IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
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la queja <strong>de</strong>safi ante que se <strong>el</strong>eva <strong>de</strong> todos estos seres silenciosos<br />
que juegan su existencia al límite <strong>de</strong> lo imposible. O bien, ¿serán<br />
f<strong>el</strong>ices estas orgul<strong>los</strong>as criaturas, <strong>de</strong> morar en medio d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o?<br />
Negra como la noche, a contraluz, una forma atormentada,<br />
magnífi ca, se <strong>de</strong>staca sobre la muralla <strong>de</strong> piedra que domina a<br />
Gina. Cada hoja afi lada que termina en un solo dardo terrible,<br />
se <strong>de</strong>spliega cual lengua ávida hacia <strong>el</strong> supremo dispensador <strong>de</strong><br />
vida, adora su caricia, teme su quemadura. La fl or única, ofrenda<br />
sagrada, brota como un gemido <strong>de</strong> <strong>de</strong>seo, como una súplica <strong>de</strong><br />
amor. Es toda una existencia ardiente, una fi d<strong>el</strong>idad absoluta<br />
que ningún c<strong>el</strong>o pue<strong>de</strong> opacar. Soberanamente indiferente a<br />
cualquier cosa que lo distraiga <strong>de</strong> la <strong>de</strong>vorante intimidad con<br />
su dios, este ser probablemente discierne apenas la presencia<br />
<strong>de</strong> Gina a sus pies. ¿Será que solamente mira al valle? ¿Será<br />
que durante la noche <strong>de</strong> largas horas, tirita y llora <strong>de</strong>sconsolado<br />
bajo la blanca luz <strong>de</strong> la luna? ¿O será la hora misteriosa en<br />
que comparte sus sueños inmóviles con las estr<strong>el</strong>las? Arriba,<br />
abajo, Gina se escin<strong>de</strong>, se multiplica —toda cosa es. Toda<br />
criatura vive. El placer crudo, <strong>de</strong>snudo, absoluto, d<strong>el</strong> cactus y su<br />
obsesivo tormento forman una mezcla <strong>de</strong>fi nitiva que no requiere<br />
explicación. Ser testiga <strong>de</strong> <strong>el</strong>lo la llena <strong>de</strong> respeto y le <strong>de</strong>sgarra<br />
<strong>el</strong> alma a la vez. Ella consigue fi nalmente apartar la mirada y<br />
siente como se rompe un hilo <strong>de</strong> luz, muy a<strong>de</strong>ntro, cuando le<br />
dice ¡adiós, suerte compañero!<br />
Poco a poco, se han a<strong>de</strong>ntrado en un camino más<br />
estrecho que se transforma paulatinamente en un <strong>de</strong>sfi la<strong>de</strong>ro<br />
impresionante. Varias <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> metros por encima <strong>de</strong> sus<br />
cabezas, las pare<strong>de</strong>s casi se tocan, <strong>de</strong>jando pasar una débil<br />
claridad que nunca llega hasta <strong>el</strong> fondo <strong>de</strong> la hondonada. De<br />
repente, una pared <strong>de</strong> piedra se yergue d<strong>el</strong>ante <strong>de</strong> <strong>el</strong>las. Por allí<br />
es que hay que seguir, dice Ixquic. Es la puerta <strong>de</strong> piedra. Sola,<br />
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