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IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet

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momento dado, cuando recién regresaba <strong>de</strong> México, trabajé en una<br />

casa refugio para mujeres maltratadas. Aguanté seis meses, luego<br />

no lo pu<strong>de</strong> soportar más, así que me fui. Era horrible todo lo que<br />

estas mujeres habían sufrido, y la mayoría <strong>de</strong> las veces, seguían<br />

teniéndole lástima al marido, o las paralizaba <strong>el</strong> miedo, y volvían a<br />

la casa. Lo peor es la impunidad <strong>de</strong> quienes las golpean. Sin ir muy<br />

lejos, en mi propia familia… Gina se queda un momento callada,<br />

luego sacu<strong>de</strong> la cabeza: en fi n, ¡aún hay mucho camino que<br />

recorrer! Pero ya no sé muy bien cómo, ni con quiénes. Mica<strong>el</strong>a<br />

asiente, como para sí misma: sí, ¿con quiénes? Hay gente que está<br />

muy cerca <strong>de</strong> una y, sin embargo, a veces no nos entien<strong>de</strong>n. Gina<br />

gira la cabeza y la mira, intensamente. Quisiera preguntarle algo<br />

más. Pero en ese preciso momento llega Lorena, que se cu<strong>el</strong>a entre<br />

las dos —¿puedo?—, las agarra por <strong>los</strong> hombros y las hala contra<br />

<strong>el</strong>la. Entonces, ¿están sintiendo algo? Yo, nada. A<strong>de</strong>más, sigo con<br />

hambre y ya está anocheciendo.<br />

Ixquic se acerca con la calabaza. Vierte una gota<br />

transparente en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o y les pasa <strong>el</strong> recipiente: ¡a la salud <strong>de</strong><br />

Tonatiuh, antes <strong>de</strong> que se esconda <strong>de</strong>fi nitivamente! La calabaza<br />

circula entre las mujeres, cada una absorbe unos sorbos mientras<br />

observan <strong>el</strong> horizonte. Parece una naranja jugosa, dice Mica<strong>el</strong>a.<br />

Veo una bola <strong>de</strong> fuego, murmura Gina. Es la mirada <strong>de</strong> Shun,<br />

insiste Lorena. Ixquic sonríe a la niña que fue su abu<strong>el</strong>a,<br />

apurándose para terminar <strong>de</strong> moler <strong>el</strong> maíz antes <strong>de</strong> que caiga<br />

la noche, llamando silenciosamente a la gran lechuza que la<br />

acompaña en la oscuridad. A lo lejos, se <strong>de</strong>svanecen suavemente<br />

las montañas, las nubes forman un inmenso torb<strong>el</strong>lino que gira<br />

lentamente, blanco aún, luego dorado, luego bermejo. D<strong>el</strong> pecho<br />

<strong>de</strong> Lorena brota un suspiro muy antiguo. No me gustan <strong>los</strong><br />

atar<strong>de</strong>ceres. Nunca me ha gustado la sangre: ¿me creen, verdad?<br />

Mica<strong>el</strong>a mira fi jamente <strong>el</strong> sol, <strong>de</strong>batiéndose, <strong>de</strong>sangrándose al fi lo<br />

<strong>de</strong> las más altas cumbres… Aunque todo parezca perdido, ¡nadie<br />

<strong>de</strong>sparece sin p<strong>el</strong>ear! Un rayo rasante juega en <strong>los</strong> mechones <strong>de</strong><br />

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