IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
De su pi<strong>el</strong> se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> un olor a tortilla calientita y<br />
a café. Es un perfume <strong>de</strong> tierra y hierbas secas, es la po<strong>de</strong>rosa<br />
insinuación <strong>de</strong> mango ver<strong>de</strong> que aloca <strong>el</strong> aire alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> Ixquic.<br />
Gina se <strong>de</strong>ja llevar por la ensoñación. Ixquic se balancea <strong>de</strong> atrás<br />
para ad<strong>el</strong>ante. Su mano dibuja un suave movimiento que se repite<br />
una y otra vez, hipnotizante. Gina se <strong>de</strong>sliza levemente hacia<br />
atrás, buscando una posición más cómoda, se acuesta sin abrir<br />
<strong>los</strong> ojos. Ixquic canturrea en voz baja una canción <strong>de</strong>sconocida<br />
que inventa en <strong>el</strong> momento. De vez en cuando, hace una pausa,<br />
se ríe. ¿Aún estás aquí, Gina? Gina contesta afi rmativamente.<br />
D<strong>el</strong>icadamente, Ixquic aparta uno por uno <strong>los</strong> obstácu<strong>los</strong> que la<br />
separan <strong>de</strong> su meta, luego contempla largamente su obra. Gina se<br />
queda inmóvil, suspendida entre ci<strong>el</strong>o y tierra. Qué blanca eres,<br />
dice Ixquic. Gina no sabe muy bien como tomarlo, su sonrisa<br />
transparenta la duda. Muy blanca y muy exótica —prosigue<br />
Ixquic. Eres curiosa, que lindo mirarte —¿puedo, verdad? Por<br />
supuesto, dice Gina. Gina siente <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> <strong>el</strong>la una agitación <strong>de</strong><br />
alas <strong>de</strong>splegándose. La sangre martilla contra las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su<br />
cuerpo y un silencio profundo como <strong>el</strong> cristal brilla al resplandor<br />
<strong>de</strong> las estr<strong>el</strong>las. Con infi nita lentitud y con la seriedad <strong>de</strong> una<br />
mística <strong>de</strong>scubriendo <strong>el</strong> origen d<strong>el</strong> mundo, Ixquic se acerca aún<br />
más. La respiración <strong>de</strong> Gina se escucha apenas. Una lengua<br />
<strong>de</strong> fuego h<strong>el</strong>ado se revu<strong>el</strong>ve en sus entrañas y se transforma<br />
en una ola <strong>de</strong>satada, avasalladora, que se abalanza lenta,<br />
implacablemente. Gina la siente <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r sobre <strong>el</strong>la con toda<br />
su fuerza pero no hace <strong>el</strong> más mínimo a<strong>de</strong>mán para escaparse. Se<br />
<strong>de</strong>ja llevar por <strong>el</strong> canto <strong>de</strong> <strong>los</strong> gril<strong>los</strong> que llena <strong>el</strong> valle mientras<br />
su cuerpo se ensancha, aquí y allá a la vez —aquí anclada, allá,<br />
difusa, fl otando. La brisa fresca la transporta más abajo entre<br />
<strong>los</strong> árboles que exhalan un soplo profundo, quieto y tibio. Los<br />
ojos brillantes <strong>de</strong> Ixquic miran fi jamente un punto que Gina no<br />
116