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IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet

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sus hermanas que nunca han ido más allá d<strong>el</strong> mercado <strong>de</strong> Jov<strong>el</strong>,<br />

que se extrañarían al verla vivir como <strong>el</strong>la vive entre <strong>los</strong> caxlanes.<br />

Piensa en su madre, a quien no le dio nietos ni yerno. He sido<br />

como una fl or sembrada en <strong>el</strong> viento. Perdóneme Doña Petrona,<br />

llegué antes <strong>de</strong> tiempo, <strong>de</strong> un hombre que usted no quería. Sé que<br />

me amó a pesar <strong>de</strong> todo. Me mandó a Jov<strong>el</strong> para que forjara mis<br />

propias armas, para que aprendiera a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme mejor que usted.<br />

Y me volví lo que soy hoy, y ahora estoy aquí. ¡Lejos <strong>de</strong> su casa,<br />

<strong>de</strong> la milpa y d<strong>el</strong> comal! ¡Ay, Doña Petrona!, ¿qué pensará <strong>de</strong> mí,<br />

que diría <strong>de</strong> todo esto?<br />

Gina se ha puesto <strong>de</strong> pie, tiene las piernas entumecidas.<br />

Se acerca a Mica<strong>el</strong>a, se aclara la voz: Oye, Mica<strong>el</strong>a, ¿no quieres<br />

venir junto al fuego? Mica<strong>el</strong>a levanta la cabeza: ¿qué dices?<br />

Agarra la mano que le extien<strong>de</strong> Gina para ayudarla a pararse,<br />

sacu<strong>de</strong> su falda y medio tambaleando, apoyada en Gina que<br />

intenta mantener la estabilidad, se dirige hacia Ixquic. Sentada<br />

en sus talones, Ixquic las mira avanzar a tumbos, sonríe al ver la<br />

gigante d<strong>el</strong> brazo <strong>de</strong> la mujer pequeña, formando un solo cuerpo<br />

con cuatro piernas como una criatura híbrida. Dentro <strong>de</strong> <strong>el</strong>la<br />

percibe la transformación que se <strong>de</strong>spliega: cada vez es un mirar<br />

nuevo, la luz <strong>de</strong> otro mundo que baja sobre las cosas. El astro solar<br />

ahora está bajo en <strong>el</strong> horizonte y sus rayos <strong>de</strong>clinan, mientras se<br />

aleja por sobre la cabeza <strong>de</strong> Izta. Lorena también se ha sentado, un<br />

poco alejada y canturrea una canción nostálgica <strong>de</strong> su niñez.<br />

Sin soltar <strong>el</strong> brazo <strong>de</strong> Gina, Mica<strong>el</strong>a cambia <strong>de</strong> rumbo:<br />

vamos a sentarnos frente al sol, allá, en aqu<strong>el</strong>la orilla, ¿sí? Mica<strong>el</strong>a<br />

escoge con cuidado un lugar y hace sentar a Gina a su lado al bor<strong>de</strong><br />

d<strong>el</strong> acantilado, en una hondonada que una pendiente suave separa<br />

d<strong>el</strong> vacío. Con las manos sobre las rodillas, sacu<strong>de</strong> las piernas<br />

como para r<strong>el</strong>ajarlas y, <strong>de</strong> repente, le pregunta a Gina, mirándola<br />

directamente: ¿por qué me diste la pluma? Gina le <strong>de</strong>vu<strong>el</strong>ve la<br />

mirada: no lo sé. Sonríe. Quería hacerte un regalo. Mica<strong>el</strong>a la<br />

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