Es lo que<br />
nos dice Jesús a continuación: «¡Convertios! ¡Vivid en continua<br />
conversión y retorno!»<br />
<strong>LA</strong> URG<strong>EN</strong>TE BU<strong>EN</strong>A <strong>NUEVA</strong> DE <strong>LA</strong> CONVERSIÓN<br />
«Convertios y creed el evangelio.»<br />
La llamada a la conversión es proclamación alegre del reino de<br />
Dios que alborea en nosotros por la gracia, la invitación a la conversión<br />
es en el fondo un mensaje de alegría.<br />
También aquí es de capital importancia realizar ante todo un<br />
cambio de perspectiva: considerarlo todo a la luz de la fe. La conversión<br />
en su más íntima esencia no puede comprenderse sino a partir<br />
de la palabra y de la acción de Dios. Ni el esfuerzo necesario<br />
para salir de sí e ir hacia Dios, ni las obras de penitencia exigidas<br />
en último término por la ley misma de la conversión, pueden hacer-<br />
Buena nueva de la conversión 23<br />
nos perder de vista lo más esencial: es Dios quien se vuelve al pecador,<br />
quien hace que éste le pida la gracia de la conversión. La acción<br />
de Dios, el primer paso de Dios hacia el hombre, es lo que reviste<br />
todos los pasos del hombre hacia Dios de un carácter alegre y también<br />
de urgente obligatoriedad.<br />
La Vulgata traduce, en este pasaje de san Marcos, la palabra<br />
griega metanoeite por poenitemini, mientras que en Mt 4, 17 emplea<br />
poenitenr.am agite, haced penitencia. Pero a quien considere todo el<br />
contexto no le pasará por alto el carácter de alegría que envuelve la<br />
invitación de Jesús a la conversión. En realidad, ese mismo «hacer<br />
penitencia» es ya de suyo, no menos que el contexto, mensaje de<br />
gozo, invitación a la alegría. Porque lo primero, lo que en la mente<br />
de Cristo está en primer plano, no es una exigencia impuesta al hombre.<br />
No son los «frutos dignos de la conversión» (cf. Mt 3, 8; Act 26,<br />
20), que ciertamente no faltarán si las raíces del árbol son buenas,<br />
pues la conversión debe terminar demostrando que es realmente<br />
auténtica y profunda, mediante el testimonio palmario de las obras.<br />
Pero aun antes de llegar a las obras, la conversión constituye ya por<br />
sí misma un acontecimiento de enorme profundidad en el terreno<br />
religioso. La palagra griega metanoeite designa el cambio total del<br />
corazón y de los sentimientos. Esta sola palabra nos trae a la memoria<br />
las múltiples y magníficas promesas de Dios en el Antiguo<br />
Testamento, que nos hablan de que es Dios mismo quien creará en<br />
nosotros un corazón nuevo. «Mostraré mi bondad hacia ellos y los<br />
haré regresar al país. Y les daré un corazón para que conozcan que<br />
yo soy el Señor. Y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios; de todo<br />
corazón se convertirán a mí» (Jer 24, 6s). En el fondo es el mismo<br />
mensaje de la acción renovadora de Dios, que desde fuera, más aún<br />
desde el interior de nosotros mismos, nos invita a convertirnos «mediante<br />
la renovación de nuestra mente» (Rom 12, 2).<br />
Hay un buen fundamento para suponer que la primera invitación<br />
a la conversión tuvo en arameo resonancias más profundas y matiz<br />
peculiar. Probablemente, el Señor empleó la palabra shub, que significa<br />
«regresar». ¿No encontramos en este término el mismo eco de<br />
las promesas del Antiguo Testamento? «Mostraré mi bondad hacia<br />
ellos y los haré regresar al país» (Jer 24, 6). «Comprenderán que<br />
yo, el Señor, soy su Dios, el que les llevó cautivos dispersándoles<br />
entre las naciones, pero que ahora les ha hecho volver, sin que falte