IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
ostros cansados. El viaje duró dos días, me costó todo lo que<br />
tenía, y nunca encontré a nadie <strong>de</strong> mi paraje. Pero en cambio, un<br />
buen día, uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> capataces a quien le pregunté si no conocía<br />
a Doña Petrona, <strong>de</strong> Tres Puentes, municipio <strong>de</strong> San Andrés<br />
Larraínzar, me tomó por <strong>el</strong> hombro, toscamente ¿Eres su hija,<br />
dices? ¿Cuántos años tienes? Dieciocho, mentí. Se me quedó<br />
viendo un rato y luego concluyó: en todo caso, ¡sos bien negrita!<br />
¡Casi igual que la india que te parió! Pareció pensar un momento,<br />
y luego me dijo que podía quedarme allí, que me daría trabajo.<br />
Me quedé. Como pago, recibía por día seis tortillas, frijoles y<br />
sal, más un peso, d<strong>el</strong> que <strong>de</strong>scontaban <strong>el</strong> jabón que nos daban.<br />
Cuando se terminó la zafra, encontré otros trabajitos. Me quedé<br />
allá tres años, pasando <strong>de</strong> una fi nca a otra. El trabajo era duro,<br />
pero yo ahorraba todo. No quería volver a Jov<strong>el</strong>, siempre me<br />
gustó trabajar al aire libre, y por lo menos estaba entre <strong>los</strong> míos.<br />
Había gente <strong>de</strong> todas partes, <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> pueb<strong>los</strong> cerca <strong>de</strong> mi<br />
comunidad, y también <strong>de</strong> muchos pueb<strong>los</strong> que jamás había oído<br />
mencionar. No todos hablábamos <strong>el</strong> mismo idioma: a<strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />
<strong>los</strong> tzotziles, había tz<strong>el</strong>tales, choles y tojolabales. Al principio,<br />
la gente se extrañaba al verme. ¡Una chamaca <strong>de</strong> mi edad, sola,<br />
sin su familia, sin un pariente siquiera! Las mujeres me tomaban<br />
aparte para advertirme que <strong>los</strong> tz<strong>el</strong>tales chuleaban mucho a las<br />
mujeres. Algunos hombres so<strong>los</strong> intentaban hablarme, pero yo<br />
<strong>los</strong> evitaba. En la noche, cuando me quedaba algo <strong>de</strong> fuerza<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> trabajar <strong>de</strong> sol a sol, jugaba con <strong>los</strong> niños: <strong>el</strong><strong>los</strong>, al<br />
menos, se reían conmigo sin ma<strong>los</strong> pensamientos.<br />
Un día llegó un padre. Era la primera vez que veía<br />
un padre indígena, tzotzil, igual que yo. Acompañaba a <strong>los</strong><br />
guatemaltecos que también venían a trabajar en las plantaciones.<br />
Hasta ese momento jamás había hablado con esa gente. Se oían<br />
muchas cosas acerca <strong>de</strong> <strong>el</strong><strong>los</strong>. Se trataba casi siempre <strong>de</strong> hombres<br />
so<strong>los</strong> que cruzaban cada año la frontera, pasando por la montaña,<br />
en época <strong>de</strong> cosecha. Se <strong>de</strong>cía que aceptaban <strong>los</strong> trabajos más<br />
75