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IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet

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su rabia, ve como convergen hacia las alturas d<strong>el</strong> volcán. Venían<br />

a implorar ayuda a la princesa dormida, Iztaccíhuatl, venían a<br />

refugiarse en su manto sagrado. Abajo, en <strong>los</strong> pueb<strong>los</strong> alre<strong>de</strong>dor<br />

d<strong>el</strong> lago, <strong>el</strong> hambre, las enfermeda<strong>de</strong>s atormentaban las almas<br />

<strong>de</strong>samparadas. Muchos hombres ya habían muerto, muchos otros<br />

se entendían con <strong>el</strong> invasor. Entre <strong>los</strong> pies <strong>de</strong>scalzos, al fi nal,<br />

sólo había mujeres y niños. Quedaban unas doscientas, tal vez.<br />

Un día, las mujeres pasaron la noche entera en <strong>el</strong> santuario más<br />

sagrado <strong>de</strong> Iztaccíhuatl. En la mañana, cuando <strong>de</strong>scendieron,<br />

todas juntas, tenían una mirada terrible. Con la ma<strong>de</strong>ra más<br />

dura que pudieron encontrar, habían tallado lanzas afi ladas.<br />

Cada una tenía la suya, y <strong>los</strong> niños, piedras. Caminaron <strong>de</strong>recho<br />

hacia ad<strong>el</strong>ante, hasta encontrar a <strong>los</strong> invasores. Sin un grito, se<br />

abalanzaron sobre <strong>el</strong><strong>los</strong>. Mataron cuanto más pudieron. Fueron<br />

valientes. Pero qué quieres: eran <strong>de</strong>masiados. Eran como una ola<br />

que no se <strong>de</strong>tiene. Una brisa estremece las ramas más altas d<strong>el</strong><br />

árbol. Allá arriba, muy por encima <strong>de</strong> su cabeza, siente un crujir<br />

en <strong>el</strong> tronco que produce un ruido <strong>de</strong> huesos. Un suspiro profundo<br />

levanta su pecho. ¡Son tantos! Son tan numerosos <strong>los</strong> soldados<br />

d<strong>el</strong> ejército fe<strong>de</strong>ral… Como cuando una remueve un hormiguero,<br />

pareciera que brotaran <strong>de</strong> la tierra. Un hormiguero que una no<br />

pue<strong>de</strong> volver a tapar. Cuando están cansados, <strong>el</strong> gobierno <strong>los</strong><br />

sustituye. Llegan otros, siempre frescos, siempre fuertes. Se ve<br />

que comen bien. Tienen leche y carne. Una vez, vi las raciones<br />

que les daban. Bueno, vi la bolsa <strong>de</strong> plástico que contiene su<br />

comida. Las botan en cualquier parte, la s<strong>el</strong>va está llena <strong>de</strong> <strong>el</strong>las.<br />

Sobre la bolsa, había muchas palabras escritas que no entendía. La<br />

llevé conmigo, se la enseñé a la doctora caxlana que sabe muchas<br />

cosas. Pegó un grito <strong>de</strong> sorpresa, no lo podía creer. Me explicó que<br />

las inscripciones <strong>de</strong>cían que la comida venía <strong>de</strong> Estados Unidos.<br />

También son nuestros enemigos <strong>los</strong> Estados Unidos. Algunos<br />

hombres <strong>de</strong> Chamula se han ido allá a trabajar, hace varios años.<br />

Nadie supo más <strong>de</strong> <strong>el</strong><strong>los</strong>. Dicen que allá beben la sangre <strong>de</strong> nuestra<br />

raza, dicen que su dios come carne humana para volverse siempre<br />

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